Jenny Mori León, RSJ (*)
Pensar en el contexto actual nos trae a la memoria una frase del libro de Víctor Frank “al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas…para decidir su propio camino”. El ser humano, aun en tiempos de crisis y de situaciones límites, siempre conservará la libertad de decidir lo que quiere hacer con su vida y cómo quiere vivirla.
Son tiempos difíciles, tiempo de pérdidas de personas queridas, cercanas o simplemente conocidas. Tiempo de inseguridad, violencia, luchas sociales, problemas políticos y religiosos, escuelas vacías y hospitales llenos. Miles de personas desempleadas, en condiciones vulnerables, cuyos ojos –ventanas del alma, dicen– trasmiten incertidumbre. Personas que, al mismo tiempo, luchan cada día por mantener la esperanza de vivir; y, un día, vivir con dignidad.
Para muchas familias peruanas, el llanto, algunas veces, es el único compañero que se sienta a la mesa, sin ser invitado. Otras veces, la sonrisa, incluso la alegría, se asoman tímidamente para animar una comida frugal y sencilla. Estas escenas, y tantas otras no descritas en este texto, parecieran haber sido sacadas de los poemas Los heraldos negros de Vallejo. Pero, no es así, este es el desafío que nuestro país enfrenta.
En estas realidades, sin embargo, también se pueden oír voces que llevan esperanza. Voces que responden con libertad y generosidad a esta realidad concreta. Esta es la experiencia vivida en la universidad Ruiz de Montoya, en la oficina de pastoral. Un buen grupo de jóvenes, cerca de 100, han hecho llegar sus voces a través del teléfono, video llamadas y WhatsApp, para acompañar en sus tareas escolares a niños/as de colegios Fe y Alegría en Puno, Ayacucho y Junín. Otros se han animado a formar comunidades juveniles para compartir las alegrías y tristezas, la fe y la esperanza, o simplemente para acompañarse, escucharse y sostenerse como grupos. También ha habido quienes, estudiantes y docentes, se han organizado para hacer una colecta, preparar una oración o participar en una misa por alguien que estaba en el hospital o buscando una cama UCI. No faltaron, tampoco, aquellos que se dieron un espacio para reflexionar sobre la realidad política, los problemas relacionados con la salud, el incremento de la pobreza, el daño contra el medio ambiente, y escribieron declaraciones sobre el tema.
Todos y todas, unidos y unidas, desde el espacio en el que participan comparten un mismo sueño: un país libre, justo y en el que se busca trabajar por el bien común. Ciudadanos/as que, para hacer realidad ese sueño, hacen algo por aquel que vive al lado o muy lejos, superando las fronteras geográficas y afectivas para transmitir un gesto de esperanza. Cada uno/a ha hecho de esta experiencia, un tiempo para aprender a caminar tejiendo redes que los vinculen como seres humanos que han optado por construir y no destruir. Un camino que, además de contribuir en la vida social, repercute positivamente en la salud mental de las personas que participan en estos espacios generados.
Voces de esperanza, son, las que hemos escuchado en nuestra institución en la oficina de pastoral universitaria. Voces, que, estamos seguros/as, hacen eco de aquello que el papa Francisco señala en su encíclica Fratelli Tutti “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles”.
Nuestra vida social y política requiere de voluntad y decisión de cambio de todos/as y de cada ciudadano/a. Este bicentenario puede ser una oportunidad para superar las polarizaciones y construir juntos/as una sociedad diferente. Pensar más allá de nuestros intereses personales, aceptarnos en los triunfos y las derrotas, animarnos y acompañarnos, por el simple hecho de ser ciudadanos/as de un mismo país. Ser voces de esperanza, hoy, implica decisión y compromiso.
En la pastoral creemos que la atención debe estar dirigida, en especial, hacia aquellos que han sido olvidados por mucho tiempo y forman parte de las periferias: pueblos indígenas, niños, niñas, mujeres, ancianos/as, grupos LGTBQ, etc.
Este tiempo es de crisis, pero también de oportunidades. Como diría Basadre “el Perú es un problema, pero también una posibilidad”.
(*) Responsable de Pastoral Universitaria – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo - Universidad Antonio Ruiz de Montoya.