Cultural

Óscar Medrano: el fotógrafo de los años del terror

En el Día del periodista. Es un reportero gráfico curtido en mil comisiones. Siempre estuvo en el lugar de los hechos y con el dedo dispuesto al mínimo detalle. El terremoto de Huaraz, la violencia interna, los políticos, los rostros del Perú... Nada escapó a su lente.


Por Carlos Páucar

Lo llaman el reportero gráfico de las mil batallas, el retratista de los años de la guerra interna, el ojo del Perú violento.

Aquí, en su vivienda de Surco, el hombre que no ha dudado en captar con su lente a senderistas y a militares, a víctimas hombres y mujeres, a niños huérfanos que pese a todo juegan y le sonríen a la vida, a políticos honestos y de los otros, conversa apacible como si el mundo afuera de su casa en Surco hubiese dejado de girar.

Óscar Medrano Pérez (73) no parece darse cuenta de que es parte importante de la historia de nuestro periodismo. En estos momentos de nuestro diálogo, es un ayacuchano humilde al que nos une una taza de café. Y nos unen las imágenes, los galardones, los cuadros que adornan su oficina.

Sí, tuve miedo. En esta foto de 1982 en Ayacucho –nos señala una en que senderistas con el puño en alto despiden un féretro con una bandera y el símbolo de la hoz y el martillo– me tuve que vestir de enterrador, porque ahí no entraba ni la Policía ni nadie. En cierto momento, algunos me empiezan a mirar, se dan cuenta que estoy tomando fotos, solo disparé dos. Tuve miedo, sí.

En medio de todo, mientras escucho su periodismo intenso, ensayo una reflexión: una fotografía no es solo una parte de una realidad, detrás está la historia del que la hace. Están los años que le llevaron hacer suya la cámara y construir su registro. Una foto dice mucho también del que la impregna.

Y este hombre está unido a Ayacucho. Allí nació. Allí lo vio todo. Vio cómo la violencia se ensañaba con sus amigos de la primaria, cómo compañeros de la secundaria se perdían en el terror, y familiares eran víctimas del fuego y el desquicio.

Ayacucho sigue siendo Ayacucho, ¿no sé si me entiendes? Lo fue en los 70, en los 80, en los 90, después... porque pesar a todo lo que ha ocurrido sigue habiendo injusticias y el campo sigue siendo campo, el sufrimiento es igual, la misma corrupción en las autoridades...

En Ayacucho conoció la incertidumbre de saber que sus colegas periodistas no habían llegado a Huaychao (recuerdo que yo estuve allí y miraba las partes altas, no llegaban), poco después se enteró que habían sido victimados en Uchuraccay.

Supo de la matanza senderista de Lucanamarca y halló allí al sobreviviente Edmundo Camana Sumari, a quien jamás olvidará (la guerra nos dejó tristezas como la mirada de Edmundo).

Encontró niños sin familias y menores violadas, tuvo infinidad de anécdotas con senderistas, policías, militares, miembros de autodefensa.

Allá, a Huaychao, regresó para presentar la misma exposición “¡Nunca más!”, que llevó a Nueva York y Berlín. En sus fotos los pobladores reconocían a sus familias (este es tu abuelo, este es mi padre, decían los que acudieron).

De ese Ayacucho, de su natal Acos Vinchos, había venido a Lima a los 16 años.

Muy joven entró a trabajar a los laboratorios de El Comercio. Hacía todo tipo de mandados. Fue allí que conoció a Carlos “Chino” Domínguez. “Trataba de aprender todo y veían mi agilidad y me daban más trabajo, aprendí a revelar rollos, iba y subía al tercer piso, hasta que Domínguez, jefe de fotografía, me propuso trabajar con él”.

-El “Chino” ya era un excelente fotógrafo en esos tiempos.

-Sí, tenía un estilo, del que yo aprendí mucho. Buscaba los efectos, los gestos, los rostros, los primeros planos.

-Tu estilo de dar contenido humano a las imágenes también emociona.

-Tengo ese estilo, pero porque me he copiado de él. Digo, lo importante es gozar, sentir, la fotografía. Desde muy joven yo hacía lo que los fotógrafos con más cancha ya no querían hacer, para mí la foto era lo más importante.

-Tus fotos de políticos son especiales.

