Juan José del Solar es peruano y uno de los más respetados traductores del mundo hispano, responsable de célebres títulos de Kafka, Goethe, Mann y Hesse. Ha vuelto, vencido por una hemiplejia que le robó medio cuerpo. LOBO ESTEPARIO. (izq.) Del Solar revisa con insistencia cada texto: completar una sola página puede tomarle un día (foto: Carlos López). (der.) En Alemania con Pepe, en el frontis de la casa donde nació Hermann Hesse. Juan José del Solar es peruano y uno de los más respetados traductores del mundo hispano, responsable de célebres títulos de Kafka, Goethe, Mann y Hesse. Ha vuelto, vencido por una hemiplejia que le robó medio cuerpo. Aquí, es un completo desconocido. Es difícil que exista en el mundo una mercancía más extraña que los libros. Impresos por gente que no los entiende; vendidos por gente que no los entiende; encuadernados, criticados y leídos por gente que no los entiende y, lo que es peor, escritos por gente que no los entiende. Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) Por Sandro Mairata. El traductor exige al periodista copiar el aforismo de Lichtenberg. “Léeme lo que has escrito”. Escucha la cita completa. “¿Tienes bien el nombre? Lichtenberg. Georg, en alemán, no George como en inglés. A ver, enséñame tu cuaderno. Ele-i-ce-hache-te-e-ene-be-e-ere-ge. Lichtenberg. Después me lo mandas para corregir. Este aforismo es muy bello… Acá te tengo otro”. Ya tenemos más de dos horas conversando, es hora de partir. “Cópiate éste, te lo dicto”. Señor Del Solar… “Aquí, donde las enfermedades son tan baratas y los medicamentos tan caros. ¿Lo tienes? Es fantástico, parece que Lichtenberg se refiriera al Perú, ¿no? A ver, préstame tu cuaderno para ver qué has escrito”. Pese a que solo unos cuantos conocen su rostro, el trabajo de Juan José del Solar Bardelli es admirado y sigue cambiando la vida de millones de personas en todo el mundo hispanohablante. Es el traductor al castellano de más de ochenta títulos, entre otros, el Siddharta de Hermann Hesse, casi la totalidad de las obras de Elías Canetti (quien lo nombró su traductor oficial) y La Metamorfosis de Franz Kafka, reconocida por la editorial Galaxia Gutemberg como “probablemente la mejor versión castellana de este relato”. “Sí, pues, mira la primera frase. Cuando, después de una noche de sueños agitados, Gregorio Samsa despertó, se vio convertido en un horrendo bicho. ‘Bicho’, la palabra ‘bicho’ fue un problema porque en alemán quiere significar algo así como ‘sabandija’, y Kafka no utilizó la palabra alemana “Insekt”. En castellano iba más como ‘alimaña’, así que opté por ponerle ‘bicho’. Suena mejor. Así es mi trabajo. Un traductor que no va más allá no es buen traductor. Cada obra, dependiendo del texto y del autor, demora distinto en traducirse. Huy, si te contara. A veces puede tomarte todo un día solo para una página”. Del Solar nació en Lima hace casi sesenta años. No tiene familia alemana, no estudió en colegio alemán. Fueron unos cursillos que tomó por curiosidad en el Instituto Goethe “hace ya muchos años” los que despertaron su imborrable fascinación por ese idioma. “Tiempos de buenos recuerdos”. ¿Y fueron buenos sus viajes? “Claro que sí. Conozco lugares insólitos, a los que estoy seguro nadie va nunca. Tienes que poner ahí que Grecia es probablemente el país que más quiero. Cómo quisiera volver allá. Por culpa de esta enfermedad que me tiene así no puedo”. Hace siete años, Del Solar se disponía a cenar con unos colegas en un centro internacional de traductores en el sur de Alemania, cuando decidió buscar algo en su habitación. Pasó casi media hora y no volvía. Una colega moscovita, Galina Kossarik, fue quien lo encontró desmayado. Meses antes, Del Solar se había estado tratando en España de una flevitis en la pierna derecha con médicos locales. El coágulo, sin resolver y sin aviso, subió atravesando el corazón causándole un infarto cerebral. Echado en un sillón masajeador encendido en todo momento, le pide traer los diplomas a José Luis, “Pepe”, su enfermero cusqueño que aún sonríe cuando recuerda que el año pasado voló por primera vez fuera del Perú acompañando al paciente a Alemania, nada menos. Se turna cada 24 horas con otro enfermero llamado Tito. El sillón emite un sonido oscilante que le iría mejor a una nave espacial. “Este es un diploma que me dio el Gobierno de Austria por mis trabajos de traducción”, du-ro-ru-ro-ru-ro-ru-ro hace el sillón. “Este otro es del Gobierno Español, el Premio Nacional a la Obra de un Traductor 2004. Y este de aquí es el Premio de Traducción Herman Hesse de Alemania…”. Du-ro-ru-ro-ru-ro-ru-ro. “Me era imposible continuar en Europa estando solo en este estado”, dice Del Solar. “Aquí tengo una hermana y algo de familia, aunque no muy cercana”. Un asistente tipea en el computador para él, vive al cuidado de Pepe y Tito. Entrega puntual sus textos mediante la Internet y recibe ejemplares de adelanto. “Eso de la piratería es terrible. Por un lado es indicativa del interés de los peruanos por leer, por el otro es inconcebible que haya impuestos a la cultura. Mejor que se cobre por los artículos de lujo, no por aquello que enriquece el espíritu de la gente, ¿no?”. “Tengo una cita de Lichtenberg adaptada por mí a mi oficio. Pasa que no estudié traducción porque en mi época no existía como carrera; yo soy filólogo y traductor de corazón. Te la dicto y la pones: Los traductores somos los esclavos negros en las plantaciones de la literatura. Muy buena, ¿no?”. A traición El traductor es un traidor, reza uno de los más viejos adagios de una labor que nunca obtiene un producto 100% redondo. Todo depende de quien traduce. ¿Dónde se aprende a transmitir el genio de Víctor Hugo o de Tolstoi a otra lengua? Muy pocos conocen al traductor de su novela de cabecera, aunque escritores como Borges, Vargas Llosa y Ribeyro también pasaron al castellano trabajos ajenos. La crítica Francine Prose se quejaba en el 2001 de que las pobres traducciones al inglés del Pedro Páramo de Rulfo habían limitado su difusión a solo “un par de insípidas ediciones”, mientras que la “magnífica versión que Gregory Rebassa hizo de Cien años de soledad de García Márquez aumentó la velocidad con que se le reconoció y acogió como una obra maestra” en Estados Unidos.