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El mundial será una fiesta dolorosa

“La fiesta real no puede costar tantas vidas: 6.500 muertos entre los trabajadores migrantes, bajo leyes inmensamente restrictivas, desde 2010″.

(Escrito antes del repechaje del 13/6/2022).

El fútbol, qué duda cabe, es una fiesta. No solo es un deporte maravilloso sino que resuena como casi ningún otro pasatiempo en la vida personal, social, cultural, de los países en donde es mayoritario. Es además una expresión espléndida de la capacidad humana, y sus máximos picos son ejemplos para todos, de lo que se puede alcanzar, y de lo que pueden darle al resto de la humanidad en placer, en competencia finalmente inofensiva.

Y los mundiales son especialmente espléndidos. Nada se compondrá, nadie se salvará, nada dejará de estar mal y peor. Pero por treinta días, un estado de gracia, la humanidad se fijará en lo importante: en el goce, la alegría, la agonía del combate sin muertes ni daños, la gloria, el triunfo y, finalmente, la sensación que seremos, por treinta días, mejores: sin fronteras, con el corazón en la garganta.

Lamentablemente, desde hace ya mucho, los mundiales son también manifestaciones de la angurria capitalista, que busca hacer dinero con cualquier cosa. No se trata de partidos de fútbol, sino de oportunidades de negocios, de monetización de marcas y de brand marketing global. Asegurarse que los sponsors hagan dinero hace necesario que las instalaciones sean perfectas para la televisión y para la corporate hospitality, más que para el juego mismo. Antes que asegurar el espectáculo, lo primero es asegurar el negocio, y por eso el mundial de 2018 fue en Rusia, significando un enorme flujo de ingresos proveniente de las industrias extractivas rusas. Por eso Qatar, un país que recibe al mundo solo porque tiene el dinero para pagar la fiesta.

Entregarle el mundial a Qatar significó ignorar la riqueza basada en hidrocarburos; el uso de mano de obra migrante en condiciones abusivas; la discriminación a las minorías sexuales; los impactos ambientales enormes, apenas lavados con créditos de carbono que está claro no sirve realmente de mucho. Un mundial hecho como parque de diversiones para la élite capitalista, con infraestructura excesiva en medio de un desierto.

En vez de premiar hinchadas o de promover un modelo sostenible para eventos globales, algo muy urgente, el Mundial de Qatar es un ejercicio exhibicionista de poder económico. Una fiesta desbordada de sportwashing y greenwashing, que necesitó alterar calendarios deportivos para no poner en riesgo a los deportistas.

La fiesta real no puede costar tantas vidas: 6.500 muertos entre los trabajadores migrantes, bajo leyes inmensamente restrictivas, desde 2010. No ignoremos sobre qué se ha construido el espectáculo que veremos en pantalla, y que al final de cuentas, el deporte se corrompe cuando opta por dejarse llevar solo por el dinero.

Eduardo Villanueva Mansilla

Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.