-A mí los políticos me han tenido miedo. Cada vez que me veían se preocupaban. Algunos pedían a su seguridad que nadie tomara foto. Yo me posicionaba como si estuviera descansando, decía algo en voz alta, los distraía, y ya estaba disparando.

Medrano, el que hizo historia en Caretas, cuenta experiencias donde tuvo que lidiar con las fuerzas de seguridad o terroristas para llegar al lugar de una matanza o enfrentamiento, como cuando con Gustavo Gorriti y Nick Asheshov buscaron información sobre la matanza en Parcco y debieron sortear tres controles policiales y dos del Ejército, y pese a ser detenidos en Vilcashuamán, lograron burlar a sus captores para hacer el reportaje.

El fotógrafo zurdo, el padre de cuatro hijos, no olvida lo que significó esa cobertura de Parcco o la de Lucanamarca, donde 69 personas fueron asesinadas por los senderistas a hachazos y machetazos.

Tampoco olvida los tres accidentes automovilísticos en los que estuvo cerca del adiós final. Y no olvidará los terremotos de Moyobamba en 1968 y de Huaraz en 1970, donde vio niños huérfanos, muerte y destrucción.

Tampoco olvidará el abrazo de Doris Gibson, quien le dijo que se había confundido y había escuchado Medrano en lugar de Sedano, el fotógrafo de La República, tras la tragedia de Uchuraccay. Un retraso en partir de Lima a Ayacucho lo salvó de la muerte.

-A inicios de los 80, cuando empieza la ola del terror, ya tenías a tus hijos. ¿Nunca te preocupó dejarlos solos? Muchos colegas pierden todo arrojo cuando ya tienen familia.

-Sí, creo que ese es el dilema del periodista, el temor de dejar en el desamparo a los tuyos. Justamente en Nueva York, en la exposición fotográfica, dije que yo era un irresponsable. Dejé al mando de mi mujer a mis hijos. Ahora estoy orgulloso porque los cuatros son profesionales, pero ¿qué hubiera pasado entonces si algo me pasaba a mí?

Sí, ¿qué hubiera pasado?... Hoy, al calor de una taza de café, reflexiono en lo que dice y sigo pensando que estar frente a Medrano es estar ante décadas de acontecimientos en el Perú.

El terremoto de Huaraz, Velasco, la matanza de Lucanamarca, el ataque en Huaychao, Clemente Noel en tierras ayacuchanas, entierros de senderistas, el sobreviviente Camana Sumari, Pomatambo, Parcco, Mazamari, autodefensas, sus imágenes en la CVR, los prisioneros del Frontón, comuneros en Conga, Abimael Guzmán enrejado, Alan García celebrando, Alberto Fujimori con una silla presidencial muy grande para él, Mario Vargas Llosa en el mar poco después de su derrota electoral, políticos y más políticos…

Este hombre humilde y de provincias lo ha visto todo. Su cámara ha sido testigo de un país de contradicciones y furia, de atraso y evoluciones, de conflictos y celebraciones. Madres y hombres llorando frente a restos de sus víctimas, niños sonrientes en las comunidades en medio de los años de la violencia, ronderos en Ayacucho, nativos en el VRAEM, candidatos prometiendo un mejor país...

La fotografía, a él, le sirve para registrar lo que otros no ven. Con paciencia, con el visor en el ojo siempre, con la decisión de ser el primero en llegar y el último en salir.

Por suerte mi esposa Angélica sabía que el periodismo era mi pasión. Una pasión que gozo hasta ahora”, concluye.


Comentarios

Mario Vargas Llosa - Escritor

“No es solo un documentalista objetivo y exacto. Es también un artista talentoso y honesto que busca y retrata la verdad, y rehúye el relumbrón y el espectáculo que deforman la realidad embelleciéndola o afeándola, y no es de los que utilizan la cámara para promoverse a sí mismos”.

José Luis Rénique - Historiador y docente en EEUU

“Digno representante, por cierto, de una estirpe de fotógrafos salidos del pueblo que se remonta al legendario Martín Chambi. Una estirpe que en el obturador de una cámara encontraría la clave para construir un lenguaje propio, el medio para rescatar a los suyos de la invisibilidad”.

Óscar Medrano - Hijo

“A diferencia de otras personas que conocían su trabajo, yo lo he vivido de distinta manera. A mí cada fotografía me retrotrae a esos momentos en que yo no estaba con mi padre. Pero sí sabía que él estaba cumpliendo una labor muy importante”.