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Agresión y racismo

María del Carmen Alva y Aníbal Torres, cara y sello de una conducta reprochable.

La expresidenta del Congreso María del Carmen Alva volvió a perder el control de sí misma y protagonizó un penoso incidente en el hemiciclo. En medio de una discusión con la parlamentaria Isabel Cortez, le dio un jalón del brazo y un sacudón, en un acto cobarde de agresión física que no basta con condenar, sino que debe ser sancionado.

Por el lado del Ejecutivo, también empeora el clima político la declaración virulenta del primer ministro Aníbal Torres, quien propone que la población salga a las calles y ataque a los golpistas, en una suerte de “ojo por ojo”, que parece avizorar tiempos de grave peligro para la democracia.

Avalar ambas conductas sería abrir una riesgosa puerta que nos puede conducir a dar licencia para resolver cualquier discusión a los golpes, renunciando al diálogo civilizado y al franco entendimiento. No basta con pedir disculpas cuando ya se ha cometido el desatino o buscar un “traductor” que baje el perfil de las declaraciones. Es comprensible que se caldeen los ánimos en un debate y que el antagonismo se profundice, pero eso no puede dar paso al empleo de la violencia. Las conductas de la congresista Alva y el premier Torres son como volver a las cavernas.

La señora Alva ha tenido estos procederes desde el inicio de su gestión. Las subidas de tono, actitudes racistas, malos modos, respuestas destempladas la han caracterizado. Hay quienes la sindican como autora de una agresión verbal racista contra un colega de bancada y otros exabruptos.

El primer ministro Torres es conocido por su intolerancia permanente. El desatino también ha sido una de sus características. Traer a la discusión como modelo a seguir a la figura repudiable de Hitler o sesgar el debate político y entenderlo como un conflicto permanente e inacabable entre ricos y pobres, provincianos y capitalinos, cholos y blancos, es entender la vida como la entiende también la señora Alva, producto de un menjunje de racismo y violencia, con el que –pese a estar en orillas opuestas– ambos analizan la realidad.

En un país de todas las sangres, apelar a la violencia y al racismo para descalificar no solo está mal, es anacrónico, un regreso al pasado que nos debe avergonzar. En momentos en que el país requiere madurez y temple –dos características que no poseen ni la señora Alva ni el premier Torres– para superar la crisis, no se puede admitir estos conatos de violencia que a nada bueno conducen.