Juan Edgardo Arévalo, coordinador de la Oficina Nacional de Educación Católica (*)
Hemos terminado un año 2020 e iniciado un 2021 en medio de una nueva crisis sanitaria que se ha agudizado y ha puesto al descubierto problemas serios a nivel ético y emocional que atravesamos como peruanos: desde hechos lamentables como la muerte de dos jóvenes como saldo de una crisis política, pasando por un alza en la curva de infectados por la COVID-19 y ahora a puertas de un panorama electoral y con un futuro aún incierto en lo que a educación se refiere.
En medio de esto ¿cómo ayudaría el desarrollo de la capacidad de afrontar la propia vida y la de nuestro entorno con una mirada compasiva, trascendente y de compromiso con los más vulnerables?
Howard Gardner, en 1999, sostiene en su libro la Inteligencia Reformulada, la posibilidad de la existencia de una inteligencia llamada espiritual o existencial, que se manifiesta en algunas personas que destacan por ser proclives a formular preguntas sobre el sentido, la vida, la muerte y la trascendencia. Esta inteligencia, estudiada ampliamente sobre todo en ámbitos anglosajones, se muestra como crucial para un desarrollo integral de la persona en lo que se refiere a dimensiones que van más allá de lo ético y emocional, pero que los engloba y los sustenta.
La pandemia requiere atención a la población en aspectos económicos, sanitarios, emocionales; pero requiere de fondo un compromiso existencial: ¿cómo encontrar en cada acción un sentido que vaya más allá del hacer por hacer o hacer porque así lo manda un protocolo? ¿Cómo lograr sensibilizarnos por quienes tienen que salir a trabajar o hacen hasta lo imposible por sostenerse sabiendo que arriesgan su vida en cada minuto en lugar de sólo juzgar desde fuera? Lógicamente la sensibilización de la mano con una acción.
Ciertamente, hay dos tipos de acciones: macro y micro. En el caso de la primera, para los gobiernos es crucial gestionar acciones para afrontar la crisis desde diversos sectores: sanitario, económico, educativo y emocional (¿Alguien se acuerda de la salud mental hoy?). Y a nivel micro, cuidado en el hogar, empatía, acompañamiento en medio de la pérdida y solidaridad con quienes nos rodean y apenas tienen para subsistir. Para todo esto es necesario el desarrollo de valores como la trascendencia, la intersubjetividad, la vulnerabilidad, la compasión, la imaginación, sentido del tiempo, el sacrificio entre otros; que, según autores, nos cimientan para desarrollar acciones para la construcción de un nuevo humanismo con un componente ético esencial que nos comprometa con el país como si de nuestra familia de sangre se tratara. Somos humanos, somos hermanos.
En esta línea, las autoridades educativas han intentado articular diferentes competencias en el currículo escolar de la educación básica, de modo que se dé mucha fuerza a las habilidades ciudadanas. Sin embargo, aún queda mucho por trabajar en esta integración, la inserción de una mirada que vaya más allá de propuestas de comportamientos adecuados y tolerantes para una coexistencia no agresiva. La construcción de una ciudadanía reclama apuntar siempre a lo esencial humano que es la búsqueda de sentido, trascendencia y felicidad. Es un desafío mayor recoger el patrimonio espiritual de la ciudadanía como un elemento fundamental que se manifiesta en las inquietudes y las búsquedas de una vida feliz.
Muchos de nosotros hemos sido formados en modelos que nos han marcado para el actuar, y hemos vivido experiencias históricas de país dolorosas que nos han traído hasta aquí con nuestras fortalezas y muchas debilidades; pero ahora somos responsables de una generación que se forma y que deberá enfrentar mayores retos en esta “nueva normalidad”, tan “normal” como “extraña” todavía. Pero que no debe hacernos más extraños unos de otros; sino más cercanos, más compasivos y humanos.
Tenemos la oportunidad y tarea de actuar en lo sanitario, político, económico y educativo con un sentido de compasión y comunión de ojos y oídos abiertos al clamor de hermanos y hermanas que viven y mueren en medio de la indiferencia, de la pobreza y abandono mas inhumano.
Educar en esta inteligencia espiritual es urgente, para entendernos mejor como individuos y sociedad a mirar al otro como el prójimo. Gustavo Gutiérrez haciendo referencia a esto nos dice: “que el compromiso con el pobre, en tanto opción centrada en el amor gratuito de Dios, tiene una importante palabra que decir en este asunto. Ella se coloca en una tensión entre mística y solidaridad histórica. Lo que no es sino una manera, quizás algo abstracta, de repetir lo que el Evangelio dice con toda sencillez: el amor a Dios y el amor al prójimo resume el mensaje de Jesús”.
(*) Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo - Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
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