Ensuciándose los zapatos, y recobrando su mirada, el novelista Jeremías Gamboa retoma su oficio de cronista contando el histórico concierto de los Rolling Stones en La Habana, en Cuba Stone (Tusquets). “Me he reconciliado con el periodismo”, sostiene. Lea, compre y juzgue.,Ir, mirar y contar. Una semana después de vibrar en primera fila, junto a más de 40 mil poseídos, en el estadio Nacional, con los solos de Keith Richards y los meneos diabólicos de Mick Jagger; Jeremías Gamboa (40), Premio Tigre Juan 2014, recibió una comisión, una década después de haber renunciado al periodismo, mientras se encontraba avanzando su segunda novela: cubrir el concierto gratuito de los Rolling Stones en Cuba, uno de los últimos rincones del planeta donde la banda más millonaria y longeva del rock and roll no había tocado jamás. PUEDES VER: Jeremías Gamboa: “Escribo novelas para conocerme y conocer al enemigo” -Sentí una ansiedad enorme de que no me iba a salir. Recuerdo que, por un prurito de temor, le dije a Gabriel Sandoval de Planeta México que no conocía a los Stones. Que no los había escuchado más que cualquier muchacho de mi generación. Si el periodismo no se guiara por el olfato y se le exigiera los cartones de un diplomático, Gamboa no hubiera cumplido con el perfil: nunca había pisado Cuba, no era un Stone sino más bien un beatlemaníaco, carecía del espíritu combativo y juvenil de un público de concierto (Depeche Mode en el 2009, y en su juventud, como dos lunares: Soda Stereo en el '86, y Los Prisioneros en el '87), nunca había escrito una crónica de concierto, y hacía tres años de su último perfil (a Susana Baca para Babelia). También fueron convocados a la comisión dos especialistas de rock: el cronista argentino Javier Sinay, Premio García Márquez 2015; y el mexicano Joselo Rangel, escritor y guitarrista de la banda Café Tacvba. Los tres cayeron a La Habana, sin siquiera conocerse, como lanzados en paracaídas, sin ninguna otra pauta que su olfato y su mirada. -Empecé a leer que es lo que, como profesor de crónicas, le digo a mis alumnos que hagan. Fui mi propio alumno. Hice todo lo que pude. El escritor de ficción Jeremías Gamboa, elogiado por Mario Vargas Llosa por su novela Contarlo todo, desempolvó su overall de cronista, tomó una libreta de apuntes y se aventuró a Cuba con lo esencial: ir, mirar y contar. Perú, la Cuba de los '80s En una isla que le ofrece al turista común: rumba, habanos, criaturas hermosas y mares turquesas, Jeremías Gamboa era dominado por la angustia. La sintió un día antes de viajar, cuando un pájaro negro ingresó a su casa, derrumbando sus libros y los juguetes de su hijo; horas antes del vuelo cuando se quemaron los plomos de su departamento; en el aeropuerto por el retraso de una hora; y en pleno vuelo, pues su avión no podía aterrizar hasta que se marchara Barack Obama, el primer presidente norteamericano en pisar suelo cubano en 88 años. “Hasta que no vi la imagen de Mick Jagger cantando She's So Cold en las pantallas, no comprendí las raíces del temor que se despertó en mí”, cuenta en el libro. She's So Cold desencadenó una epifanía. Su barrio en San Luis, el televisor Panasonic, sus hermanas viendo Disco Club de Gerardo Manuel, los apagones, las colas, el agua que se iba, el azúcar que faltaba. La crisis. Cuba era eso: un viaje a esos años duros, a la isla de su infancia que fue el Perú de los ochenta. El tono nostálgico que marca su crónica titulada 'Rock and roll al ritmo de (las piedras rodantes y) los hijos del 'período especial'. En uno de esos días calurosos, en el barrio Miramar, donde se hospedó, Gamboa se quedó enjabonado en la ducha porque el chorro de agua se cortó de pronto. Le vino a la memoria la escena de