El legado en la literatura de terror
El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad.
Por Ybrahim Luna
En su didáctico ensayo “Filosofía de la composición” (1846), el escritor estadounidense Edgar Allan Poe describió los pasos estilísticos y lógicos que siguió para crear uno de los poemas más emblemáticos de la literatura moderna, “El Cuervo”. En lo concerniente a cómo gestó la relación entre melancolía y belleza escribió que “la muerte de una mujer hermosa es, sin disputa, el tema más poético del mundo”.
En el extenso y especializado ensayo “El horror sobrenatural en la literatura” (1927), el escritor de Providence Howard Phillips Lovecraft hizo un exhaustivo recuento de la literatura de terror desde sus inicios folklóricos y góticos hasta sus versiones más sofisticadas a principios del siglo XX. El inicio de dicho ensayo es recordado por su ya famosa sentencia sobre la génesis de nuestros temores: “El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”.
Stephen King, el rey Midas de los “best sellers” de terror, escribió en su autobiografía “Mientras escribo” (2000): “Nací en 1947, pero no tuvimos tele hasta 1958. Lo primero que recuerdo haber visto es “Robot Monster”, una película donde un individuo con traje de mono y pecera en la cabeza se pasaba el día intentando matar a los últimos supervivientes de una guerra nuclear. Me pareció arte de una calidad bastante elevada”.
Muchos se han preguntado qué es exactamente la literatura de terror, y, sobre todo, cuál es su valor o beneficio. La literatura de terror abarca todas aquellas obras cuyo efecto final, buscado o no, es el miedo en el lector. Y quizá su valor radique en la capacidad de alterarnos psicológicamente y evidenciar nuestra vulnerabilidad hasta hacernos sentir niños otra vez, y así recordar que no hay ninguna certeza ni sentido cuando enfrentamos el mundo día a día. Quizá la literatura de terror es nuestra mejor válvula de escape para no volvernos locos y nuestra mejor excusa para creer que podemos encerrar nuestros demonios en la cárcel de la ficción.
Es necesario recordar aquí cuál es la diferencia entre terror y horror. Para el terror es suficiente hacer pensar al lector sobre la naturaleza del miedo, muchas veces inasible. El horror, en cambio, se vale de vísceras y sangre para generar temblores y náuseas en el receptor.
Tanto Poe, como Lovecraft y Stephen King tienen una multitud de seguidores y estudiosos de sus obras. Y es imposible no reconocer la herencia e influencia que el género va dejando a través de cada generación. No se pueden concebir algunas obras de King sin la influencia de Lovecraft, y de las de Lovecraft sin Poe.
Por ejemplo, en 1845, Poe publicó uno de sus cuentos más estremecedores, “La verdad sobre el caso del Señor Valdemar”, que narra el espantoso final de un experimento de hipnosis realizado sobre un moribundo. El enfermo logra detener su muerte gracias a los esfuerzos de un grupo de interesados en los alcances del “mesmerismo”, cayendo en algo parecido a un estado de coma durante meses, pero cuando es obligado a despertar de su hipnosis, el paciente, entre gritos y reclamos, se desmigaja y termina como un charco de fluidos repugnantes. En 1928, H. P. Lovecraft publicó el cuento “Aire frío”, cuya trama revela el descubrimiento que hace un hombre sobre el viejo doctor que lo atiende. El doctor necesita para vivir una habitación con un sistema de refrigeración a base de amoníaco frío. En cierta ocasión, el paciente, que se ha vuelto ayudante del anciano doctor, lo deja solo para ir a buscar piezas de reparación para el sistema de refrigeración. A su regreso, solo encuentra los restos acuosos y descompuestos del anciano, y una nota que revela que llevaba 18 años muerto y que solo el frío lo mantenía íntegro. En 1973, Stephen King publicó su relato “Materia gris”, que describe la transformación de un exempleado en un ser informe gracias a una contaminación por cervezas en mal estado. El hombre se contamina con un patógeno y empieza a cambiar de actitud, incluso se vuelve agresivo con su único hijo a quien solo recurre para conseguir más alcohol. Con los días, el exempleado se enclaustra en la oscuridad de su casa y bebe cerveza tibia hasta convertirse en una masa gelatinosa que come gatos y es sospechoso de la desaparición de algunas personas. Cuando es confrontado por viejos conocidos, ya es demasiado tarde. Su cuerpo se está dividiendo y convirtiendo en una plaga peligrosa.
El legado literario es innegable en estas historias.
El terror en la literatura tiene un largo y fecundo historial de relatos y novelas. Se pueden citar algunas obras de gran calidad y creatividad, como la desquiciante “El hombre de arena” (1817) del prusiano E. T. A. Hoffmann, “Frankenstein” (1818) de la británica Mary Shelley, la fantasmagórica La caída de la casa Usher (1839) de Edgar Allan Poe, la sobrenatural “El Horla” (1882) del francés Guy de Maupassant, “Olalla” (1885) de Robert Louis Stevenson, la romántica-gótica “Drácula” (1897) del irlandés Bram Stoker, la cósmica “La llamada de Cthulhu” (1928) de Lovecraft, e incluso “Carrie” (1974) de Stephen King.
La tradición, el legado y la valía estarán siempre en la pluma y el rigor creativo, no en el monstruo.