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Umberto Eco y la recuperación de la ética

A los cinco años de la desaparición física del escritor y filófoso italiano, aquí una aproximación a su pensamiento en el campo de la ética.

El escritor y filósofo italiano Umberto Eco  es autor, entre otras novelas, de "El nombre de la rosa".
El escritor y filósofo italiano Umberto Eco es autor, entre otras novelas, de "El nombre de la rosa".

Por Luis Arista Montoya*

El pasado 19 de febrero se cumplieron cinco años de la muerte del filósofo y novelista italiano Umberto Eco, había nacido en Alessandría en 1932. Sus estudios de semiología, ética, estética, su teoría de las comunicaciones, de metodología de la investigación, y sus novelas han calado profundamente en el mundo académico peruano y en los lectores de sus novelas, teniendo a su clásica novela El nombre de la Rosa (1980) como punto de partida de una gran trayectoria creativa, hasta sus últimas novelas El Cementerio de Praga (2010) y Número Cero ( 2015), y sus ensayos Nadie acabará con los libros(2012, conversaciones con Jean-Claude Carriére) y de La estupidez a la locura (2016, libro póstumo de artículos para comprender a la sociedad líquida causada por la estupidez política de algunos gobernantes).

Lo que caracteriza tanto a la obra como al talante del autor es su vitalismo, asentados en una gran erudición medievalista, escrita con prosa irónica y simpática a la vez. A diferencia de ciertos escritores vanidosos, pedantes y herméticos, Umberto Eco – según sus biógrafos, sus alumnos y amigos – fue un hombre que desbordaba simpatía dentro y fuera de la cátedra, como en sus escritos, claro está.PUEDES LEER: Mario Vargas Llosa: “En Rivera Martínez no hay la menor dejadez en su escritura”

Siempre tuvo una mirada y sonrisa empáticas a flor de labios. Pues “la risa es un modo de exorcizar la muerte”, ha dicho; lo que no significa que hay que reírse de la muerte, aunque sí de ciertos muertos; “la sabiduría consiste en la convicción creciente de estar viviendo en un mundo de necios”. Hay que esperar a la parca con serenidad porque la vida es rica y compleja.

Inmortalidad

“Se escribe para la eternidad, no para pasado mañana” declaró cierta vez. Eso es ser para la vida, no para la muerte. Si tuviese o pudiese elegir – acotó- , y tuviera la certeza de que no pasaría los últimos años afectado de alteraciones seniles del cuerpo y del espíritu, diría que prefiero vivir cien y hasta ciento veinte años en vez de ochenta (en esto los filósofos somos como todos los demás). Pero es justamente al imaginarme centenario es que comienzo a descubrir los inconvenientes de la inmortalidad, declaró en cierta oportunidad

Por eso la inmortalidad de un creador y filósofo como Eco estriba en que ha de ser leído perpetuamente (para no decir eternamente), más allá del tiempo histórico situado que le ha tocado vivir. La otredad diversa y multicultural de un escritor pleno está no sólo en su derredor, sino en otros potenciales lectores - que aún no existen - que abordarán sus obras traducidas a múltiples idiomas.

Ética

Como filósofo Eco ha desarrollado una ética laica y pragmática basada en la simpatía humana que involucra tanto lo moral como lo estético. Sus primeros estudios de semiología de los signos e imágenes, y su tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, constituyen su marco teórico para construir su pensamiento moral, no formal o normativo, sino operativo para comprender los conflictos que acarrea la diversidad y diferencia entre los humanos pertenecientes a múltiples culturas.

