No. No es demencia senil. Es fascismo. Las escalofriantes frases del (todavía) primer ministro Aníbal Torres en Huancayo, encumbrando a Mussolini, a Hitler y a la Alemania nazi como modelos de desarrollo, son una franca y aterradora muestra del nivel de degradación intelectual, moral, política, y del propio lenguaje, que atraviesa la sociedad peruana. Pues no se trata solo del Ejecutivo. Hemos visto cómo las fuerzas de choque de grupos con representación en el Parlamento, como el fujimorismo, posan sin remilgos con el saludo nazi, y no tienen el menor empacho en hostigar y atacar física y verbalmente a quien quiera que les sea incómodo, incluyendo las más altas autoridades. Pero esta identificación con el fascismo es todavía más grave viniendo del Ejecutivo ¡y de un gobierno que se suponía “de izquierda”!
Por supuesto, el Perú no es una isla. Las ideas fascistas, hasta hace unos años marginales, han venido ganando espacios institucionales en las democracias de todo el mundo, horadándolas por dentro. El fascismo preconiza un estado mental de guerra que pervierte y deteriora los vínculos sociales, busca la imposición de un solo punto de vista y la destrucción del rival: en el mejor de los casos la de sus ideas y, en el peor, su aniquilación física y la de grupos humanos enteros, como la historia lo ha demostrado con creces: el genocidio. Estas ideas no pueden tomarse a la ligera, y menos viniendo del segundo más alto funcionario del Ejecutivo en una democracia.
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Correspondía que el presidente le pidiera dejar el cargo. Pero, fiel a su estilo del silencio que otorga, Castillo ni siquiera lo amonestó, y menos se le ocurrió a Torres renunciar. Más bien, fue obligada a dimitir una alta funcionaria del Ministerio de Cultura por criticar las afirmaciones del premier. El mundo al revés. Estos hechos, vistos a la luz del contexto –un toque de queda de 24 horas sin precedentes y de dudosa legalidad en Lima y Callao, un Ministro del Interior que dice que “solo murieron cuatro” personas en las protestas, una declaratoria de estado de emergencia en toda la red vial nacional, y la militarización de las zonas petroleras en la Amazonía unas semanas antes– sugieren que estamos frente a un giro autoritario del gobierno. Este giro debe ser cuestionado. El pueblo no es el culpable de que el presidente haya dejado embalsar demandas legítimas. Cuando Castillo reaccionó al cuarto día del paro de transportistas y agricultores, fue para decirles a sus dirigentes “pagados”, lo que exacerbó aún mas los ánimos. Porque la gente ya no protestaba solo por el alza de gasolina y fertilizantes, sino por esa ofensa. Como bien apuntó el historiador Alberto Flores Galindo, a propósito del concepto de “economía moral” del historiador Edward P. Thompson: “la gente no solo protesta porque tiene hambre sino porque tiene ideas”.
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Pero volvamos a Torres, y a Hitler. Algunos, empezando por el propio Torres –con sus “disculpas” que más suenan a justificación (“han malentendido mis palabras”, “con esto no se debe ver ofendido el pueblo judío”)– han tratado de minimizar sus afirmaciones. Torres se justifica diciendo que reconoce que Hitler fue un “gran criminal”, pero que eso no quita que haya hecho algo bueno. Es decir ¿del “roba pero hace obra” al “mata pero hace obra”? Según Torres, Hitler “convirtió a Alemania en la primera potencia económica del mundo”. Por eso, prosiguió ante los asistentes del Coliseo Huanca: “tenemos que esforzarnos, hacer sacrificios para mejorar nuestras vías de comunicación, no solamente las que conducen de una ciudad a otra, sino también, aunque sea de momento sea una buena trocha, que conduzca desde la chacra hasta el mercado para que el campesino pueda sacar sus productos”.
¿A qué “sacrificios” se refería Torres? ¿Volver a la Ley de Conscripción Vial con trabajo indígena gratuito, de Leguía? ¿Sabía que las carreteras alemanas que tanto admira fueron construidas, en parte, por prisioneros y judíos obligados a trabajos forzados, que luego iban a ser exterminados en campos de concentración? Infraestructura no puede separarse de genocidio. Por lo demás, es falso que Alemania haya “prosperado” con Hitler. Hitler dejó un país en ruinas, con más de seis millones de personas exterminadas a velocidad industrial. Alemania se volvió grande cuando repudió ese legado y abrazó la democracia.
Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.