Hortensia Campanella fue muy amiga del autor uruguayo. Es responsable de la edición de Obras Completas del autor de Juntacadáveres Pedro Escribano Un día en 1978, sin otro título que el de ser uruguaya exiliada y periodista free lance, le pidió una entrevista. Juan Carlos Onetti se la concedió. Se hicieron grandes amigos. La filóloga Hortensia Campanella, ahora directora del C.C. de cultura de España en Uruguay y responsable de la edición de las Obras Completas de Onetti, está en Lima para celebrar el centenario del nacimiento del autor de Juntacadáveres. Aquí el testimonio de esa amistad. –¿Cuándo conoció a Juan Carlos Onetti? –Lo conocí en persona en 1978 y lo frecuenté. Nos hicimos amigos hasta el mismo momento de su muerte. Fue por casualidad. Yo estaba exiliada, en Madrid, y empecé a hacer entrevistas como free lance a escritores. Le pedí una entrevista y me la concedió, por lo tanto no era, como dicen, tan huraño. Hubo empatía con nuestras respectivas parejas y se estableció una relación de familia. Leí sus textos de esa época, digamos, de primera mano, tirada en la cama, al lado de él. –¿Tenía timidez de hielo? –Era tímido sin duda, pero yo creo que lo fundamental es que a esa altura de su vida, no olvidemos que ya tenía casi 70 años cuando lo conocí, él lo que hizo es lo que haríamos cualquiera de nosotros si tuviéramos entera libertad, la de elegir a los amigos y no tener que soportar a quienes no nos gusta. Él era una persona muy cálida, irónica, juguetón. Le encantaba las bromas. Mucha gente tiene notitas, poemas de broma. ¿Huraño?, no. Esa palabra creo que no lo describe. –¿Escritor de exilios interiores? –Él no era una persona que buscara a las multitudes, no iba a ferias, menos a firmar libros. No buscaba el contacto con los lectores, pero eso tiene que ver con una concepción de lo que es la escritura para Onetti. Benedetti, por ejemplo, escribe para los demás, Onetti decía que escribía para él y que si lo leen otros, estupendo, pero él escribía pensando en sus demonios, en los personajes que están dentro de su cabeza, no buscaba al lector. –¿Se autoexcluía? –No se sentía cómodo con las masas, pero es muy difícil hablar de autoexilio porque él hablaba con mucha gente. Estaba enterado de todo. Leía todos los periódicos de España, los que le venía de Uruguay, de Argentina, es decir, estaba al tanto de lo que pasaba en el mundo, de los conflictos bélicos y hasta de un chisme de un ministro español. –Sus personajes tienen una tensión de frustrados, a veces de malditos. –Bueno, él siempre hablaba del Eclesiastés, que todo estaba en el Eclesiastés, de la Biblia, aunque no era religioso. Él decía que era una terrible injusticia el nacer para morir, nacer con la condena de que uno va a morir. Más que frustrados, sus personajes son depresivos. Yo siempre digo que el existencialismo de Onetti no es tanto el de Sartre sino más bien el de Dostoievsky. La depresión que surge de esa comprobación de que todos terminaremos en la muerte. –¿Para él cuál de sus libros era el mejor? –Él decía, una de mis novelas es perfecta desde el punto de vista de la estructura, que es El astillero; otra, que es la más compleja, es La vida breve, pero hay otra, la que yo quiero, que es como una nena, aunque sea feúcha, pero es la que uno quiere más, esa es Los adioses. no hubo química –¿Onetti hizo amistad con Borges? –Sí, se conocieron mucho. Al principio, tuvieron un contacto muy poco fructífero, digamos que no se leyeron mutuamente. Borges no leyó a Onetti, eso está claro y desde el punto de vista humano, a pesar de que Emir Rodríguez Monegal hacía puentes, no hubo química. Eso fue en los años sesenta más o menos, pero luego en España se vieron en lugares, en cenas, en reuniones, y Onetti valoraba la poesía de Borges, pero yo creo que Borges no sabía nada de Onetti. El dato Testimonios. Prosiguiendo las conferencias sobre Onetti, esta noche en el C.C. de España participan Mario Vargas Llosa y Hortensia Campanella. La cita: Natalio Sánchez 181, Lima. 7 pm. Libre.