¿Cómo se puede postular una ética agnóstica de la simpatía en un mundo de diversidades y de dogmatismos antipáticos y de posturas patéticas? Eco respondería: precisamente porque imperan esas antipatías, generadas por los fundamentalismos e integrismos; por los nacionalismos, las migraciones (que nadie puede detener en las fronteras) e inmigraciones (admitidas, legal o ilegalmente); por las doctrinas de intolerancia laica (anticlerical) y religiosa (integrismo); por los racismos salvajes, y la corrupción rampante (Véase: ¿En qué creen los que no creen?, diálogos entre Umberto Eco y el Arzobispo Carlo María Martini, Milán 1995)

Reflexionó sobre el problema de la multiculturalidad a partir del escenario europeo “invadido” por oleadas de negros, gitanos, latinos, asiáticos, que transforman radicalmente la cultura del territorio al que migran. Postuló un estudio fenomenológico de los diferentes tipos de migración, violentas y pacíficas. Con la crisis financiera en Europa (2008), por ejemplo, una gran cantidad de jóvenes en paro se desplazaron por doquier: griegos, italianos, españoles y portugueses pasaron a Alemania, Inglaterra, Francia, e incluso Brasil y Perú. ¡Cómo cambiaron los tiempos! “El planeta entero se está convirtiendo en territorio de desplazamientos entrecruzados. Las inmigraciones son controlables políticamente, las migraciones no; son como fenómenos naturales”, escribía Eco. Asistimos a un nuevo nomadismo planetario (Véase su obra Las migraciones del Tercer milenio, en Cinco escritos morales; Milán, 1997). Ahora, el coronavirus no necesita pasaporte, ninguna ley de migraciones lo ataja.

Caso peruano

En momentos en que en el Perú, el viceministro de Irterculturalidad discutió con las comunidades nativas e indígenas la reglamentación de la Ley de Consulta Previa, las ideas de Eco resultaron muy útiles. La multiculturalidad es un concepto-bálsamo creado por los ideólogos de la otredad, puesto que halagan la existencia de distintas culturas en un mismo territorio o país, pero solo buscando la coexistenncia (bajo una tolerancia convenida, pero frágil), más no una convivencia bajo una interrelación intercultural igualitaria y equitativa.

Las prácticas de desconfianza, de celo/recelo y de intolerancia enhebran el “tejido cultural” mediante una “trama” de resultados materiales y una “urdimbre” de resultados ideológicos. Pasó en Cajamarca, donde el caso Conga fue un epifenómeno de exclusión salvaje que no ha permitido un “mestizaje de culturas”, a pesar de los matrimonios inter-raciales; igualmente pasó en Tía María, Arequipa y en las Bambas, en Apurímac. Pasa hoy también en tiempos de pandemia-Convid19 y cuarentena, donde el compadrazgo vacunatorio ha generado más fragmentación social y decepción moral generalizada.

¿Qué deshacer? ¿Qué rehacer? ¿Qué hacer? Cada sociedad tiene sus propios retos. Pero hay un principio universal: “Una sociedad multicultural tiene que educar a sus ciudadanos para que conozcan, reconozcan y acepten las diferencias, no para que las ignoren” (Eco: A paso de cangrejo, Milán 2006). Y en esto los colegios públicos y privados tienes que ser casi - digo casi - equiparables, para no acentuar las diferencias; porque “democracia también es aceptar una dosis soportable de injusticia a fin de evitar injusticias mayores”. Buscando que la gente sea feliz o lo menos infeliz posible.

Una cultura no de coexistencia (te soporto porque me soportas), sino de convivencia (del nosotros) tendría que ser sincrética. “Sincretismo” no es solo la combinación de formas diferentes de costumbres, creencias o prácticas, pues una combinación de ese tipo debe tolerar las contradicciones. Y la tolerancia no será posible si no satisfacemos y ayudamos a satisfacer las cinco necesidades fundamentales que según Eco son: la alimentación, el sueño, el afecto (que incluye el sexo), el juego(o hacer algo por el puro placer lúdico) y el preguntarse por qué, que implica el ejercicio del lenguaje dialógico.

La ética de la simpatía se encarna en la mediación del afecto intersubjetivo (reaccionar afectivamente a una vivencia y conducta del otro; amor y respeto al prójimo), y en la acción comunicativa válida para el entendimiento intersubjetivo con vistas a un consenso.

(*)Profesor Investigador de la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de San Martín de Porres.

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