Es frecuente leer en diversos artículos de opinión que tenemos un congreso populista. En el contexto que se suele usar esta palabra, el término se emplea sobre todo como una crítica o como una forma de desvalorizar el comportamiento de los parlamentarios. Casi siempre está asociado a una antigua forma de entender el populismo que estaba vinculado al uso de los recursos fiscales con el objetivo de ganar apoyo de la población. La asociación entre populismo y comportamiento de congresistas también se presenta en diversos análisis cuando hay alguna promesa demagógica o una medida que busca favorecer a algún determinado grupo ¿Tenemos un congreso populista? Si tomamos en cuenta a las agrupaciones que están hoy en el congreso, la respuesta es no ¿De qué populismo parlamentario se está hablando cuando tenemos un congreso cuyo nivel de desaprobación está alrededor del 95%?
Ha comenzado un nuevo período legislativo y la elección del presidente de la mesa directiva ha sido fuertemente criticada por sus vínculos con la actividad minera ilegal (que en el 2023 produjo casi el 40% de la producción de oro nacional). No es el primer congresista ni el único vinculado a esta actividad, pero su presencia en la mesa directiva del congreso ha llamado la atención. Los grupos parlamentarios no solo han aumentado (ahora son 13), sino que se han reacomodado en su composición. Muchos congresistas se han pasado de una a otra formación, en buena medida motivados por la participación en comisiones. ¿Qué tienen en común estos dos hechos? Que estas decisiones, en la mayoría de los casos, tienen que ver con el interés de muchos parlamentarios por canalizar leyes a favor de determinados grupos vinculados a ellos. ¿Es eso populismo? Buena parte de la agenda legislativa no está pensada para contentar al “pueblo” o para conseguir el apoyo ciudadano. Está orientada a pagar o conseguir favores, al uso patrimonialista, al clientelismo o a la demagogia, eso ni siquiera es populismo. No hay que olvidar que el 2026 no solo se celebran las elecciones generales, sino que también se realizarán las regionales y municipales. El destino de muchos de los actuales inquilinos de la plaza Bolívar se desarrollará mirando la posibilidad de beneficiarse de alguno de estos procesos.
En la actualidad no hay un consenso con relación a la conceptualización del populismo. Sin embargo, si lo hay con relación a qué cosas no lo son. Una de ellas tiene que ver con la ya señalada asociación entre uso de los recursos fiscales con fines políticos y populismo. Desde la experiencia de América Latina se suele señalar el gobierno de Fujimori o el de Menem en los noventa para mostrar que el populismo y la disciplina fiscal pueden ser parte de un mismo discurso y acción. Hoy, en Europa hay diversos partidos que se caracterizan como populistas de derecha donde la laxitud fiscal no se encuentra como parte de sus propuestas ni medidas.
El populismo se entiende de diversas maneras, pero en todas ellas se subraya la búsqueda discursiva de establecer una relación antagónica entre el pueblo y grupos de poder donde la democracia debe ser la expresión de la voluntad popular. Qué se entiende por “pueblo” y grupos de poder, dependerá de los contextos y de las ideologías asociadas. El populismo puede ser de derecha como de izquierda. El primero se asocia más al nativismo y a las actitudes antimigratorias y exclusionistas donde los organismos internacionales son parte de los grupos de poder contrarios. El segundo, el llamado populismo inclusivo, reclama para el pueblo un reconocimiento de derechos políticos, económicos e identitarios y establece un antagonismo con grupos económicos o políticos. ¿Hay algo de esto en nuestros parlamentarios? Muy poco.
En términos teóricos, hay diversos enfoques para caracterizar el populismo. Está el llamado enfoque estratégico, que lo conceptualiza como una cultura plebiscitaria donde se privilegia la relación directa entre líder y pueblo obviando instituciones intermedias (Weyland). Esto llevaría a favorecer una democracia iliberal, donde los objetivos de justicia e igualdad se lograrían a costa de la división de poderes. El enfoque ideacional (Mudde) conceptualiza el populismo como una ideología "delgada", poco desarrollada, esquemática, que se basa en la división discursiva entre un "pueblo puro" y una "élite corrupta" donde las decisiones políticas deben responder a la voluntad popular antes que al debate de ideas. Una tercera forma, es el enfoque discursivo-performativo (Moffitt), que entiende que el populismo no es una ideología ligera sino un tipo de discurso o actuación política orientada a crear y representar la identidad del "pueblo". Se le ve como parte de un proceso de comunicación política, que incluye tanto elementos verbales como no verbales, donde los actores políticos buscan crear una identidad colectiva de oposición entre pueblo y élites.
Fujimori en los noventa tuvo un discurso antipolítico, en particular de anti-partidos. Vizcarra construyó un discurso populista donde el congreso era el grupo de poder antagónico. El primero disolvió el congreso y mantuvo altos niveles de aprobación. El segundo fue destituido cuando tenía 77% de aprobación y el congreso 90% de desaprobación (Instituto de Estudios Peruanos-IEP, noviembre 2020). En estos casos se puede hablar de populismo. Hoy el comportamiento de la mayoría de los congresistas no es populista, más bien, fomenta y da pie al desarrollo de actitudes populistas en la ciudadanía que se expresan en el rechazo que las encuestas revelan. Dentro del discurso populista, son la representación de grupos de poder corrupto que se deben enfrentar. No son, entonces, populistas, sino generadores de ello.