Cuando el 6 de marzo del 2020 se confirmó el primer caso de coronavirus en el Perú, pocos imaginaron que a partir de ese día la vida como la conocíamos quedaría en el pasado. Los estragos que causaba el SARS-CoV-2 en Asia y Europa se veían lejanos en ese entonces, aunque no para todos.
La médico intensivista Rosa Luz López comprendió que nuestro sistema de salud, abandonado por décadas, no sería suficiente, y “necesitábamos prepararnos para un embate que nos iba a vapulear como si fuéramos un barco de papel”.
Y no se equivocó. Un año y medio después, el virus ha cobrado la vida de casi 200.000 peruanos: un número que esconde a la misma cantidad de familias que aún lloran por sus seres queridos. López lo sabe mejor que nadie, pues ha tenido parientes que han ido a su casa a pedir una cama UCI.
También hubo días en los que su teléfono sonó más de 50 veces. Le rogaban, exigían y hasta amenazaban de muerte por un espacio, pero los recursos, materiales y humanos, eran insuficientes, incluso desde antes de la pandemia, y no era posible salvar a todos.
“Uno se va a su casa sabiendo que ha quedado tanta gente sin atender y al día siguiente verifica que muchos de los que nos pedían cama ya han muerto”.
Para López, el peor día de todos fue durante el pico de la segunda ola, cuando llegó a tener 53 personas de prioridad y 123 en total esperando por una cama disponible. Son 28 años que trabaja en la unidad de cuidados intensivos de un hospital público y sin duda esta emergencia ha sido su mayor reto.
Rosa López, Coronavirus en Perú
Hasta antes de la llegada de la pandemia, Pablo Santivañez había visto a cientos de personas llegar al hospital de Ate, donde trabajaba como jefe de mantenimiento.
A pesar de esta proximidad, enfermarse parecía algo lejano para él. “Siempre he sido alguien que nunca tuvo complicaciones. Era sano”. Pero en diciembre el virus lo convirtió en parte de los más de 2,1 millones de peruanos que se han contagiado con este mal hasta ahora.
Al principio parecía tener una simple gripe, pero la fiebre no bajaba y el malestar cada vez era peor, por lo que decidió realizarse una prueba de descarte, que dio positivo. Los primeros días estuvo en casa controlando su saturación, pero en poco tiempo esta bajó.
Cuando llegó al hospital, no se imaginaba que su compromiso pulmonar era del 90%. “Me dijeron que tenía que autorizarme yo mismo para que me hagan todas las intervenciones”.
Luego de firmar el documento lo intubaron y despertó dos meses y medio después. “No sabía en qué lugar estaba. Miraba al techo, miraba la ventana, miraba a la gente a mi alrededor, sorprendido de vivir”.
El cuerpo de Pablo reaccionó pese a que el pronóstico inicial no fue el mejor. Tuvo la suerte y bendición -como él lo llama- de abrir los ojos, mientras otros pacientes de la sala nunca lo volvieron a hacer.
Ha pasado medio año desde que le dieron de alta. Salió con 51 kilos, 37 menos que cuando entró. También tuvo que aprender a caminar de nuevo. “Es como si uno volviese a nacer”.
Hoy ya puede bajar las gradas, aunque aún debe sujetarse de la baranda, pero está seguro de que dentro de poco podrá hacerlo sin ayuda. “Yo creo que ya voy a estar listo para volver a trabajar”. Por el momento, mientras espera el día, continúa, ya vacunado, con sus terapias.
El 7 de febrero, millones de personas veían con emoción la llegada del primer lote de vacunas al país. Después de una primera ola que había golpeado duramente a regiones como Loreto y en pleno ascenso de la segunda ola, el fármaco era un rayo de esperanza.
Dos días después inició la inmunización del personal de salud y también del expresidente Francisco Sagasti, cuyo objetivo era generar confianza en la vacuna. La licenciada en enfermería Liz Gómez Quispe recuerda el momento como si fuese ayer. Ella viajó desde el distrito de Santa Rosa de Sacco, en Junín, para aplicarle la primera dosis al mandatario.
Aún denota emoción al contar este momento. El jefe del Estado quiso conocerla antes de aparecer delante de las cámaras para presentarse y consultarle qué debía hacer, qué brazo descubrirse, y otros detalles. Tras administrarle el suero, mientras reposaba, le dijo que “tenía manos de ángel”, pues no había sentido dolor alguno.
Gómez tiene 16 años de experiencia en la aplicación de vacunas en zonas rurales. Viajaba en carro por horas y también caminaba largas distancias a más de 4.300 m s.n.m.
