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Cultural

Alejandro Zambra: “Creo que la poesía entendió mejor lo infantil”

El escritor chileno presentó en la FIL de Lima 2023 su novela Literatura infantil, una mirada entre tierna y acuciosa del difícil rol de la paternidad.

El escritor se presentó en la FIL de Lima para mostrar alguna de sus más recientes obras literarias. Foto: Félix Contreras/La República
El escritor se presentó en la FIL de Lima para mostrar alguna de sus más recientes obras literarias. Foto: Félix Contreras/La República

Alejandro Zambra, el escritor chileno, dice que el suyo es un libro raro. Es una novela (o también un artefacto) en donde corre la imaginación y la realidad, sin dejar de rozar lo biográfico. O sea, también puede ser una confesión. Literatura infantil (Anagrama) expone la difícil y tierna experiencia de la paternidad.

─Sin dejar de citar a Ribeyro, ¿entregamos la posta de nuestra vida a nuestros hijos?

Yo creo que eso queremos creer, pero también está una sensación de transformación que, en realidad, más bien demuestra que la transformación es constante. O sea, estamos acostumbrados a poner palabras medio hollywoodense al describir relaciones filiales, parentales, como cultura, reconciliación, pero en realidad son vínculos que no terminan. Ahí está su misterio, en que no terminan nunca, y que revelan la naturaleza humana y a la vez son muy naturales. Uno puede teorizar un montón sobre ser padre, ser hijo, qué sé yo, pero en realidad se es padre de una persona, en particular. Y luego, claro, esto se transforma también en personaje-padre que está ahí, en la cultura, y que significa algo, pero en realidad eres alguien que hace el desayuno o que da un consejo o que juega. Entonces, eso a mí me parece muy iluminador. O sea, la sensación de que vivimos también tratando de clasificar la experiencia, distinguiendo etapas. Pero en realidad, estos vínculos más bien señalan que hay una continuidad que no se rompe nunca.

─Ser padre también es casi un ejercicio de humanidad, de descubrir nuestra naturaleza, en su fortaleza y vulnerabilidad.

Yo pienso eso. Claro, yo fui padre tardío y tuvimos mucha oportunidad de imaginarnos la paternidad y experimentarla de otra manera. Por eso me interesó siempre, incluso más allá de lo biográfico, la padrastría. O sea, este lugar intermedio, que no está definido, incluso el lenguaje lo sanciona. La palabra padrastro es peyorativa en español y en muchas otras lenguas. Yo, en el fondo, pertenezco a una generación y a un grupito, digamos, un grupo que tuvo el privilegio de imaginarse mucho la paternidad antes de recibirla y entenderla como una decisión.

─Es común que los padres celebren a sus hijos, y lo refieres como una suerte de cursilería. ¿Tuvo que vencer esa cursilería?

Sí, o ignorar el peligro (risas), porque son también como convenciones que tenemos en la cabeza, sobre todo convenciones verticales. Es muy gracioso de pronto identificarse como heterosexual, pero también tiene que ver cómo se ha narrado la experiencia desde ese lugar, porque, por ejemplo, en Chile Pedro Lemebel, que es un escritor gay, hizo que ciertas formas de la representación del heterosexual parecieran profundamente ridículas. Lo mismo pasó leyendo a Manuel Puig. Se ha ensanchado lo que podríamos entender como la representación profunda de lo masculino. Yo creo que la cursilería tenía que ver con eso, con un espacio. En cualquier caso, puede ser ignorarse el peligro o también redefinirlo. Por ejemplo, uno podría decir que en la poesía está representada poco la paternidad, pero no es tan cierto. Por ejemplo, hay un poema de Enrique Lihn, “Monólogo del padre con su hijo de meses”, cuyo sentido parece que va implícito en este libro. Yo cuando leí ese poema por primera vez, un poema con un aliento trágico, con ternura infinita, sentí que tenía una belleza muy reveladora, muy nueva. Percibí esa extrañeza cautivadora de una situación rara, la de un padre hablándole a un bebé, a una guagua. Puedes pensar que está hablándole a alguien que no lo entiende, pero no. Le está hablando a una persona nueva que viene a este mundo. Incluso te imaginas, mientras lees el poema, que el padre está así… (hace un gesto maternal).

─El poema tiene un realismo torrencial…

Claro, entonces uno podría decir, en realidad hay una emoción y que se trasmite. En la poesía, en general, es mucho más habitual la representación de la maternidad y paternidad que en la prosa. Creo que la poesía entendió mejor lo infantil. Sobre la cursilería, por supuesto es poner un poquito la cara y recibir el portazo, es correr el riesgo. Pero me parece interesante eso. Neutralizar es edulcorar, en este caso.

