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El sexismo en la opinión política

“Este sexismo inherente a nuestra sociedad no ha cambiado mucho en treinta años, más bien se ha repotenciado”.

Nunca me definí como feminista. Durante buena parte de mi vida fui más bien ingenua en relación a los roles sociales diferenciados que se asignan a hombres y mujeres. Seguramente internalicé, como todos, de tanto verlas, las jerarquías de género intrínsecas a los estereotipos de las diversas profesiones, pero no pude aplicarlas a mí misma. Es decir, no podía ocurrírseme que alguien podía verme o pensar que yo fuera menos por ser mujer. Todo cambió cuando empecé a destacar en mi profesión. Un día, en 1990 o 1991, cuando me encontraban en el Perú, pero fuera de Lima, investigando para mi tesis doctoral, me tocó remplazar a un comentarista en un homenaje que se le hacía a un historiador destacado que venía de Lima a dar una charla. Cuando terminé mi comentario, que no escatimó ninguna crítica, el historiador invitado apartó el micro y con una risa nerviosa me dijo: “No pensé que hablabas tan bien”. Y, luego de una pausa, añadió: “No pareces mujer”. Mi estupefacción me dejó sin palabras. Y esto solo era el comienzo. Cuando poco después caminábamos en la plaza con los demás colegas del panel y el invitado ilustre, buscando un restaurante, uno de ellos expresó algo que corroboraba las ideas de mi comentario en el panel. Entonces, el historiador invitado dijo, suponiendo que decía una broma: “¡Ah, ya sé de dónde Cecilia ha sacado sus ideas!”. Solo a posteriori reparé que yo había sido la única mujer en el panel, y lo era también en ese momento de socialización.

No voy a aburrirlos con anécdotas parecidas. Si traigo el incidente a colación es para decir que fue este tipo de experiencias, más que lecturas, lo que me hizo abrir los ojos al hecho de que yo no era percibida de igual a igual, lo que no quita que tenga aún muchos puntos ciegos. Fui entonces cada vez más consciente de que varias de las marginaciones, o “choteos”, de los que fui objeto a medida que me abría paso como historiadora joven con voz propia tenían que ver con la ingenuidad con la que he solido transgredir las fronteras de sumisión que se esperaban de mí, en un mundo académico jerárquico, dominado por hombres, de cuyo hecho yo ni siquiera era plenamente consciente. Tuve así que pagar un precio por solo ser yo.

Este sexismo inherente a nuestra sociedad no ha cambiado mucho en treinta años, más bien se ha repotenciado en respuesta a los avances en los derechos de las mujeres y la población LGTBI. En la campaña electoral, hemos visto grupos religiosos ultraconservadores detrás de partidos ultraderechistas predicar que es deber de las mujeres someterse a sus maridos, lo que, creo, tendría que estar penado como discurso de incitación a la violencia contra la mujer en un país que bate récords en feminicidios.

Pero el punto al que quería llegar, y del que se ha hablado menos, es el trato diferenciado que han recibido Mendoza y Castillo dentro de la propia izquierda y parte de la opinología “progresista”; las exigencias han sido siempre mayores con Mendoza, y la crítica más ruin. Una de las cosas más difíciles de entender para mí es el endilgarle que se ha “moderado”, el no ser “suficientemente radical”. Sin embargo, en los debates Mendoza fue siempre más confrontacional que Castillo, habló clara y directamente a sus contrincantes, con argumentos, no con demagogia, mientras Castillo se limitó a repetir los eslóganes de sus mítines, evitando polemizar, como bien lo notó José Miguel Munive. Pero para el politólogo Mauricio Zavaleta, tuvo un buen desempeño. La ironía es que, ahora que Castillo se ha sacado el polo rojo y toma distancia de la ortodoxia marxista-leninista de Cerrón y Perú Libre, y dice tener “otro plan”, que por ahora es una incógnita, es la izquierda de Mendoza, repudiada por “barranquina”, la que aparece dando la línea. No solo para que sigan en la mesa sus puntos de convergencia con Castillo en la primera vuelta, sino la “defensa de todos los derechos y la igualdad de todos los peruanos y peruanas”, que considero personalmente la agenda más radical.

pedro castillo veronika mendoza

pedro castillo veronika mendoza

Cecilia Méndez

Chola soy

Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.