En su ruta al Cusco, Los Nuevos Chaskis del Perú llegaron a Andahuaylas, cumpliendo una etapa más del evento organizado por el Instituto Peruano del Deporte (IPD), una prueba que va mucho más allá de una megacarrera, porque cada paso cierra las fracturas que existen en nuestra sociedad, como se evidencia en esta crónica especial para Rumbos.,Iván Reyna/ Revista Rumbos “La sangre del pueblo tiene rico perfume, huele a jazmines, violetas, geranios, a pólvora y dinamita”, cantaba y tocaba la guitarra, Javier Ircañaupa. Estábamos en un cuarto del hotel García de Vilcashuamán, y los demás éramos una compañía lamentable, apenas balbuceábamos las canciones, salvo las clásicas como Flor de Retama. Ya los chaskis habían recorrido la mitad del trayecto entre Pasco y Cusco y las barreras sociales y culturales se estaban disipando. No del todo claro, yo no conocía la mayoría del repertorio musical ayacuchano, y ellos no sabían quién era Joaquín Sabina. Por cierto, el hotel donde nos encontrábamos no olía a pólvora ni dinamita, pero tampoco a jazmines y violetas. Baño común, agua fría y cuartos modestos. Olvídense del wifi. PUEDES VER: Cajatambo, montañismo en las alturas de Lima | FOTOS Foto: Martín Chumbe Pero nadie se quejaba. Luis Alberto, el padre de Javier, que también participa en esta cuarta edición de Los Nuevos Chaskis del Perú, vive en el barrio Pueblo Libre, casi en la punta del cerro Picota, en los extramuros de Huamanga, y debe despertarse todos los días a las tres de la madrugada, para ir caminando hasta el mercado donde trabaja de estibador, cargando pesados bultos todo el día. Se podría decir que toma esta competencia más como unas vacaciones que como un agobiante esfuerzo físico. Por cierto, hay una segunda lectura respecto al bajo nivel de los hospedajes y restaurantes de Vilcashuamán. Y que es parte del objetivo de esta mega carrera, que no solo busca rescatar nuestra identidad y mejorar nuestra autoestima como peruanos, sino dar a conocer sitios realmente notables como Vilcashuamán, con un magnífico templo inca del sol en plena Plaza de Armas, y el ushnu (especie de pirámide sagrada frente a una plaza ceremonial) más grande del Perú a dos cuadras de distancia. Foto: Martín Chumbe Con esto quiero decir que evidentemente ciertas políticas no están bien orientadas. Especialmente si en el tramo que cubrieron los chaskis entre Huamanga y Ayacucho también pasa por el Intiwatana, un admirable complejo arqueológico frente a la laguna Pomacocha que no tiene nada que envidiar a los más pintaditos monumentos incas del Cusco; y además la ruta bordea Titankayocc, el bosque de puyas de Raimondi más extenso del país. Y con la pavimentación de la carretera entre Huamanga y Vilcashuamán, no hay ninguna excusa para no convertir a esta zona en un privilegiado lugar turístico. Con hoteles y restaurantes de primera y un ingreso económico importante para la población. Y esto se repite en otros lugares (como el puente inca de Yanahuanca, el bosque de piedras de Huayllay, el lago Chinchaycocha, Sóndor, Saywite y muchos más). Perú, tierra de fondistas Además, claro, de promover el deporte y las carreras de fondo en el Perú, que en los últimos años ha tenido un crecimiento geométrico. Como nunca, seis maratonistas nacionales acudirán a una Olimpiada. Y solo porque era el máximo cupo permitido por país, pues 15 deportistas más habían superado la marca exigida para poder ir a las Olimpiadas de Río. Por supuesto, estos logros no se dieron de la noche a la mañana. Hasta el viaje más largo empieza con un primer paso. En este caso el primer paso lo dio Eduardo Beingolea, asesor del Instituto Peruano del Deporte (IPD), quien ideó revalorar a los chaskis, el Qhapac Ñan y nuestras olvidadas maravillas culturales y de naturaleza, con un proyecto que se articulaba perfectamente con el Programa Nacional de Maratonistas y los Centros de Alto Rendimiento que ya había instituido el Instituto Peruano del Deporte (IPD) en varias regiones. Hoy, los chaskis partieron de la localidad de Uripa, en el valle del río Pampas, hacia Andahuaylas. Fue inevitable visitar la pirámide de Sóndor, máximo exponente arquitectónico de la nación chanka. Ya estaban en el corazón de Apurímac, luego de atravesar las regiones de Pasco, Junín, Huancavelica y Ayacucho. Pero también, sin duda, estaban en el corazón del pueblo que los recibió con cariño, aplausos y orgullo no reprimido. Foto: Martín Chumbe En esta jornada recorrieron 142 kilómetros entre Andahuaylas y Abancay, sin dejar de lado el magnífico ushnu de Curamba, en el distrito de Kishuará, ni tampoco el soberbio puente colonial de Pachachaca. Mañana, estos bravos descendientes de los hombres que cumplieron la misión de ser la línea de transmisión de información y productos de un imperio, ingresarán al Cusco por Saywite y Curahuasi, luego de bordear el Santuario Nacional de Ampay, nevado que se resiste a los embates del cambio climático. La sangre de estos nuevos chaskis también tiene rico perfume: huele a molles y queñuales, a polvo de caminos incas olvidados, a siglos de vientos que barren piedras milenarias de monumentos que demandan una reivindicación, a la furia de un puma herido, a impalpables racimos de nostalgia agraviada.