Cusco, capital virreinal
Cuando José de San Martín tomó Lima en 1821, el virrey José de la Serna se retiró primero a Jauja y después estableció la sede del virreinato en el Cusco. Por tres años (1821- 1824), la antigua capital inca volvió a ser el centro de esta parte del mundo.
Después de la conferencia de Punchauca, donde las conversaciones entre el virrey José de La Serna y el libertador José de San Martín fracasaron, el primero optó por retirarse de la ciudad de Lima y dejarle la capital al ejército patriota sin presentar combate. Entonces, San Martín entró en la capital, triunfante, un 12 de julio de 1821. El jefe realista y sus tropas asentaron su base en Jauja, desde donde podían vigilar Lima y tener contacto con el resto del país. No contaron con que las guerrillas y los montoneros que operaban en la zona los hostigarían constantemente, ocasionándoles bajas y debilitándolos. Las fuerzas realistas se mantenían más a la defensiva en el centro del país, que a la ofensiva. El virrey y su ejército estaban en una situación difícil. Pero les llegó un salvavidas.
El 5 de noviembre de 1821, La Serna recibió una carta en la que, con tono ceremonioso y grandilocuente, la Real Audiencia del Cusco lo invitaba a asentar la sede de su gobierno virreinal en la antigua capital incaica.
Retrato de José de la Serna, conservado en su casa de Jerez de la Frontera, España.
“Un Virrey del Perú, este sublime personaje a quien si las leyes constitucionales han cercenado discretamente muchas de sus antiguas facultades […]: este distinguido e importante jefe que es V.E. no está dignamente situado en el oscuro pueblo de Huancayo u otros que le parezcan, sin un auditor, sin una secretaria proporcionada, sin corporaciones de ninguna clase con quienes consultarse en las dudas ocurrentes, y sin ciudadanos de rango e ilustración que con sus homenajes e ideas den a V.E. tal cual honor consuelo y desahogo en sus inmensos afanes y cuidados...”, decía la comunicación. La invitación hablaba de otros ofrecimientos y, sobre todo, de respaldo económico para la campaña contra el Ejército Libertador. La Serna no dudo en aceptar.
Los preparativos para la recepción al virrey fueron enormes. “Buscaron la mejor casa del Cusco, que era la llamada Casa del Almirante, del acaudalado Pablo Mar y Tapia, ciudadanos importantes prestaron su mejor mobiliario, se destinó personal para atenderlo, se nombró una comisión encargada de la recepción y se organizaron corridas de toros para darle la bienvenida. Lo recibieron de la manera más pomposa”, precisa Óscar Cáceres Quispe, historiador cusqueño, autor de la investigación La independencia en el Cusco 1821–1825. Incluso se hicieron muchos arreglos en la ciudad antes de la llegada.
La Casa del Almirante, Cusco, donde vivió La Serna durante su virreinato. Foto: Difusión
La Serna arribó al Cusco en diciembre de 1821. Los hechos dicen que entró en la ciudad por el antiguo camino al Chinchaysuyo, hoy conocido como Arco de Tica Tica. Las calles que conducían a la Casa del Almirante (hoy museo Inca) estaban adornadas de ramilletes de fl ores, arcos triunfales y coronas. La comitiva de recepción la integraban varias autoridades y la población contempló sorprendida la caravana. El Cusco, siglos atrás el centro del poder inca, se convertía en el centro del poder español.
“El historiador Charles Walker señala que, despues de Lima, la ciudad más importante y con mayor cantidad de títulos nobiliarios era el Cusco. Si Lima era la capital de España en América, la segunda ciudad era el Cusco. La invitación a La Serna habla de esa herencia colonial”, explica Oscar Cáceres, sobre la actuación de las élites cusqueñas. Como ocurrió en otras ciudades, sus autoridades y clases más pudientes no respaldaron la independencia y se alinearon con las fuerzas realistas.
El último bastión
Desde el Cusco, La Serna y sus generales planificaron con tranquilidad la guerra y lograron victorias como las de Torata y Moquegua. Incluso, en 1823 volvieron a controlar Lima. En el interín también iniciaron campañas contra guerrillas y montoneros, acabando con varios líderes rebeldes como Cayetano Quiroz, los hermanos Basilio y Baltazar Auqui, o la heroína María Parado de Bellido. Sus generales José de Canterac y José Carratalá actuaron sin compasión con los patriotas en esta etapa. El virrey incluso pidió a los cusqueños el obsequio de una espada de oro a Canterac por su desempeño militar.
Con la partida de José de San Martín del Perú y la presencia de Simón Bolívar aquí, el enfrentamiento tomaría otro cariz. El ejército español es vencido en Junín el 6 de junio de 1824. Tras ese revés, La Serna concentró todas sus fuerzas en el Cusco para lo que sería la batalla final. Resolvió ir en busca del ejército libertador y no esperar a ser asediado en la ciudad. Las autoridades cusqueñas habían apoyado económicamente durante los últimos dos años la campaña realista, con fondos y hombres, pero el dinero ya empezaba a escasear.
Historiador Óscar Cáceres Quispe, autor de La independencia en el Cusco 1821–1825. Foto: Cortesía
“Siendo el Cusco una ciudad donde se levanta Túpac Amaru, y luego los hermanos Angulo en 1814, es decir, siendo el centro de las sublevaciones contra el virreinato, es poco entendible que en esta parte final de la independencia tomen partido por los españoles. Suena contradictorio, pero si reflexionamos más habría que decir que no eran todos los cusqueños, sino la clase social que ostentaba el poder: el cabildo, la real audiencia, los mercaderes y algunas familias de rango y título nobiliarios”, explica el historiador Óscar Cáceres.
La batalla final del Ejército realista contra los patriotas se da en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824 y ahí la corona pierde la batalla y pierde también el virreinato. El poder español había acabado en el Perú. La Serna encabezó sus huestes y fue capturado herido en la batalla. Recuperado, partió del Perú en enero de 1825. En el Cusco, las clases dominantes desconocieron la derrota e intentaron nombrar un nuevo virrey: Pío Tristán, político y militar peruano. Este aceptó en un primer momento, pero finalmente desistió por falta de recursos, de un ejército y de reconocimiento del rey de España.
Los patriotas enviaron al Cusco al general triunfante en Ayacucho, Agustín Gamarra. Este fue recibido con honores y con la mayor alegría por la gente del común, el pueblo. Era cusqueño, hablaba quechua y tenía familia cusqueña. Lo declararon prefecto y organizó la proclamación de independencia el 9 de enero de 1825. La última ciudad en proclamarse independiente, el último bastión, había caído.