Américo Mendoza: "Debemos romper el estereotipo del quechua como sinónimo de atraso"
Profesor de quechua en Harvard y promotor del diálogo justo con los saberes nativos, Américo Mendoza habla en esta entrevista de discriminación, violencia urbana, la vigencia de idiomas como el quechua y los resultados electorales en Estados Unidos.
De visita en Lima, el maestro peruano que trabaja con el quechua en la Universidad de Harvard y que investiga cómo facilitar un diálogo entre los saberes indígenas y el mundo académico habla de cómo la creciente violencia urbana afecta a los ciudadanos de comunidades surandinas, de la discriminación extendida por todo el país, del derecho que tienen los quechuahablantes a recibir servicios básicos en su idioma natal y afirma que es un error ver como algo monolítico al voto latino en los Estados Unidos.
Vimos que ayudó a una familia que pidió asilo en Estados Unidos por el tema de las extorsiones. ¿Cómo se dio ese caso? ¿Y cómo así terminó involucrado en el proceso?
Mi colega Elohim Monard, que es actualmente un investigador que está en la Universidad de Wisconsin, fue contactado por un estudio de abogados porque había un caso de asilo político por temas de extorsión. Era una familia peruana. Pero además esta familia en particular tenía un origen quechuahablante. Y es verdad que ya de por sí muchas personas sufren extorsión, pero había que considerar en qué nivel o en qué grado entra la desigualdad en un contexto que en principio nos afecta a todos, pero que afecta más a algunas personas que a otras. Para este proceso, tuvimos que preparar un informe sobre la situación del Perú, de seguridad ciudadana, y revisar cifras.
Claro, aunque es evidente que en el tema de la extorsión todo se ha ido deteriorando.
Lo que tenemos es que los delitos con armas de fuego han aumentado un 50% entre el 2015 y el 2023. También vemos cómo las extorsiones están provocando asesinatos de conductores de transporte público, de vendedores de pequeños negocios, como bodegas.
¿Cuál era el rubro en el que trabajaba esta familia?
Lo que sabemos es que era un comerciante minorista que vivía en el Callao, pero que tenía orígenes en el sur andino y que intentó, para cuidarse de la extorsión, mudarse a zonas rurales del Perú. Pero eso no fue suficiente para poder huir.
¿Lo seguían acosando en el sur del país?
Sí, yo creo que hay algo que no mencionamos en el reporte, pero tanto Elohim como yo creemos que la pandemia, de alguna manera, al generar el retorno de muchas personas de Lima a diferentes comunidades rurales, generó un remapeo de zonas que no estaban en el radar de algunas bandas criminales. Y, por lo tanto, si antes era más sencillo ir a una zona rural y ocultarse, el contexto pospandemia, en donde mucha gente residente en Lima empezó a generar redes en esas zonas, lo vuelve ahora más difícil. O, mejor dicho, hace más fácil que las bandas y los extorsionadores puedan ejercer su poder en territorios rurales.
Vi que estuvo atento al debate que se inició luego de que una diseñadora de modas protestó porque miembros de la comunidad shipiba quisieron cobrarle por transmitirle sus conocimientos en el tema textil.
Creo que el caso de Anis Samanez, esta diseñadora que se quejó porque los shipibos le quisieron cobrar por sus diseños, generó mucha indignación porque era algo muy concreto y porque sus declaraciones las vimos grabadas en video y, además, porque se ve el contraste de una persona con mucho privilegio quejándose o pidiendo algo gratis de una comunidad que, por toda la data y por toda la información que tenemos, tiende a mayores índices de pobreza y de vulnerabilidad. Pero no es un caso aislado, esto es manifestación de una cuestión sistemática. Lo que claramente nos ha fastidiado como opinión pública es el hurto de la propiedad intelectual. Pero eso ocurre en muchos otros niveles. Si tuviéramos que hacer una recapitulación de lo que ha ocurrido en el 2024, podemos pensar en esta compañía de alpaca y de vicuña que se descubrió que pagaba una miseria a campesinos en la región de Ayacucho, podemos pensar en los índices de pobreza de las comunidades que producen quinua. Y también podríamos pensar en los muertos que desde este Gobierno se siguen ninguneando. Entonces, yo creo que en este momento es importante hacer ese ejercicio de extrapolar ese caso en concreto y más bien ver nuestra realidad y cómo esto se replica en muchos niveles.