─Ese sentimiento de los padres de buscar su juventud en la juventud de sus hijos resulta caricaturesco.

Esa frase de Ribeyro a mí me impresiona mucho, es muy certera, porque también es una frase hermosa, pero también late allí un impulso deletéreo, o sea, una sensación sobre la destrucción, la autodestrucción. Es una frase que también da en el corazón de un problema. En el fondo, pone al hombre en otro lugar. Hay mucho padre abandonador que recién, cuando nació su hijo, se dio cuenta de que ese rol le quedaba grande.

─Tiene una opinión bastante severa sobre la expresión “literatura infantil”. Señala que es condescendiente.

Es medio chiste, también. Yo pensaba en el uso ofensivo de la palabra “infantil”. Un niño le puede decir a otro infantil, pero más bien lo que me interesa es que la literatura entera es infantil. Cuando se sobredirecciona la literatura se pierde su eficacia. Yo leo con mi hijo libros para niños, de pronto uno de los personajes opina sobre la historia del libro que estábamos leyendo sin que venga a cuento “oye, estoy pasando bien en este libro” y para mi hijo fue algo muy chistoso porque de pronto un personaje del mismo libro opina sobre lo que está sucediendo en el propio libro. Es como de pronto en Madame Bovary saliera Charles Bovary diciendo “oye, dónde andará Emma, parece que anda comprando algo, no sé. Capaz se esté gastando todo el dinero”. Claro, si eso sucede en un libro para adultos, parece supertransgresor, pero en un libro para niño es superdivertido. Entonces, como que también la literatura a la que no le ponemos apellido simplemente es demasiado seria. La literatura infantil se parece muchísimo a la literatura de vanguardia, también.

 Literatura infantil, uno de los últimos libros publicados por Alejandro Zambra, bajo la editorial Anagrama. Foto: difusión

Literatura infantil, uno de los últimos libros publicados por Alejandro Zambra, bajo la editorial Anagrama. Foto: difusión

─Ribeyro dice que los niños destruyen los objetos porque en el fondo sienten la capacidad de hacer otros mejores…

Genial. En esta larga discusión sí hay quienes tristemente suponen que son borradores de adultos y que en el fondo solo los consideran interlocutores válidos cuando ya empiezan parecerse a nosotros, justamente cuando ya no tienen interés hablar con nosotros.

─Ha dicho que criar y crear se parecen…

Se parecen más de lo que uno cree. Yo pensé mucho cuando venía en camino mi hijo en que la creación y la crianza no fueran rivales, porque es muy habitual en la vida de los hijos de escritores, eso de que “hay que guardar silencio porque papá está escribiendo”. Y es que los escritores invadimos lo doméstico, tomamos la casa. Pero en el fondo crear y criar tiene un enemigo en común, que es el tiempo. No son enemigos entre sí. Eso es lo que me gusta precisar porque tú puedes pensar que escribir se relaciona de una forma compleja con el trabajo.

─¿Cuál es la definición de trabajo?

Si se realiza un trabajo como escribir, de algún modo es una definición precisa y concreta de trabajo que lo revincula con el placer, pero luego muy fácil que ese trabajo-placer se vuelva displacentero y que entres en el paradigma vargasllosiano de escribir tantas palabras al día y como una cierta forma de habitar el mundo en que realmente se parece a cualquier otro trabajo. Ya no hay balbuceos, ya no puedes escribir libros raros como este (risas).

─Sí, su libro tiene una naturaleza rara. En ese sentido, Nicanor Parra, que también escribía poemas raros, ¿tiene que ver en su escritura?

Tiene que ver y mucho y de varias maneras. Al principio, cuando recién lo leí, choca Nicanor porque uno está buscando una cierta idea de la poesía. A los 14 años leí Antipoemas, que en ese tiempo ya era un libro muy viejo, pero sí me impresionaba mucho mis propias carcajadas y me desconcertaba y me encantaba, y la vez no calzaba eso con mi idea de la poesía; y me desafiaba y aparecía la inteligencia, pero también como una desconfianza. La inteligencia, una explosión de sabiduría mezclada con una calidez muy rara, muy chilena también. Lo conocí mucho. Él fue muy generoso conmigo. Yo edité su traducción de su libro El rey Lear. Creo que allí yo también aprendí mucho, no solo de literatura sino también sobre la vida o sobre el lugar que ocupaba la literatura en la vida.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.