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Mafalda celebra su primer aniversario sin Quino

Tiene el cabello corto y las ideas largas, y a sus 57 años todavía conserva la niñez que su padre, el humorista gráfico Joaquín Lavado, le regaló

A puertas del primer año del fallecimiento de Quino, Mafalda cumple 57 años desde su aparición. Foto: composición LR / Gerson Cardoso
A puertas del primer año del fallecimiento de Quino, Mafalda cumple 57 años desde su aparición. Foto: composición LR / Gerson Cardoso

Mafalda es la protagonista de una tira de prensa argentina que estuvo en circulación durante nueve años, pero cuyo eco se siente hasta hoy. Lavar conciencias es su especialidad, beber sopa es su peor castigo y escuchar música de los Beatles es su mejor pasatiempo, aunque si de pasatiempo se trata, la pequeña prefiere verificar el estado emocional del mapamundi y, de paso, de todos los lectores, quienes siempre la han calificado de contestataria.

Contestatario es, según el diccionario de la RAE, un adjetivo que se le atribuye a aquel que adopta una actitud polémica. Contestatario fue Joaquín Salvador Lavado Tejón el 29 de septiembre de 1964, cuando decidió que la noción crítica de la pequeña Mafalda intervenga no solo en los dilemas de su tiempo, sino también en los de la humanidad del siglo XXI: la pobreza en los países y además en los espíritus, la búsqueda de la paz tanto como de la vocación, la concepción de una felicidad que no se confunda con lo fácil y, por supuesto, el respeto hacia mujeres y varones, hacia grandes y chicos.

Él fue contestatario hasta el último de sus días, cuando el 30 de septiembre de 2020, a los 88 años, decidió partir tan pronto hubo festejado el aniversario número 56 de Mafalda. Por eso, recordar a la niña es recordar a Quino y a todas las personalidades que diseñó alrededor de ese pequeño departamento de la calle Chile 371, en San Telmo, Argentina. ¿Quiénes formaron parte de ese escenario o, como diría el humorista, de todo aquello que pudiera salir de un lápiz? A continuación, las figuras que constituyen el mundo de Mafalda.

Felipe

Mafalda: Hola, Felipe. ¿Qué te ocurre?

Felipe: Nada. Que en vez de hacer los deberes me pasé el tiempo leyendo historietas. Y lo peor es que no disfruté las historietas sabiendo que tengo que hacer los deberes.

Felipe camina con los hombros hacia adelante y el pensamiento hacia atrás. Siempre nervioso y con la certeza constante de estar desaprovechando el tiempo, busca en las historietas de El Llanero Solitario una puerta para que su fantasía tenga libertad. “¡Alto ahí! ¡Soy el Llanero Solitario!”, le dice a Manolito. “¿El Llanero Solitario? ¡Mucho gusto! Mi nombre es Rockefeller, a sus órdenes”, le contesta. “Siempre hay una sarcástico materialista dispuesto a estropearnos la fantasía”, añade Felipe y regresa a la realidad, listo para superar las malas notas escolares, aunque la intención le dure poco, y para conversar con sus amigos acerca de las maneras más simples de la felicidad: el precio de los helados, las bibliotecas y la primavera.

Manolito

Mafalda: ¿Vos creés que el dinero es todo en la vida, Manolito?

Manolito: No, por supuesto que el dinero no es todo... También están los cheques.

Manolito sobresale por su habilidad para las matemáticas y también por su dificultad para las materias restantes. El talento lo heredó del padre, así como el deseo de obtener tanto dinero como le sea posible. Y a pesar de que su espíritu empresarial compite con su derecho a la recreación, sus amigos lo convencen para jugar con el trompo, aunque les cueste una contusión en la cabeza, o para cantar villancicos. “Noche de paz, noche de amor”, entona el grupillo. “Antes de continuar me gustaría saber si se entiende la letra”, pregunta Mafalda.

Susanita

Mafalda: ¿Qué vas a ser cuando llegues a grande, Susanita?

Susanita: ¡Voy a ser madre!

Susanita porta, tal vez a modo de adorno, como alguno de sus collares, un egoísmo que explica la razón de sus demás vicios: el racismo, el clasismo y la estereotipación de los géneros. Su mayor deseo es ser esposa de un hombre adinerado para luego ser madre de un doctor exitoso. Los continuos desacuerdos con sus amigos la convierten muchas veces en la antagonista más tierna, pero se trata en realidad de la representación de los defectos ante los que ceden los adultos, porque al fin y al cabo es la vida adulta una de las temáticas más cuestionadas en el mundo de Mafalda.

Miguelito

Mafalda: ¿Qué planes tenés para esta primavera, Miguelito?

Miguelito: Vivir.

Parece que su cabellera estuviera conformada por hojas de árboles, pero es en verdad su espíritu el que carga con un verde esperanza capaz de simplificar las vidas de sus amigos o de conmoverlas porque ¿quién le ofrece flores al año que viene? En el diálogo, vivir parece el plan más sencillo porque su personalidad lo empuja a apreciar el presente, salvo algunas excepciones, como cuando se cuestiona por qué no tiene la edad suficiente para poder negarse cada vez que lo envíen a hacer un mandado. Él suele ser práctico cuando se trata de dar respuestas, menos cuando le confiesa a Mafalda que de grande va a ser especialista y la pequeña le pregunta en qué... ¡Otro tema más en qué pensar! Pero sabe que tiempo es lo que más tiene.

Libertad

Libertad: ¿Te conté que mi papá a su sueldo lo llama “El Concorde”?

Mafalda: ¿El Concorde?

Libertad: Sí, por lo rápido que vuela.

Aunque fue uno de los últimos personajes en aparecer, la vinculación que existe entre su tamaño y su nombre la hacen lucir como una gigante cargada de simbolismo. No hay filtro en sus confesiones y es precisamente esa sinceridad extrema la característica que la convierte en amiga de Mafalda. El vocabulario que utiliza hace que sus intervenciones en los días de juego o en las visitas esporádicas a la casa de Mafalda sean memorables: su estatura y su glosario personal no son proporcionales.

Guille

Guille: ¡Me duelen ‘miz piez’!

Mafalda: ¡Pero claro, Guille, si te has puesto los zapatos al revés!

Guille: ¡Me duele mi orgullo!

Es el hermano menor de Mafalda y muchas veces es la voz de la conciencia de sus padres. Apenas empieza a pronunciar palabra —con el sonido “z” en lugar de “s”— despierta el deseo de ser tan ingenioso como él. Su imaginación es más grande que sus travesuras, pero tal vez más pequeña que su insistencia por permanecer cerca de Raquel, su madre. Pinta mucho, sobre todo las paredes, pero tal vez lo hace porque todo lo que quiere decirle al mundo no cabe en una hoja.

En el 2014, durante una entrevista para el suplemento El País Semanal, la periodista Leila Guerriero le preguntó a Quino: “¿Cuándo se dio cuenta de que algo importante pasaba con el personaje?”. “Nunca. Bah, con la publicación del primer libro. Hasta ese momento, yo sentía que nadie le daba mucha bolilla. Yo iba a entregar la página al diario El Mundo y el que la recibía miraba así y a veces sonreía, pero nunca me dijeron ni qué linda idea ni nada”, contestó. Ahora todos los seguidores podrían jurarle a Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Libertad y Guille que el reconocimiento hacia el talento del argentino perdurará por un rato tan amplio como la sabiduría de Mafalda.

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