Me está diciendo que este es un caso más de discriminación, uno de los muchos que se dan a diario.
Exacto, yo creo que lo que ha generado el escándalo es que sea tan explícito. Pero habría que preguntarnos qué tan cómodos estamos como sociedad con una discriminación latente y generalizada.
Ahora, puntualmente sobre este caso, ¿qué puede hacer el Estado para proteger el arte, los conocimientos indígenas que algunos intentan sacar a los mercados globales?
Después de la indignación, creo que no ha habido mucha discusión sobre qué herramientas se pueden facilitar a las comunidades indígenas. Porque muchas de ellas quieren ser parte del mercado o quieren vender sus productos, porque eso les puede permitir sostener a sus familias, pero lo quieren hacer en condiciones justas. Y el Gobierno ya tiene algunas leyes, como la 27811, que permite reconocer patrimonio colectivo, porque muchas comunidades indígenas no es que tengan un autor en particular, sino que hablamos del diseño de una comunidad. Luego, Naciones Unidas tiene una oficina, que es la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual, WIPO en inglés, que ofrece capacitación a Gobiernos, a organizaciones sin fines de lucro, a grupos indígenas, sobre cómo lidiar y cómo promover leyes que protejan este patrimonio.
Una pregunta personal: ¿cómo se convirtió en el maestro peruano que enseña Quechua en Harvard?
Con respecto a Harvard, creo que desde la academia también ha habido, históricamente, un legado de discriminación. O sea, de generar una jerarquía entre qué cosa es saber y qué cosa no lo es, o qué cosa es historia. Antes se utilizaba el término prehistoria. Y la división entre historia y prehistoria era quién tenía escritura y quién no. Bajo esa lógica, todo lo que teníamos en el Perú era considerado de segundo nivel. Y en mi caso en particular, que estudié Literatura, todo lo que no estaba en un libro no era considerado literatura. Y no considerábamos como tal a las historias orales, las danzas, el arte. Podríamos pensar, por ejemplo, en los tocapus, que son manifestaciones no solamente artísticas, sino que transmiten información. Entonces, hoy, desde la academia, en mi caso desde Estados Unidos, esperamos facilitar un diálogo más fluido en reconocer estos saberes y en poder incorporarlos en diferentes disciplinas. Y a la par, trabajar con estudiantes indígenas y también con académicos indígenas. Una cosa que a mí me preguntan mucho es: “Bueno, yo no me dedico a los estudios indígenas, ¿qué tiene que ver eso conmigo?”. Y yo digo, a ver, por ejemplo, si trabajamos con agroexportación, pues se trabaja en el Perú con la quinua, con la papa, y allí hay que escuchar a las comunidades que las producen.
Deme un ejemplo más específico.
A ver, este no es un proyecto en el que yo esté involucrado, pero la Escuela de Medicina de Harvard, por ejemplo, trabaja en Guatemala en un proyecto en colaboración con parteras indígenas. E incluso han desarrollado aplicativos celulares en lenguas mayas para, por un lado, tener la accesibilidad de la lengua, pero también para saber en qué momento la partera indígena puede ser una aliada y en qué momento tienen que ir a un hospital o a una posta médica.
¿Y hay casos puntuales de alumnos suyos que hayan venido al Perú o a la zona andina de Sudamérica para aplicar lo que han aprendido con usted, el quechua?
Sí, recientemente tuve la oportunidad de asesorar una tesis sobre cómo los jóvenes quechuas en Ecuador están produciendo arte para no olvidar su lengua, para asegurarse de que sea algo para el futuro. Muchos de ellos lo hacen a través de colectivos, a través del hip-hop, y eso es algo que también ocurre en el Perú.