una de sus primeras citas adolescentes: apagón, y él echándose, a obscuras, un fétido balde de agua sucia con el que pasaban el wáter. La trama narrativa se desprendía: el encuentro de dos resistencias. Un régimen bloqueado al mundo frente al grupo más globalizado. Fidel Castro versus la lengua más icónica. En palabras de Gamboa: dos dinosaurios de distintas extirpes que se reconocían. Era todo eso, pero sobre todo la tragedia, el hilo capaz de anudar todas las historias. El período especial es la etapa de hambruna, posterior a la caída de la Unión Soviética, en 1991, donde muchos cubanos se lanzaron al mar para escapar en balsas, y muchas mujeres vendieron sus cuerpos por un plato de frijoles. -Ellos tuvieron su período especial, nosotros nuestro 'Fujishock' y el 'martes negro' (en los ochenta, los caños de varios distritos de Lima escupieron heces). Ellos hicieron almendrones (taxis colectivos que datan del cincuenta), nosotros ollas comunes. Estamos hermanados: ambos tuvimos revoluciones y crisis potentes. La crónica, el rostro humano de la noticia, dicen. Ficción y no ficción “No mido a un cronista por el valor de sus metáforas, sino por el polvo que tiene en sus zapatos”, dijo alguna vez el cronista barranquillero Alberto Salcedo Ramos. Gamboa terminó con las suelas gastadas. Hizo algo que jamás haría por su cuenta: asistir al concierto, en la Ciudad Deportiva de La Habana, haciendo cola desde la mañana, bordeando la asfixia, en medio de la muchedumbre. En los ocho días que caminó La Habana -cinco días más que corrieron por su cuenta- conversó con músicos, periodistas, escritores, taxistas, carniceros. En el contacto con gente de a pie, prestándole atención al Radio Bemba, halló curiosidades: la gran mayoría de cubanos asistió al concierto de los Rolling Stones solo para saber si esos enormes parlantes, que trasladaron en barcos, los dejarían sordos. Pero sobre todo halló un puente, construido por la memoria: el éxodo de Mariel, 125 mil cubanos tomaron por asalto la embajada de Perú, durante seis meses, en 1980 y, en represalia, fueron expulsados para siempre. Diez mil de ellos fueron enviados al Perú e instalados en el Parque Túpac Amaru -hoy La Videna- en San Luis. Su barrio, su parque. Un regalo de la realidad, que no es necesario decorar con el lazo de la ficción. A su regreso, Gamboa visitó Pachacámac, en Villa El Salvador, donde un reducido grupo permanece, y buscó a Manuel, un amigo de su infancia, cuyo padre adoptivo resultó ser uno de esos cubanos exiliados. Después del reporteo, y de vaciar el diario que llevó en aquella semana, tocó lo que el escritor antioqueño Héctor Abad Faciolince denomina 'tener buenas nalgas'. O sea, sentarse a escribir. Ordenar las fichas y esculpir la prosa. Esta vez Gamboa no estuvo restringido como su alter ego, Gabriel Lisboa en Contarlo todo. No se peleó como un león, como solía hacerlo con Fernando Ampuero, su editor en Somos, a quien le exigía más espacio. O con Marco Avilés, durante su breve temporada (siete meses), como subeditor de la revista Etiqueta Negra. Las casi noventa páginas de su texto hablan de las libertades otorgadas por Jerónimo Pimentel, y Leila Guerriero, en Cuba Stone (Tusquets). -Una cosa es escribir crónicas cuando todavía no eres un escritor de ficción, y otra muy distinta cuando vas a ella, con la libertad de saber de qué lado estás. Me he reconciliado con el periodismo, porque siento que no pone en juego la ficción.Mientras el cronista busca la verdad y el sonido del mundo, el escritor de ficción deja de escuchar al mundo para escucharse. Códigos distintos. Y una puerta que se abre. Jeremías Gamboa dice estar listo la próxima vez que toque ponerse el overall. Ir, mirar y contar.