La muerte de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso que desplegó las formas más brutales de terrorismo en las dos últimas décadas del siglo XX, nos obliga a pensar no solo cómo surgió y se mantuvo tanto tiempo, sino también a preguntarnos por qué el Perú ha podido parir a un monstruo político cruel y despiadado. Una respuesta a esta pregunta decisiva nos lleva a la historia del Perú, a su sociedad compleja y a su cultura política.
Para entender la política en el Perú no hay que pensarla desde la guerra, como aconsejaba Carl Schmitt, sino que hay que pensarla como guerra. Pueden cambiar la intensidad, la forma, el escenario, pero la guerra persiste. Parece que viviéramos una guerra permanente sin descanso y sin fin. Los diversos agrupamientos políticos no se perciben como amigos o adversarios, sino como enemigos con los que hay librar una lucha intensa para acabar con ellos.
El arma puede variar, pero su objetivo es el mismo: asesinar física o moralmente al enemigo. El enemigo es el otro, el extranjero o aquel que se comporta o es percibido como extranjero. Se puede pasar fácilmente de los agrupamientos políticos a los agrupamientos sociales sin que se pierda el sentido de la enemistad. El arma puede ser una metralleta, un coche bomba o periodicazos diarios disparados como metralletas. Basta ver la prensa concentrada de estos días para entender lo que estoy diciendo.
La política como guerra tiene una larga historia en el Perú. Los historiadores y las historiadoras más importantes del siglo XIX, entre ellos Cecilia Méndez, han escrito valiosos libros y artículos sobre el tema. Basadre ha dicho que el Perú tuvo 14 años de guerra entre 1820 y 1842. El Perú del siglo XIX tuvo tres guerras civiles de alcance nacional y ocho guerras civiles de alcance local.
Casi todas ellas seguían el mismo libreto: los caudillos militares, asesorados por civiles conservadores o liberales que Basadre ha llamado válidos, organizaban su propio ejército para disputar el poder a través de golpes y contragolpes convocando a los soldados incorporados y llamando a nuevos grupos sociales, sobre todo de la sierra. Diversas masas indígenas participaban en la guerra por el lado monárquico o por el lado republicano, con los liberales o con los conservadores.
En el siglo XIX el Perú tuvo también diez guerras internacionales. Ni las guerras civiles ni las guerras internacionales ayudaron a construir el Estado. Charles Tilly sostiene que los Estados europeos se hicieron a través de la guerra. Centeno afirma que esta tesis no es válida para AL. Aquí las guerras internacionales han producido no Estados, sino muertes y deudas. Las guerras civiles tampoco llegaron a construir un ejército que tuviera el monopolio de la fuerza.Fracasaron en toda la línea, salvo la última de 1894-1895 en la que los montoneros y Piérola derrotaron al ejército de Cáceres, abriendo las puertas a la construcción del Estado oligárquico. Volvemos.