Desde junio, la licenciada en enfermería Jessica Valerio sigue esos mismos pasos para llevar las vacunas contra la COVID-19 a la población de Marcapomacocha, en Junín. Tuvo que viajar durante horas a La Oroya para recibir el primer lote de Pfizer.
Un día su jornada terminó a las 11 p.m., pues, debido a que el frasco es para seis dosis y una vez abierto su duración es de seis horas, tenía que encontrar a una sexta persona para aplicársela. Caminó hasta lograrlo.
El tiempo de camino entre la casa de un poblador y otro puede ser de hasta una hora, aunque en días lluviosos tarda más. A veces recorre un trecho en auto y otro a pie. A eso se suma el hecho de que hay gente que no quiere aceptar la vacuna por miedo o desconocimiento.
Vacunación en Perú
Precisamente, Wilmer Ortega, de 51 años, era parte de ese grupo que temía que el fármaco le hiciera daño. Padece de hipertensión y le habían dicho que no podía vacunarse por ello.
“Antes de eso también había escuchado en la televisión y leía que la vacuna le hizo mal a algunas personas, incluso se murieron, entonces tenía temor”.
Pero, tras acudir a un médico, este logró convencerlo de que no tendría inconvenientes. El 25 de julio fue por su primera dosis y el 15 de agosto volvió por la segunda. Ahora está tranquilo.
Incluso intenta convencer a sus dos cuñados de vacunarse. “Piensan que es una patraña del nuevo orden mundial, que los grandes empresarios del mundo quieren dominarlos”. Hasta ahora ha podido cambiar su “no” a un “más adelante”.
Wimer Ortega, Paciente COVID-19
La intensivista Rosa Luz López resalta la importancia de la vacunación, sobre todo ahora que se viene una tercera ola. Asegura que su llegada es inminente, pero es la magnitud lo que se desconoce porque depende de diversos factores, entre ellos las variantes que van ganando terreno en nuestro país, como la gamma y delta.
La primera ola nos había dejado imágenes llenas de dolor y desesperación que se pensó que no podrían empeorar, pero, pese a las proyecciones, ni siquiera las autoridades se imaginaron que la segunda ola nos golpearía con más fuerza.
En abril se alcanzaron los picos más altos de nuevos contagios y fallecidos de toda la emergencia. Las filas de tanques de oxígeno esperando ser llenados para llevar un suspiro de vida a alguien eran interminables.
Al comienzo se pensó que la variante gamma era la causante de los estragos, pero el experto en biología de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) Pablo Tsukayama y su equipo detectaron una mutación que si bien en un principio no llamó la atención, resultó ser la que estaba presente en el 80% de muestras analizadas.
La idea de secuenciar el genoma del virus para ver cómo se movía en Perú nació un año antes. “Fue una colaboración entre UPCH, INS y PUCP inicialmente, con financiamiento de Concytec. Financiaron proyectos de emergencia y el nuestro fue uno de los ganadores”.
La variante que terminó siendo considerada de interés por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y llamada lambda habría aparecido primero en Perú. Su presencia en nuestro país data de diciembre y se expandió a otros como Chile, Argentina y Ecuador, pero no en la misma magnitud que acá.
“Brasil tiene su variante, ahora sabemos que Colombia tiene su variante, llamada mu, entonces no es un hecho aislado”. Esto responde a la transmisión casi descontrolada que hubo en Sudamérica.
“La lección no es ‘descubrimos lambda y ya, qué bacán’, sino que hay que estar todos los meses mirando qué hay de nuevo”. Pero para lograr esto se requiere que compartan la información en tiempo real para lograr una vigilancia global y no solo del COVID-19.
Tsukayama cree que es posible que la variante lambda desaparezca y las próximas protagonistas en la tercera ola sean otras. Ante ello, nuestra única defensa es mantener las medidas de bioseguridad y avanzar con la vacunación.
Pablo Tsukayama
Son casi 550 días desde que supimos de la llegada del virus al Perú; 18 meses en los que la pandemia nos quitó más de lo que se podría enumerar. En este tiempo, Rosa Luz pasó de ser doctora a paciente también, y pese a que ahora conoce más de esta enfermedad, admite que el temor sigue presente.
Como ella, cada uno de los peruanos libró su propia batalla contra el virus. Todos con la esperanza de que esos frasquitos que recorren largas distancias bajo el cuidado de Jessica y otras enfermeras nos devuelvan un poco de la “normalidad” que conocíamos hasta hace 18 meses.
Cuarentena. En Perú inició el 16 de marzo hasta el 1 de julio del 2020, siendo una de las más largas del mundo.
Muertes. Desde marzo del 2020 ha muerto un promedio de 15,5 personas por hora, dice el analista Rodrigo Parra.
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