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¿Qué nos depara el 2022?

“Tener en nuestro discurso cotidiano la latente vacancia y la posibilidad de disolver el Congreso no contribuye a la estabilidad de un país como el nuestro que pretende seguir...”.

La “futurología” se exige frecuentemente y más ante un nuevo año. Predecir puede ser impreciso y, en el Perú, casi imposible, por los constantes cambios. Sin embargo, sí podemos expresar nuestros deseos para el 2022.

Tras dos años difíciles, enfrentando a la COVID-19, resulta auspicioso tener a más del 80 por ciento de la población vacunada con dos dosis, y, con ello, un gran avance en la superación de la enfermedad. Tener más cerca a los nuestros, protegidos por la vacunación, parece ser no una esperanza, sino una realidad. Convivir con este mal exigirá medidas de protección razonablemente restrictivas, eficientes y controlables, que logren los indispensables equilibrios entre cuidar nuestra salud, incentivar a la vacunación y permitirnos ejercer nuestros derechos.

También se debería poner énfasis en el retorno de la educación presencial. Sin dejar de reconocer la complejidad y diversidad del sistema educativo en el país, no debería dejar de preocuparnos que se ejerza mayor presión para abrir centros comerciales y casinos que escuelas o instituciones educativas. Si algo nos debería dejar de balance la postpandemia es la necesidad de garantizar iguales derechos para todos/as y tal vez la educación es el que más nos puede ayudar a superar la brecha de desigualdad aún imperante. Un sistema de salud fortalecido y acciones concretas para superar la pobreza desde todas sus dimensiones forman parte de la agenda pendiente, cuyas bases se deberían sentar durante el año que acaba de iniciar.

Superar nuestra constante crisis política es también uno de los deseos posibles. Tener en nuestro discurso cotidiano la latente vacancia y la posibilidad de disolver el Congreso no contribuye a la estabilidad de un país como el nuestro que pretende seguir en el proceso de recuperación económica y de reforzar institucionalidad. El constante enfrentamiento entre los poderes Ejecutivo y Legislativo impide tener como prioridad una agenda compartida, con metas en beneficio del país y del interés público, antes que soluciones a corto plazo, medidas populistas o el favorecimiento de intereses privados (incluso aquellos que promueven la informalidad o la criminalidad), con los consiguientes retrocesos en reformas centrales como la educativa, política o la del transporte. Lo más preocupante es que el potencial efecto es una desconfianza generalizada en las instituciones y en la propia democracia, lo que incrementa las posibilidades de legitimación de autoritarismos. Siempre podemos soñar con que algo se logre paliar esta situación durante el año.

Algo más por lo que vale la pena hacer votos es por un buen recambio de autoridades. Nuevos magistrados del Tribunal Constitucional que sean personas realmente preocupadas por hacer valer la supremacía de la Constitución y la protección de derechos, fines esenciales de la justicia constitucional, antes que defender cualquier interés político o privado. En esa tarea habrá que estar alertas a la labor de la comisión de selección del Congreso y al Panel Independiente para la Elección de Magistrados y Magistradas, formado por expertos latinoamericanos cuyos pronunciamientos y recomendaciones buscarán contribuir al proceso. También, en el ámbito de justicia, los nuevos jefes de las autoridades nacionales de control del Poder Judicial y Ministerio Público, actualmente en concurso. Y, hacia octubre, poder elegir autoridades regionales y municipales, con verdaderos liderazgos en sus distritos, provincias y departamentos, con compromiso para un idóneo ejercicio de sus funciones y poder prestar los servicios requeridos, con transparencia y sin corrupción.

Pensar en un 2022 que depare mejores cosas para el país no debería ser tan utópico. Ojalá que los diferentes actores, incluida la ciudadanía, cumplamos nuestro rol para un año auspicioso.

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