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Domingo

Marcel Velázquez: “Para el Perú la pandemia ha sido una catástrofe social”

Profesor principal de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar.

Marcel Velázquez plantea que hay que combatir las teorías conspirativas con educación, evidencia y persuasión. Y conseguir así que más personas comprendan cómo funciona una vacuna, cómo crea inmunización y cómo es beneficiosa a largo plazo. Foto: Adriana Zolezzi
Marcel Velázquez plantea que hay que combatir las teorías conspirativas con educación, evidencia y persuasión. Y conseguir así que más personas comprendan cómo funciona una vacuna, cómo crea inmunización y cómo es beneficiosa a largo plazo. Foto: Adriana Zolezzi

Durante cuatro meses, en pleno confinamiento sanitario por el COVID-19, Marcel Velázquez emprendió la tarea de escribir una historia de las epidemias en el Perú. El resultado ha sido Hijos de la peste (Taurus, 2020), un ensayo y una gran indagación sobre las epidemias de fiebre amarilla (1868), peste bubónica (1903), gripe “española” (1918-1920) y cólera (1991) que castigaron estas tierras. El libro ha encontrado claras correspondencias entre las crisis anteriores con la pandemia actual. Hay, digamos, una continuidad histórica. El autor habla aquí de ese pasado que ha investigado y reflexiona sobre el presente.

De la lectura del libro se desprende que en cada epidemia hay hechos recurrentes. Por ejemplo, se acaba culpando de su propagación a los más pobres, los marginales, los extranjeros.

Sí. Eso no es una singularidad del Perú. Siempre que han ocurrido epidemias en la historia, se ha buscado chivos expiatorios. Y se ha atribuido la responsabilidad de la epidemia a los grupos más vulnerables, a los extranjeros, a aquellos de rasgos culturales diferentes a la mayoría de la población. Durante gran parte de la Edad Media y avanzado el mundo moderno, se atribuía a los judíos la propagación de la peste. Se decía que ellos contaminaban las fuentes de agua, que eran los causantes de enfermedades. En el caso peruano, un ejemplo de ello pasa en la fiebre amarilla de 1868 y en el de la peste bubónica de 1903. Se relaciona la propagación de estas epidemias con la población china inmigrante. Se considera que los lugares donde habitan o trabajan, el Barrio Chino, el Mercado Central, o su comida son focos de propagación. Esa conducta de atribuir las responsabilidades a otros es recurrente y las podemos ver a lo largo del tiempo. En el caso del cólera de 1991 se culpaba a los vendedores de comida callejera; en el caso de la pandemia del VIH/Sida a los homosexuales.

En el caso del COVID-19 se ha culpado a la gente que salía por necesidad de trabajar, o también a los inmigrantes venezolanos.

Así es. En el caso del Perú se atribuyó parte de la responsabilidad a los informales, a los vendedores ambulantes nuevamente. A los más vulnerables económicamente, que no podían quedarse en casa y hacer teletrabajo. Hubo un goce obsceno en disfrutar de la transgresión de las normas sanitarias por los más pobres.

Las consecuencias de la pandemia en el Perú han sido nefastas. ¿Qué puedes decir de la gestión de Vizcarra en esta crisis?

Para el Perú la pandemia ha sido una catástrofe social. En diez meses ha ocasionado más muertos que en veinte años del conflicto armado interno. A pesar de que ha habido compromiso, actos heroicos y gente que se ha fajado en primera línea, en general la gestión ha sido mala: un Estado desmantelado, una normativa hiperburocrática, mensajes comunicativos fundados en el miedo y la culpa, que traslada la responsabilidad al ciudadano. Con una ciencia y tecnología muy incipientes, que pese a todos sus esfuerzos no pudieron contribuir a controlar los contagios. Y una sociedad civil víctima de la espectacularización de la transgresión y la represión, que circuló por redes sociales noticias falsas y aceptó sin una respuesta crítica los errores del Gobierno. Siento que como sociedad no hemos respondido y ahí están las cifras para probarlo. Hemos enfrentado una tormenta poderosa con valor, pero con pocas ideas, refugios de paja y brazos de arena.

En el caso de las epidemias del pasado, ¿los gobernantes peruanos hicieron bien su papel?

