¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?
¿Cuál es el PRECIO DEL DÓLAR HOY?
Mundo

Un mínimo civilizatorio

“No podemos evitar la desigualdad. Por lo menos luchemos para reducirla. O bien atengámonos a las consecuencias”.

Jorge Bruce
Jorge Bruce

En una entrevista concedida al diario El País de España, el expresidente de Chile Ricardo Lagos afirma: “Es lo que el filósofo Norberto Bobbio llamaba un mínimo civilizatorio. Toda sociedad, dice él, tiene que tener algo en que todos los ciudadanos seamos iguales.” Ese “algo” es la dignidad. La cual no se expresa en discursos vacíos sino en medidas tangibles como transporte público decente, educación de calidad, salud pública, etcétera. Todos estos servicios a precios asequibles, se entiende.

Ese “mínimo” de civilización no significa poca cosa. Por el contrario, implica las indispensables concesiones para convivir en sociedad. Todo lo contrario de la infeliz frase de Margaret Thatcher, según la cual no hay sociedad sino individuos. Es imposible extinguir lo que Freud llamaba el malestar en la cultura. Esa tensión en el vínculo social siempre estará ahí. No se le puede apagar, pero peor resulta ignorarlo. La responsabilidad de las élites políticas y económicas, mientras se cruzan en sus lujosas y lubricadas puertas giratorias, es repetírselo unos a otros, una y otra vez.

Lo cual, como sabemos, no ocurre.

El poder intoxica con un silencio que se asemeja al de la pulsión de muerte. Mientras más poder, más Tánatos. Por eso mandatarios de signo político tan diverso como Sebastián Piñera o Evo Morales sucumben a los cantos de sirena. En vez de escuchar el rumor que sube desde la calle, se enfrascan en la más tóxica de las pociones humanas: el narcisismo omnipotente, maligno, al que André Green denominó el narcisismo de muerte. El narcisismo de vida es esa fuerza humana indispensable que llevó a los estudiantes de secundaria chilenos a saltarse las vallas del metro. El de muerte fue el que llevó a grupos probablemente concertados a incendiar las estaciones del mismo metro (me dice un especialista que una operación tan vasta es imposible sin materiales especializados y una planificación cuidadosa).

Pero mucho más peligrosa es la incapacidad de la clase política y empresarial de escuchar el creciente descontento y las demandas de unas mayorías abandonadas a su suerte. Discursos como el del perro del hortelano o el de “son pobres porque quieren vivir de los subsidios”, son de una inhumanidad espeluznante. No podemos evitar la desigualdad ni la injusticia. Por lo menos luchemos para reducirlas. O bien atengámonos a las consecuencias.

Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.