Descuartizador del Hotel Comercio afila su cuchillo

Publicado hace treinta años, El descuartizador del Hotel Comercio y otras crónicas policiales (Planeta) puede ser leído como un compendio de historia del Perú. No de los grandes acontecimientos nacionales, las guerras, revoluciones y procesos políticos, sino de su anverso: aquellas historias pequeñas y miserables que marcaron época en las páginas policiales y que, protagonizadas por desposeídos y marginales, esconden las claves perdidas de lo que fue la sociedad de su tiempo.

Reeditado recientemente, este libro de Luis Jochamowitz es el eslabón fundamental de lo que, con los años, sería nuestra vigorosa corriente de periodismo narrativo. El libro reúne 23 de los crímenes más sonados de la primera mitad del siglo XX, rescatados por el trabajo escrupuloso, obsesivo de Jochamowitz, que invirtió años buceando en los archivos de El Comercio, Variedades y Mundial para reconstruirlos con una prosa ágil, funcional y cáustica.

Los criminales que ocupan estas páginas son personajes incultos, poco inteligentes que, en condiciones normales, no despertarían ningún interés y cometieron el crimen que los volvió célebres por una torpeza, en un momento de ceguera, cuando su escaso entendimiento fue incapaz de ofrecerles otra salida y advertirles que sus verdaderos problemas solo estaban por comenzar.

¿Por qué causaron fascinación, incluso fervor, entre sus contemporáneos? ¿Por qué los lectores siguieron con obsesión la historia de Alejandrino Montes, ‘El asesino ideal’, ese chiquillo de 17 años que, harto del maltrato de sus patrones, los asesinó en un arrebato de furia, ensartando a una con un espadín y machacándole el cráneo al otro con un martillo? ¿Qué pensaban las multitudes en estado de trance que inundaron el puerto del Callao para recibir a Genaro Ortiz, ‘El descuartizador del Hotel Comercio’, que volvía de ser capturado en Panamá, luego de una torpe y desesperada huida?

Una de las características más estremecedoras de estos casos es su condición transitoria. Resuelto el misterio y satisfecho el apetito de noticias, siempre ocurre lo mismo: el paso de los años va destiñéndolos hasta desaparecer sus recuerdos, mientras los protagonistas del crimen envejecen solitarios y olvidados en la húmeda celda de una penitenciaría, de la que salen al cumplir sus condenas, en el más completo olvido.

Hasta que llega un cronista con el olfato, la perseverancia y el talento de Jochamowitz, que los rescata de los folios amarillentos donde permanecieron escondidos, los reconstruye con prolijidad y devuelve a la vida la clase de historias que llevaron a Clemente Palma a escribir con entusiasmo: “Por fin tenemos en nuestro medio uno de esos crímenes horripilantes que son moneda corriente en Londres, Nueva York, Berlín o Chicago”.