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Heddy Honigmann, cine con alma y poesía

Días atrás, falleció la reconocida cineasta peruana en Países Bajos. Aquí, a manera de homenaje, una valoración de su arte y la memoria de un encuentro en París.

Cineasta peruana Heddy Honigmann había cumplido 70 años. Fotografía: Kippa.
Cineasta peruana Heddy Honigmann había cumplido 70 años. Fotografía: Kippa.

Por Patricia Matuk

En los 90, tuve la suerte -¡suertísima!- de entrevistar para Radio Francia Internacional (RFI), donde yo trabajaba, a la única hispanohablante entre los cineastas que se presentaban al Festival du Cinéma du Réel del Centro Pompidou. Con absoluta sencillez, Heddy Honigmann me habló de “Metal y melancolía” (1993), película con que participaba en esa competencia internacional: En sus regulares retornos a Lima tuvo ojo y sensibilidad para ver que si filmaba a los taxistas de la ciudad capital, haría una suerte de retrato del alma peruana, llegando al todo por las partes. Y así lo hizo, cuando filmando cada trayecto -en que casi no se ve Lima- el viaje por la ciudad fuera el lienzo en que la conversación dibujaba -a través de cada testimonio individual, casi íntimo- el lado más digno de la supervivencia. “El truco para filmarlos es hacerlo mientras trabajan, porque cuando manejan, se olvidan de mí”, me comentó.

Al día siguiente del encuentro, los despachos la anunciaban como ganadora del Grand Prix du Cinéma du Réel 1994. Habían participado como 100 películas. ¡Enorme! Entre otras cosas me contó que “Metal y melancolía” era parte de una trilogía cuyas dos facetas ya tenían título: “Amor y melancolía” y “Música y melancolía”. Si bien luego se estrenaron como “O amor natural” (1996) y “La orquesta subterránea” (1997), los cambios en los títulos no borrarían su enlace con una melancolía que, lejos de ser cavilación estéril, forjó un estilo para filmar de allí en adelante.

Así “La orquesta subterránea” era una inmersión en el universo de los músicos del metro de París, exilados en su mayoría, que, con el peso de un pasado doloroso a cuestas, sobrevivían habitados por la pasión por la música, salvadora del desaliento. De la misma manera “O amor natural”, planteado como un viaje por la palabra escrita del poeta Carlos Drummond de Andrade, era la hábil manera como la cineasta entraba en la intimidad de un puñado de hombres y mujeres que terminan hablando de la sexualidad y el amor de sus años mozos a partir de los recuerdos que les evoca la lectura.

Y, seguramente, ese primer amor que fue la poesía, para la limeña que fue Heddy Honigmann, ha sido el ingrediente principal en el estilo con que la cineasta retrata el alma humana, donde fuerza y perseverancia emergen por contraste con la sonrisa -y la lágrima-. Miro la postal de su película, que se cayó hace unos días de un viejo cuaderno. No, no viniste a despedirte, querida Heddy, sino a quedarte, grande entre las grandes.

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