La campaña electoral todavía batalla para hacerse escuchar entre las noticias de las vacunas y ansiedades diversas, pero poco a poco se irá haciendo notar. Parte de este proceso son los sondeos de opinión. Acá van algunos comentarios sobre los mismos a fin de aprovechar mejor la información que nos brindan.
Los resultados que hasta ahora muestran las encuestas recogen, por un lado, la crisis de representación que existe en nuestro sistema político y, por otro, los nombres que las personas tiene más a flor de piel.
En este momento, más que encuestas de intención de voto son un sondeo a la memoria y a la buena o mala imagen cultivada en el tiempo. Hemos pasado de la lógica del “mal menor” a la de “todos son malos” y ahí están los altos porcentajes que mencionan que no saben por quién votar o que votarán en blanco o viciado.
Por otro lado, como ha ocurrido en otras oportunidades, estas encuestas tempranas reflejan más los nombres o marcas partidarias que las personas tienen a flor de piel que la real intención de voto. En un entorno donde la decepción con los políticos es lugar común, la desinformación es una consecuencia lógica y por lo tanto las encuestas recogen lo que la gente ve con el rabillo del ojo. Difícil pedir más en estos momentos.
La información que proporcionan las encuestas de intención de voto son una buena fuente de información siempre y cuando se interpreten correctamente. Su sentido va cambiando con el transcurrir de la campaña, pero hay algunas cosas que son una constante y que es bueno tomar en cuenta.
Un frecuente error, en medios diversos, es el comentario de que tal o cual candidato subió o bajó cuando entre una encuesta y otra el cambio es solo de un punto porcentual. Por ejemplo, que el candidato Z haya pasado de 17% a 18% no significa que haya subido un punto. Lo siento, pero no es así. Puede que sirva para llenar el titular, para generar la sensación que algo se mueve o para confirmar el entusiasmo o rechazo del ocasional lector, pero esas diferencias, dados los tamaños de muestra que se suelen utilizar, no indican cambio alguno.
Desde hace varios años, por acuerdo de las instituciones que regularmente realizan sondeos de opinión, la muestra para este tipo de estudios tiene un tamaño mínimo de 1,200 casos. Cuando esto es así, el famoso margen de error es de más menos 2.8 puntos porcentuales. Para hacer el ejemplo más fácil, redondeemos el margen de error a más menos tres puntos porcentuales. ¿Qué significa esto? Que entre lo que señala la muestra y el mundo real hay una distancia que se estima de tres puntos más o tres puntos menos.
Siguiendo el ejemplo mencionado, si el candidato Z obtiene un 18% de intención de voto en la encuesta (cifra que proviene de una muestra) esto quiere decir que en el mundo real debe estar entre 15% y 21%. La cifra se debe tomar como referencia, pero siempre recordando que en el fondo estamos hablando de un valor que, en la realidad, puede moverse algunos puntos hacia abajo o hacia arriba. Si al mes siguiente se mueve uno, tres o cuatro puntos, solo se está moviendo dentro del margen de error.
Otro frecuente traspié es comparar los resultados de una encuestadora con la de otra. Las formas de diseñar la muestra no son iguales entre una institución y la otra. Lo importante es que se cuente con un adecuado marco muestral y que el proceso se realice con rigurosidad. Una puede incluir una ciudad o ámbito que la otra no considera. Tampoco los tiempos en que se hace el trabajo de campo son los mismos. Debido a ello, lo mejor es comparar los resultados que la misma entidad difunde a través del tiempo.
Las encuestas son una fuente de información que, como otras, se puede prestar a diversas interpretaciones según los gustos pero que también supone tener algunos criterios para su lectura adecuada.
PUBLICO ELECTORES BUSCAN SU MESA DE VOTACION EN GRANDES PIZARRAS, AL INTERIOR DE COLEGIO. ELECCIONES GENERALES PRESIDENCIALES 2006
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