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César Vallejo a 130 años de su nacimiento: 9 poemas para recordar al poeta universal

“Los heraldos negros” , “Poemas humanos” y “Trilce” comprenden parte del invaluable legado del poeta peruano más universal, César Vallejo.

En la región La Libertad se puede visitar la casa museo de César Vallejo. Se encuentra en la provincia de Santiago de Chuco y rinde homenaje al poeta peruano. Foto: La República
En la región La Libertad se puede visitar la casa museo de César Vallejo. Se encuentra en la provincia de Santiago de Chuco y rinde homenaje al poeta peruano. Foto: La República

César Vallejo nació en la provincia de Santiago de Chuco, región La Libertad, en Perú, el 16 de marzo de 1892. Fue autor de destacados poemarios como “Trilce” o “España, aparta de mí ese cáliz”. Su obra es considerada una de las más importantes de la literatura universal. Este 2022, se cumplen 130 años de su nacimiento, por lo que te mostramos una lista de los más celebrados poemas del vate peruano.

En 2021, Vallejo fue considerado como poeta del Bicentenario de La Libertad en el marco de la conmemoración de los 200 años de la independencia del país. Esto debido a su valor literario y su aporte a la humanidad, pues sus textos reflejan su preocupación política y su compromiso por construir una sociedad más justa, así como su ternura y melancolía.

Los más recordados poemas de César Vallejo

La siguiente lista reúne poemas de las obras más celebrada del escritor peruano, entre los que se encuentra “Los heraldos negros”, “Trilce”, “Poemas humanos” y “España, aparta de mí este cáliz”.

Del libro “Los heraldos negros”

El poeta a su amada

Amada, en esta noche tú te has crucificado

sobre los dos maderos curvados de mi beso

y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado

y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esa noche rara que tanto me has mirado

la muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.

En esta noche de setiembre se ha oficiado

mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos

se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura

y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos

ni volveré a ofenderte

y en una sepultura los dos nos dormiremos

como dos hermanitos.

Ágape

Hoy no ha venido nadie a preguntar;

ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio

en tan alegre procesión de luces.

Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan

sin preguntarme ni pedirme nada.

Y no sé qué se olvidan y se queda

mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,

y me da ganas de gritar a todos:

Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida

yo no sé con qué puertas dan a un rostro,

y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;

y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

César Vallejo, además de ser poeta,  se desempeñó como periodista. Foto: Fondo Editorial de la Universidad Ricardo Palma

César Vallejo, además de ser poeta, se desempeñó como periodista. Foto: Fondo Editorial de la Universidad Ricardo Palma

Del libro “Trilce”

XVIII

Oh las cuatro paredes de la celda.

Ah las cuatro paredes albicantes

que sin remedio dan al mismo número.

Criado de nervios, mala brecha,

por sus cuatro rincones cómo arranca

las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves,

si estuvieras aquí, si vieras hasta

qué hora son cuatro estas paredes.

Contra ellas seríamos contigo, los dos,

más dos que nunca. Y ni llorarás,

di, libertadora!

Ah las paredes de la celda.

De ellas me duelen entretanto, más

las dos largas que tienen esta noche

algo de madres que ya muertas

llevan por bromurados declives,

a un niño de la mano cada una.

Y solo yo me voy quedando,

con la diestra, que hace por ambas manos,

en alto, en busca de terciario brazo

que ha de pupilar, entre mi donde y mi cuando,

esta mayoría inválida de hombre.

LVI

Todos los días amanezco a ciegas

a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,

sin probar ni gota de él, todas las mañanas.

Sin saber si he logrado, o más nunca,

algo que brinca del sabor

o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará

hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahíto de felicidad

oh albas,

ante el pesar de los padres de no poder dejarnos

de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;

ante ellos que, como Dios, de tanto amor

se comprendieron hasta creadores

y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,

dientes que huronean desde la neutra emoción,

pilares

libres de base y coronación,

en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósforo y fósforo en la oscuridad,

lágrima y lágrima en la polvareda.

Del libro “Poemas humanos”

Hoy me gusta la vida mucho menos…

Hoy me gusta la vida mucho menos,

pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.

Casi toqué la parte de mi todo y me contuve

con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada

y en estos momentáneos pantalones yo me digo:

¡Tanta vida y jamás!¡

Tantos años y siempre mis semanas!…

Mis padres enterrados con su piedra

y su triste estirón que no ha acabado;

de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,

y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente

pero, desde luego,

con mi muerte querida y mi café

y viendo los castaños frondosos de París

y diciendo:

Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla… Y repitiendo:

¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!

¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije

todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.

Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado

y está bien y está mal haber mirado

de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,

porque, como iba diciendo y lo repito,

¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,

y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!

Considerando en frío, imparcialmente…

Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose y, sin embargo,

se complace en su pecho colorado;

que lo único que hace es componerse

de días; que es lóbrego mamífero y se peina…

Considerando

que el hombre procede suavemente del trabajo

y repercute jefe, suena subordinado;

que el diagrama del tiempo

es constante diorama en sus medallas

y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,

desde lejanos tiempos,

su fórmula famélica de masa…

Comprendiendo sin esfuerzo

que el hombre se queda, a veces, pensando,

como queriendo llorar,

y, sujeto a tenderse como objeto,

se hace buen carpintero, suda, mata

y luego canta, almuerza, se abotona…

Considerando también

que el hombre es en verdad un animal

y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…

Examinando, en fin,

sus encontradas piezas, su retrete,

su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…

Comprendiendo

que él sabe que le quiero,

que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…

Considerando sus documentos generales

y mirando con lentes aquel certificado

que prueba que nació muy pequeñito…

le hago una seña,

viene,

y le doy un abrazo, emocionado.

¡Qué más da! Emocionado… Emocionado…

Piedra negra sobre piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos…

Del libro “España, aparta de mí este cáliz”

Los mendigos pelean por España

mendigando en París, en Roma, en Praga

y refrendando así, con mano gótica, rogante,

los pies de los Apóstoles, en Londres, en Nueva York, en México.

Los pordioseros luchan suplicando infernalmente

a Dios por Santander,

la lid en que ya nadie está derrotado.

Al sufrimiento antiguo

danse, encarnízanse en llorar plomo social

al pie del individuo,

y atacan a gemidos, los mendigos,

matando con tan solo ser mendigos.

Ruegos de infantería,

en que el arma ruega del metal para arriba,

y ruegas la ira, más acá de la pólvora iracunda.

Tácitos escuadrones que disparan,

con cadencia mortal, su mansedumbre,

desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay! desde sí mismos.

Potenciales guerreros

sin calcetines al calzar el trueno,

satánicos, numéricos,

arrastrando sus títulos de fuerza,

migaja al cinto,

fusil doble calibre: sangre y sangre.

¡El poeta saluda al sufrimiento armado!

En 2022 se cumplen 130 del nacimiento de César Vallejo. Foto: Universidad de Ciencias y Humanidades (UCH)

En 2022 se cumplen 130 del nacimiento de César Vallejo. Foto: Universidad de Ciencias y Humanidades (UCH)

Masa

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando «¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate hermano!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar…

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