PublicacionesLa escritora Ana Izquierdo falleció esta semana. En abril del año pasado presentó El hijo que perdí, un libro en el que contaba cómo sobrellevaba la muerte de su hijo Renzo. Reproducimos un extracto de este libro como un homenaje a su memoria.,¿Por qué a mis sesenta años empezó a gustarme Pearl Jam?,Tal vez la belleza de la vida es tratar de superar la lucha Tal vez esa es la belleza de la vida: la lucha misma. Eddie Vedder Todos los días, mientras preparo el almuerzo, escucho canciones de Pearl Jam. También lo hago al trabajar en la laptop o cuando estoy en el cementerio, frente a la tumba de Renzo. Me he vuelto tan fanática de esa banda de melenudos (o ex melenudos porque ahora sus integrantes tienen más de cincuenta y llevan el cabello corto), que conozco gran parte de su discografía, la historia de muchas de sus canciones y he visto casi todos sus documentales. Hace cinco años, Pearl Jam no me interesaba demasiado, era una cosa de jóvenes, algo que no entendía muy bien. Pero la fatalidad me convirtió en una devota. Es mi manera (y la de mis hijos y otros familiares) de hacer el duelo, de recordar a Renzo, de estar cerca de él. La música contiene una memoria emotiva que nos transporta al pasado, que nos devuelve a algo que experimentamos o sentimos tiempo atrás, que nos conecta con las fibras más íntimas de otra persona. Las melodías son recuerdos sentimentales: nos evocan la sonrisa de alguien o un momento trágico. Por eso, a veces lloramos con canciones cuyo género detestamos. Renzo siempre fue un apasionado de la música. Empezó a escuchar rock a los nueve años por su hermano mayor. Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Smashing Pumpkins, Collective Soul, Silverchair. Recuerdo que mis tres hijos pasaban tardes enteras junto a los parlantes de la radio. A veces me aturdía el ruido de la música, pero no les decía nada. La prohibición y el castigo nunca fueron mi estilo. Oía las canciones a lo lejos, como si formaran parte de una costumbre doméstica, y sin darme cuenta fui aprendiendo los ritmos, el sonido de las guitarras distorsionadas, los coros a gritos. Pearl Jam era lo que más sonaba. Con el tiempo, el único de los tres que continuó escuchando a la banda fue Renzo. Sus canciones le hablaban, lo guiaban, lo hacían sentir menos solo. La música era eso para él: un modo de estar acompañado. Un refugio ante la confusión. Cuando las cosas no andaban bien, Renzo ponía Pearl Jam a todo volumen. Era como si en vez de oír canciones, mi hijo escuchara prédicas contra la desesperación. Había algo religioso en su manera de prestar atención al sonido. De hecho, durante los últimos diez años, esa fue su rutina más constante: llegaba del trabajo por la noche, se encerraba en su cuarto en penumbra y dejaba correr la música por horas. El ruido invadía toda la casa como una banda sonora que acompañaba nuestros actos. La vida de Renzo no se entiende sin la idea de Pearl Jam. Para él no se trataba solo de una banda, sino de una manera de comprender el mundo, un modo de formar su identidad. Así como otros construyen una visión de la realidad a través de libros o películas, mi hijo lo hizo con las letras y la música de su grupo favorito. Él aprendió de la vida no tanto en la calle, sino sobre todo en el rock. Me tomó algunos años vislumbrar este grado de fanatismo, pero cuando murió, todo se aclaró de pronto. Rebobiné varios episodios en los cuales su manera de pensar, las cosas que decía u opinaba, estaban dictadas por alguna frase de la banda o de su cantante, Eddie Vedder. Es raro ver cómo la música puede moldear el pensamiento de alguien, su estructura reflexiva, pero en el caso de Renzo fue así. Para saber quién era, o al menos para conocerlo a un nivel más íntimo, había que explorar en las letras de las canciones, en la personalidad de Vedder, en la historia de la banda. Al principio, en los primeros días después de su muerte, yo no podía escuchar Pearl Jam. Me quebraba con tan sólo advertir el inicio de cualquier tema. Aquellos sonidos, que por años oí desde mi habitación, eran inseparables al recuerdo de Renzo. Pero con las semanas eso cambió. Para la misa del primer mes de fallecimiento, uno