Lo potente del laboratorio de desigualdad mundial (WIL) es su capacidad para mostrar, con información certera, el incremento de la misma desde los años 80 en adelante. No solo la desigualdad en el ingreso, sino particularmente la de riqueza, es decir, la capacidad de acumulación y concentración de capital.
En esta línea, el trabajo de Thomas Piketty se torna gravitante pues marca con mucha claridad que esta desigualdad –salvaje en varios países como el Perú– no responde al infortunio, a los juegos del destino o a la falta de esfuerzo, sino a decisiones políticas. Sí, como lo lee, los países y continentes más desiguales lo son porque tienen políticas menos redistributivas, más flexibles con la acumulación del capital y beneficiosas con determinados sectores a los que –como vimos por años con la agroexportación en el Perú– simplemente se les exonera del pago de algunos impuestos que el resto de mortales sí deben pagar.
Por supuesto en el país ya saltaron los economistas del sistema –dejemos las caretas, no son neutrales, son defensores del modelo imperante que promueve la desigualdad– a decir que es imposible que el Perú será el cuarto país del mundo más desigual. Por supuesto sacan el GINI –un coeficiente usado para medir las diferencias entre sectores sociales– y buscan desmentir la afirmación. El problema de fondo con su argumento es que el GINI se calcula en el Perú sobre la base de la información que tiene la ENAHO, la encuesta nacional que mide las condiciones de vida de la población y su evolución.
La ENAHO es una muy buena base para saber cómo va la pobreza y cómo se mueven las condiciones de vida de los sectores más vulnerables del país. Sin embargo, hace ya bastante tiempo quedó claro que no sirve para medir la riqueza. El 2019, Alarco, Castillo y Leiva publicaron Riqueza y desigualdad en el Perú. El estudio detalla justamente cómo el GINI en el país invisibiliza la desigualdad. Ponen en evidencia cómo nuestra ENAHO no es respondida por los verdaderos ricos del país, tergiversando entonces la medición de la brecha entre ellos y los más pobres.
La acumulación de capital, de riqueza, se hace tan evidente que no puede ocultarse, por más que las élites peruanas busquen hacerlo. Por eso, laboratorios como el que dirige Piketty la desenmascaran y publicitan. Toca que la ciudadanía reciba la información y reaccione. Mecanismos de redistribución existen y muchos, lo que pasa es que el consenso del poder –que legitima la desigualdad porque la necesita para mantenerse– impide el debate de estas opciones y las encierra todas en el cuco del “comunismo”.
Pero ese consenso se ha roto ya en el Perú. Las manifestaciones masivas que vemos no son solo por la coyuntura política que vivimos. Arrastran años de convivencia desigual violenta. Son una ruptura con ese orden de cosas y una demostración de la necesidad de un cambio.