Hay casos muy diferentes. La gran epidemia que sufrió Lima es la de fiebre amarilla de 1868, donde falleció casi el 4.5% de la población de Lima. En ese caso, desde la Beneficencia, el político Manuel Pardo realizó un trabajo abnegado, su gestión dejó cifras, estadísticas, hubo transparencia en la información. Muchas veces la municipalidad era la responsable de enfrentar las epidemias en el siglo XIX y parte del siglo XX. Gradualmente el Estado centraliza esa tarea. El alcalde Billinghurst, insuflado del higienismo manda a quemar el antiguo Lazareto (de Maravillas), destruye el callejón de Otaiza, toma una serie de medidas radicales que son espectaculares, pero que no revertían el avance de la peste bubónica y otras epidemias. En el caso del cólera, Fujimori tuvo una posición ambivalente. Dio cabida a nuevas ideas de salud comunitaria, pero prevaleció finalmente una mirada vertical y autoritaria en la gestión y sentó las bases para la privatización de la salud y el debilitamiento de las políticas públicas. Un buen político permite que la sociedad civil se organice y contribuya a dar una respuesta comunitaria…

En la epidemia del cólera la gente se organizó…

Ahora el Estado se comportó de una manera celosa frente a la empresa privada, la academia, la propia sociedad civil organizada. Y dio normas generales para un país que es diverso, heterogéneo. Creo que falló además el conocimiento de la historia. Porque esto de las epidemias no es nuevo. Me parece clave una reforma en los conocimientos que se brindan a los futuros ciudadanos del Perú en el colegio. Tiene que haber un mayor espacio para la historia de las epidemias en el Perú. Para comprender cómo actúa un virus, cómo se propaga el contagio, qué tipo de miedos sociales generan, qué tipo de violencia es recurrente. Lo nuevo que hemos vivido ahora es la mediatización de la experiencia de la pandemia por las redes sociales. Toda epidemia se vive mediada por medios de comunicación. Antes fue la prensa, la fotografía, la televisión.

Algo que se repite en las crisis sanitarias es la desconfianza en la ciencia, en las vacunas, y su confianza en remedios “milagrosos”.

Sí. En este momento el Perú tiene más rechazo a las vacunas que el promedio de América Latina. Aproximadamente, un tercio de personas las rechaza. Hay que combatir las teorías conspirativas con educación, evidencia y persuasión.

En tu libro citas que, en las epidemias pasadas, en el Perú había gente que se negaba a vacunarse.

Claro. La primera gran campaña de vacunación del Perú está asociada, a finales del siglo XIX e inicios del XX, con la viruela. Y la gente rehuía a los vacunadores. El vacunador era un funcionario público que iba de pueblo en pueblo buscando a personas para vacunarlas contra la viruela. Y la gente escondía a los niños, se negaba a ser vacunada. No entendía cómo funcionaba el tema de la inmunización. Se necesita ahora una gran tarea educativa, pedagogía comunicativa. Los movimientos antivacunas han recrudecido, y enfermedades controladas como el sarampión han vuelto.

¿Por qué la gente cree en teorías conspirativas, en remedios milagrosos?

La desesperación por encontrar una cura lleva a las personas a aferrarse a cualquier “solución” que se le presenta. Eso ha pasado con la automedicación de ivermectina en el Perú, incluso lamentablemente Vizcarra la defiende hasta hoy. O peor aún con aquellos que tomaban dióxido de cloro. Muchas personas están sobrepasadas por la experiencia, desconfían del poder, de las elites económicas; por eso, desconfían de las vacunas o de las políticas sanitarias determinadas por los gobiernos. Ellos prefieren refugiarse en una explicación simplista o insólita, como pensar que una vacuna te va a introducir algún tipo de chip. Suena a broma pero es una tragedia que mucha gente lo crea. Estas teorías responden a una necesidad de aquellos que no tienen acceso a información calificada y viven presa de temores, que no comprenden los cambios de la tecnología y la ciencia contemporánea. Tenemos que comunicarnos con ese grupo de población para que entiendan cómo funciona una vacuna, cómo crea inmunización y cómo es beneficiosa a largo plazo. A veces el problema de la epidemia se ve solamente como médico-biológico y dejamos de lado la historia, las ciencias sociales, cuando ellas son clave para poder persuadir a estas personas que están negándose a recibir la vacuna.

Cada epidemia sirve para que el gobernante de turno ejerza su poder, pero también para cuestionar su gestión de la crisis.

Una pandemia genera un espacio de crisis de la legitimidad política. Lo hemos vivido en el Perú, seguimos con esos remezones. Los cuestionamientos a los gobernantes se dan porque hay una demanda de solución ante la pandemia. Y a su vez los gobernantes utilizan la pandemia para desarrollar controles de la población o mecanismos de vigilancia y represión. En esa tensión de ida y vuelta, el humor juega un papel capital. Uno de los hallazgos de mi libro es justamente el valor del humor. Es algo que usualmente no se estudia cuando se ven las epidemias. Explorando en revistas antiguas, en distintos documentos, me fui dando cuenta de que las caricaturas, los textos satíricos, los chistes eran muy importantes. Porque a través del humor se crea un reino que desafía la muerte. La carcajada, la risa, la  ironía funcionan como mecanismos de libertad cultural que colocan al hombre más allá del mero determinismo biológico. Esa capacidad de reír ante la catástrofe, reír del poder, cuestionarlo, ayudan a sobrellevar los tiempos de epidemia.

