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Volver a clases no es volver al 2019

“La reforma educativa debe incluir una política de remediación que permita a los tomadores de decisión convertir la tragedia de la pandemia en una oportunidad para estar mejor que antes”.

Este mes hemos sido testigos de un acontecimiento importante que no ha sido debidamente reflexionado a causa de la crisis política: el retorno a clases presenciales en el Perú.

Antes de la pandemia, ya se habían identificado situaciones preocupantes en el sector educación. En primer lugar, desde el punto de vista de la infraestructura, el 25% del total de locales escolares públicos requería reparación total o parcial, más de la mitad necesitaba mantenimiento y apenas el 18% de estos locales se encontraba en buen estado. Respecto a servicios, más del 40% de las escuelas públicas no estaba conectada a una red de agua potable. Como es evidente, la situación se agrava si desagregamos por territorios urbanos y rurales.

En segundo lugar, desde el punto de vista de los aprendizajes, apenas el 17% de estudiantes de segundo año de secundaria obtuvo puntajes satisfactorios en matemáticas, mientras que más de un 60% obtuvo niveles iniciales y previos a lo esperado como mínimo. Resultados similares se dieron en el mismo año para el caso de comprensión lectora.

En tercer lugar y no por ello menos importante, se encuentra el recurso humano responsable de educar a los niños y adolescentes del país. Las huelgas constantes y el malestar de los maestros frente a las reformas no permiten crear un buen entorno para la enseñanza. Si bien es cierto que se necesita apuntar a un aumento de sueldos, la revalorización del trabajo de los maestros no debe quedarse en la esfera monetaria. Por ello, apuntar a mejorar la calidad docente es una tarea que le conviene a todo profesor comprometido con su trabajo. Los sindicatos no han sabido poner el foco, necesariamente, en el desarrollo educativo de los estudiantes.

Hoy, dos años después de haber tenido las escuelas cerradas, en donde la presión y el abandono han sido dos caras de una misma moneda, tanto para los alumnos como para los docentes, la solución no pasa solo con abrir las puertas de la escuela y hacer como si nada hubiera pasado.

No se trata solo de pensar en los protocolos sanitarios. La diferencia entre el 2019 y el 2022 no puede ser el alcohol gel y la mascarilla. Urge la creación de una estrategia y procedimientos claros para recuperar el tiempo perdido y remediar los daños ocasionados a los estudiantes durante estos dos años en términos intelectuales y psicológicos. De esta manera, la reforma educativa debe incluir una política de remediación que permita a los tomadores de decisión convertir la tragedia de la pandemia en una oportunidad para estar mejor que antes.

Frente a la alta incertidumbre política en la que nos encontramos, los ciudadanos y, más específicamente, los estudiantes, no pueden seguir perdiendo. Estos acuerdos mínimos para enrumbar al país, tan aclamados y necesarios en esta coyuntura, no deben ser solo políticos. El consenso al cual se debe apuntar entre las diversas fuerzas políticas debe contener puntos cruciales de políticas públicas concretas, entre los cuales debe primar la reforma educativa. Tanto Ejecutivo como Legislativo deben priorizar la calidad de la educación y dejar de lado intereses gremiales o sindicales.

Nadie dijo que emprender reformas educativas sea sencillo, pero la clave está en poner al centro de estos esfuerzos a los intereses de los estudiantes más que los de aquellos que se sientan en la mesa para pensar las reformas. De lo que se trata es de volver para estar mejor. No se trata de volver al 2019.

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Alexandra Ames

Especialista en Políticas públicas efectivas. Jefa del Observatorio de Políticas Públicas de la Escuela de Gestión Pública de la Universidad del Pacífico. Ha sido servidora pública de municipios y ministerios. También ha sido Secretaria Técnica del Social Progress Imperative para el Perú. Limeña, hija de padre puneño y madre moyobambina.