Domingo

Ridley Scott, inagotable e inesperado

Considerado como uno de los padres del cine de ciencia ficción contemporáneo, el octogenario cineasta acaba de presentar El último duelo, un drama histórico y feminista. Su última revelación.

Tiene 84 años, el gesto de constante antipatía, la barba blanca abultada, la manía de trabajar a un ritmo desenfrenado, tres hijos (todos directores). Lo han catalogado como uno de los padres del cine de ciencia ficción, pero sobre todo como un amante de las grandes ciudades, del vapor, la niebla y los contraluces. Ridley Scott quería ser pintor y profesor de pintura, pero como notó que le atraían más los objetivos que los pinceles, se asomó al mundo del diseño y la publicidad, y posteriormente a una incansable labor detrás de cámaras, donde ha permanecido desde hace más de cuatro décadas: la mitad de su vida dedicada a crear obras de culto y encausar el virtuosismo de su estilo en cada una de sus películas.

Scott no parece un octogenario. Por su energía y entusiasmo, podría pasar fácilmente por 20 años más joven. Su fórmula ha sido mantener un estilo de vida inagotable: “Es simplemente ‘el siguiente’ (proyecto). Lo que hago no es trabajo. Es una pasión”, apuntó en una entrevista con The Independent. Pocos cineastas como él, según la crítica, han sido capaces de traducir en imágenes los conflictos esenciales de sus narraciones y conseguir la inmersión del espectador en mundos tan peculiares y convincentes. Scott egresó de una escuela de arte, no de cine. Fue el alumno brillante que consiguió una beca de un año en Estados Unidos y, entonces, alcanzó el estrellato. Formó parte del equipo director de la BBC y dirigió más de 2.000 anuncios publicitarios, la mayor parte de ellos ganadores de premios internacionales. En el segundo milenio, el chico nacido en un condado de Inglaterra resucitó el género de las aventuras épicas con Gladiador, su único filme premiado con un Oscar.

Su padre pasaba largas temporadas fuera de casa. Su madre le inculcó una visión de la fortaleza femenina que, años después, plasmaría en su obra: sus películas han tenido como protagonistas a mujeres fuertes y resueltas a romper estereotipos de género, como la mítica teniente Ellen Ripley, de Alien, o como Thelma y Louise, la historia de una camarera y un ama de casa que despertó a una generación por su rotunda respuesta a la cultura de la violación. Ambas decidieron saltar, tomadas de la mano, hacia el único destino que las haría libres. Scott habló de heroínas antes de que se convirtieran en moda obligatoria.

En su reciente proyecto, El último duelo, vuelve a reivindicar el feminismo a través de la vida de una mujer noble que, tras ser ultrajada en la Francia del siglo XIV, se atreve testificar en contra del mejor amigo de su esposo. “Los paisajes son oscuros, nevados, neblinosos, helados. La sangre derramada no es la excepción, sino la norma. Ridley Scott lo describe con atmósfera, realismo y credibilidad”, ha escrito en El País el crítico de cine Carlos Boyero.

Film sorpresa

Un polémico visceral, un ateo “con reservas”, un frenético hombre de la tercera edad. ¿Cómo se entiende a Scott? Dentro de poco estrenará House of Gucci, la película que lleva a Lady Gaga en la piel de Patrizia Reggiani, la socialité italiana que mandó asesinar a Maurizio Gucci, el heredero del imperio familiar. Se trata de uno de los proyectos más esperados del año que, según su metodología, empezó a gestar hace mucho: “Antes de rodar —comentó Scott a la Academia Británica del Cine y la Televisión (BAFTA)—, ya tengo la película completamente dibujada en un storyboard. Es como si la hubiera filmado en mi cabeza. Cuando llego al set, no necesito guion. Solo conocer la geometría para saber dónde colocar las cámaras”. Siempre fue así, afirma. De esa genialidad está hecho.