¿Qué les responde a las personas que dicen que en lugar de aprender quechua deberíamos aprender los idiomas de potencias como Estados Unidos y China?
Yo no creo que el debate deba ser si el quechua va a morir mañana o en los próximos diez años, por la simple razón de que no tenemos capacidad de controlar esa situación. Lo que sí creo que podemos controlar es romper el estereotipo del quechua como sinónimo de atraso, porque eso afecta la vida de millones de personas en el país. A ver, hoy, en regiones como Apurímac, que tiene un 70% de su población que habla quechua, ¿vemos infraestructura en educación y salud, de servicios, en un 70% en quechua? Hay que empezar a verlo desde ese punto de vista. San Juan de Lurigancho, el distrito con más quechuahablantes de Lima, ¿tiene avisos y carteles en ese idioma en el metro? Hoy, de cada diez personas en el Perú, uno habla una variedad de quechua. Esa persona merece ser atendida, servida y celebrada en su lengua.
Hablemos un poco de su cotidianidad en Estados Unidos. ¿Dónde estaba usted cuando se confirmó el triunfo electoral de Donald Trump en los Estados Unidos?
Para ser específico, estaba en el barrio donde se encuentra Harvard: Cambridge, en Boston, Massachusetts. Y creo que algunos de nosotros veíamos que el triunfo de Donald Trump era una posibilidad muy grande, por una mezcla de descontento por la inflación pos-pandemia y también por un populismo, frente a una subida de precios y el aparente descontrol de la migración. Trump llegó a comunicar muy bien a la población estadounidense que no quiere más migración y que no quiere más libre comercio y, de pronto, las instituciones son vistas como un obstáculo en lugar de una ayuda para la sociedad. Y por eso él quiere desmantelar el Departamento de Educación, que es el equivalente al Ministerio de Educación, quiere desmantelar o reinterpretar oficinas del gobierno estadounidense. Quiere intervenir universidades, como ya lo han hecho sus aliados en algunos estados, como la Florida. Entonces, hacia eso va. Eso es lo que estamos viendo.
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¿Le sorprendió que al menos un 53% de los hombres latinos apoyara a Trump?
Hay un libro que sacó una periodista latina. Se llama Paola Ramos…
… La hija de Jorge Ramos.
Sí, la hija de Jorge Ramos, el conductor de Univision. El libro se llama Defectors (Desertores, en español). Y habla del crecimiento o la visibilización de la derecha latina, o de la ultraderecha latina. Y lo que muestra es casos de cómo, en este afán de nosotros, los migrantes latinoamericanos, de querer pertenecer a Estados Unidos, identificamos lo que es, entre comillas, más estadounidense. Y, por ejemplo, si hablamos de la política, lo que se entiende como más patriótico, porque justamente tiene un discurso mucho más cerrado, algunos hasta podrían decir xenófobo…
… Es el Partido Republicano.
Y también porque a veces creo que, desde el discurso que en Estados Unidos se conoce como liberal, se piensa que las minorías son iguales entre sí. Y se piensa que las minorías, simplemente porque sufren de ciertas desigualdades en Estados Unidos, eso automáticamente las posiciona políticamente. Cuando en realidad muchos de ellos, muchos de los migrantes, se convierten en pequeños enclaves políticos de los países de donde migraron. Podemos pensar en los venezolanos, que son una significativa fuerza republicana en zonas como Miami. Pero también tenemos el condado con la mayor cantidad de peruanos en Estados Unidos, que es el condado de Passaic, donde está la ciudad de Patterson, New Jersey. Ahí ganó Donald Trump también. Y también es donde gana Keiko Fujimori. Entonces, creo que hay que ver esas aristas a la hora de analizar a la población migrante latinoamericana o los latinos nacidos en Estados Unidos.
Dice que es un error ver al voto latino como una unidad, como algo homogéneo.
Exacto. Generalmente, se ve el voto de Cuba, de Venezuela, más hacia la derecha, o ultraderecha, últimamente. Y más bien se piensa en el voto puertorriqueño, en el voto mexicano, excepto el voto mexicano que no es de frontera, como algo liberal.