de sus amigos tocó “Just breathe”, una composición que trata sobre la pérdida y el duelo. Conforme fui explorando el universo de Pearl Jam, escuchando detenidamente sus canciones y leyendo sus letras, me di cuenta de que muchas de ellas hablan de la muerte. En “Light years”, Eddie Vedder canta: “A dónde sea que hayas ido / y a dónde sea que vayamos / no parece justo / que desaparecieras. / Tu luz se refleja ahora / se refleja desde lejos / nosotros éramos solo piedras / pero tu luz nos volvió estrellas”. En “Come back”, se lamenta por la ausencia de un ser querido: “En algún lugar debe haber una puerta abierta / para que tú regreses. / Por las noches espero / la posibilidad real de encontrarte en mis sueños. / A veces estás ahí, hablándome otra vez. / Al llegar la mañana, yo podría jurar que estás a mi lado. / Regresa, regresa / yo estaré aquí”. El accidente de Roskilde No es extraño que hablen tanto de la muerte: su carrera ha estado marcada por la fatalidad. En el 2000, durante un concierto en Dinamarca, nueve chicos murieron aplastados por la multitud. Se le conoce como la “Tragedia de Roskilde”, un evento que marcó un antes y un después en la historia de la banda. Hay videos de esa noche en los que Vedder aparece arrodillado en el escenario, llorando mientras observa cómo se llevan a los cadáveres. “Me acuerdo que sacaron a alguien del público, lo acostaron, y estaba azul. Había cuarenta mil personas más esperando que el show volviera a empezar. Muchos se pusieron a cantar ‘Alive’ [Vivo], que iba a ser la siguiente canción. Fue en ese momento que mi cerebro hizo clic. Sabía que a partir de esa noche no volvería a ser la misma persona”, detalló en una entrevista. El grupo estuvo a punto de separarse tras el incidente. Para el siguiente disco, dedicaron muchas de las canciones a lo que había ocurrido. Recuerdo la primera vez que supe de la tragedia. Fue en el documental Twenty, estrenado en 2011 por los veinte años de la banda. Renzo estaba tan emocionado que insistió en que la familia viera la película con él. Compró entradas para todos: su papá, su hermana, su hermano y yo. Fuimos al cine un domingo en la noche. Él sabía que quizá no entenderíamos algunas cosas (entonces yo no conocía mucho del grupo), pero no le importaba: solo quería que estuviéramos juntos en ese momento. Compartir su pasión con las personas más cercanas era algo clásico en él. Durante dos años ahorró todo el dinero de su trabajo para ir a Francia y ver a Pearl Jam con Junior, su hermano mayor, que en aquel tiempo vivía allá. Renzo no era de esos fanáticos que tienden al egoísmo, por el contrario: cuando algo lo apasionaba, todos debíamos formar parte de esa pasión. Ahora que él ya no está, que he dejado de escuchar la música salir de su habitación, soy yo la que coloca las canciones de su banda favorita. Si antes Renzo se refugiaba en Pearl Jam para aplacar la angustia, ahora soy yo la que lo hace. Realizo mi duelo con el grupo porque siento que estoy más cerca de él. Lo mismo sucede con otros familiares y amigos: la manera en que todos tienen de recordarlo es a través de la voz de Eddie Vedder. Para el 2 de agosto del 2015, el día en que Renzo hubiese cumplido 29 años, organizamos un concierto privado de Pearl Jam. Contratamos al grupo oficial que hace los tributos en Lima y durante dos horas más de cuarenta personas nos sentamos a escuchar las canciones que acompañaron a mi hijo toda su vida. La gente bebía cerveza, algunos conversaban entre ellos, era como un concierto cualquiera, con la única diferencia de que todos estaban allí por Renzo. Días después, Juan escribió esto en su muro de Facebook: “Fue un momento extraño y conmovedor: un grupo de personas reunida solo para oír a la banda favorita de alguien que ya no está”. Era una manera de invocarlo, pero también de homenajear su vida, de honrar su pasión por las cosas que amaba. Siempre que podemos, en los aniversarios de muerte o en su cumpleaños, hacemos cosas de este tipo. Nos reunimos, encendemos la música y recordamos anécdotas o historias de mi hijo. Es lo único que nos queda para mantenerlo vivo: nuestra memoria y amor. Tomado de El Hijo que perdí (Animal de invierno. 2018)