¿Qué te empujó a escribir Hijos de la peste?

Como todos, desde las primeras noticias quise estar ultrainformado y leía prensa internacional y revistas de divulgación científica para entender mejor esta epidemia. Mi formación es en literatura y en historia. Conocía el libro de Marcos Cueto sobre las epidemias, y algunas otras cosas más. Pero justo había comprado hacía poco El jinete pálido de la historiadora Laura Spinney. Tenía la posibilidad de hacer teletrabajo y algunas horas libres que las invertí en leer mucho sobre la historia cultural de las epidemias y me decidí a escribir textos breves, mi cuenta de Twitter fue mi bloc de notas.

¿Tenías fichas de epidemias?

Tenía cientos de fichas de revistas y diarios del modernismo, entre ellas de epidemias. Sobre todo de la peste bubónica de 1903. Entonces fui sumando lo que tenía y así empecé a concebir la idea de un libro de ensayo desde abril. Y empecé a escribirlo de manera sostenida todos los días como proyecto desde mayo. Fue de alguna manera una especie de catarsis y de refugio también ante la experiencia de la epidemia. Escribí todos los días, durante cuatro meses, de cinco a seis horas diarias.

Ahora que el gobierno ha comprado un lote de vacunas y asegurado otras, hay voces que cuestionan la compra de vacunas chinas. ¿Qué reflexión puedes hacer?

Sagasti solucionó en semanas lo que Vizcarra no logró en meses. China es una potencia mundial en ciencia, tecnología e innovación. Sinopharm es una compañía farmacéutica que posee amplia experiencia y ha realizado sus ensayos clínicos en varios países, incluyendo el Perú. Quienes pretenden desacreditar estas vacunas hablan desde el prejuicio cultural-racial o desde el desconocimiento.

Has dicho que este libro es una forma de honrar a los muertos en la pandemia

Es un pequeño, modesto e insuficiente homenaje. Creo que como ciudadano, como parte de una colectividad, cada una de las personas que ha fallecido por esta pandemia es un muerto que debemos sentir todos. Este libro ofrece una visión histórica, cultural, de las epidemias y puede ayudarnos a comprenderlas y enfrentarlas mejor.

-Hoy se discute cómo será el mundo después del Covid-19. No sé si después de cada epidemia ha habido cambios. ¿Cómo ves lo que vendrá?

Siempre ha habido cambios. La propia estructura de las ciudades y la sociabilidad se modifica después de cada epidemia. Después de la gripe española, hay una mayor conciencia de la higiene, de la circulación del aire, de los espacios públicos. Seguramente esta experiencia de la Covid-19 va a dejar cambios de diversa índole. Al comienzo (de la pandemia) había como una esperanza de una gran transformación: que íbamos a revertir el cambio climático, que se iba a reducir la deshumanización capitalista. Eran esperanzas infundadas. Quizá los cambios sean más modestos pero significativos. Por ejemplo que la mascarilla no sea vista como algo propio del mundo de los enfermos, sino como un implemento necesario en el mundo contemporáneo. Luego también contar con un sistema de salud pública unificado, eficiente, que dé una cobertura adecuada. También hay una aceleración de los procesos digitales, en el teletrabajo, la educación remota, que ya va a ser irreversible.

Lo último es que hemos confirmado dramáticamente la relevancia de la ciencia y la importancia de buenos mediadores comunicativos y el rechazo al bombardeo de noticias sensacionalistas. Estas epidemias van a ser recurrentes. Lo que viene es un mundo en el cual producto de la catástrofe climática estamos en una interacción con animales salvajes cada vez más intensa y las zoonosis florecen, los virus de los animales van a seguir mutando y afectando a la especie humana. Creo que ha sido importante comprender que la salud pública es un problema global, acá no se salva un país o un grupo, toda la Humanidad debe enfrentar el problema de manera conjunta.

Bachiller en Comunicación Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista del Suplemento Domingo de La República desde 2003, donde también realiza labores de subeditor. Antes trabajó en el diario El Mundo. Mención honrosa del Premio Salwan 2014. Escribe crónicas y reportajes de actualidad y cultura. Ha realizado coberturas periodísticas en el país y el extranjero.