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Apesta a petróleo, por Roberto Ochoa

“¿Por qué no clausuramos el oleoducto norperuano y así damos fin a la actividad extractiva de un petróleo de mala calidad?”.

Si nos quisiéramos alguito como peruanos, los grifos de Repsol estarían hoy en día sin automóviles, pero usted, amigo lector, puede comprobar que en estos precisos momentos están repletos de vehículos llenando sus tanques (pese al alto precio de sus tarifas) y sus servicios copados de automovilistas a los que sencillamente les llega sancionar con un boicot a la empresa que provocó esta catástrofe ambiental que marcó el inicio del año 2022.

Así como tenemos un mandatario que no tiene idea de qué hacer con el medioambiente (además de contaminarlo e invadirlo), así también tenemos ciudadanos que se zurran en el tema y son incapaces de sumarse a un boicot contra Repsol. Ellos son igualitos a Castillo.

Pero el derrame de marras sirvió para que muchos peruanos se interesen en las decenas de derrames —casi siempre provocados— que desde hace décadas sufre la Amazonía del norte del Perú por toda la ruta del oleoducto. ¿Por qué no clausuramos el oleoducto norperuano y así damos fin a la actividad extractiva de un petróleo de mala calidad que brota de los pozos en medio del bosque amazónico? Yo estaba en segundo o tercero de primaria cuando la prensa (controlada por la dictadura de Velasco) emitió día y noche el “revolucionario” hallazgo de petróleo en los pozos de Trompeteros y Pavayacu. Nosotros, los de entonces, nos la creímos cuando dijeron que el Perú dejaría de ser importador de petróleo... pero todo fue una mentira “revolucionaria” para justificar la construcción de un oleoducto —obra de consorcio soviético y de otro país europeo— que solo sirvió para destruir el medioambiente.

Décadas después, durante la dictadura fujimorista y en plena crisis por la nueva guerra en el Cenepa, recuerdo haber reportado los simulacros de un ataque aéreo ecuatoriano a la refinería de Talara. ¿Se imaginan la catástrofe?

Ni qué decir con la refinería de Conchán ubicada en el litoral sur de la capital, casi equidistante de La Pampilla. Es decir, Lima, la única capital sudamericana con playas, paraíso de surfistas y orgullosa de su gastronomía marina, está permanente amenazada por dos enormes refinerías que parecen instaladas por el enemigo al norte y sur de la urbe y siempre frente al mar.

La República

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