En 2008, el ejército ruso intervino por primera vez en un Estado independiente desde la desastrosa guerra soviética en Afganistán. Diez años después del conflicto con Georgia, Rusia seguiría siendo intransigente con sus vecinos, como lo demuestra la crisis en Ucrania.
Las fuerzas armadas rusas atacaron Georgia para socorrer a la pequeña Osetia del Sur, un territorio separatista prorruso donde el Gobierno georgiano había lanzado una operación militar. En poco tiempo lograron superar a las tropas georgianas y amenazaron con tomar la capital.
Un acuerdo de paz negociado por el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy dio lugar a la retirada del ejército ruso, pero Moscú reconoció la independencia de las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, donde conserva desde entonces una fuerte presencia militar.
En cinco días, Rusia demostró su poderío militar y, sobre todo, confirmó que estaba dispuesta a defender sus intereses en lo que considera como su zona de influencia, recurriendo a la fuerza si fuese necesario.
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Seis años después, en otra exrepública soviética, Rusia se anexionó la península ucraniana de Crimea, en respuesta a la llegada al poder de un Gobierno prooccidental en Kiev, a finales de 2014.
Aunque el ejército ruso no intervino directamente en Ucrania, el Gobierno de Kiev y los occidentales acusan a Moscú de asistir militar y económicamente a los rebeldes que instauraron dos repúblicas separatistas en el este, una acusación rechazada por Rusia.
Europa y Estados Unidos, que habían reaccionado con cautela ante la guerra ruso-georgiana, condenaron esta vez con vehemencia las acciones de Rusia, y le impusieron duras sanciones económicas.
El mortífero conflicto de cinco días, librado por las regiones separatistas de Georgia, Osetia del Sur y Abjasia, estalló en la noche del 7 al 8 de agosto de 2008.
Tanto en Georgia como en Ucrania, el objetivo de Moscú era detener el avance de esos países hacia la OTAN, una posibilidad inaceptable para Rusia que, desde la disolución de la Unión Soviética, no ha dejado de denunciar la voluntad de la Alianza Atlántica de extenderse hasta sus fronteras.
“En Osetia, Rusia dio una lección a los países de la antigua URSS. Demostró que no podían elegir otro modelo de desarrollo”, explica el analista político ruso Konstantin Kalachev.
Rusia tenía que “mostrar que sus medios de acción estaban creciendo, y que la reacción de los occidentales a sus actos no era crítica”, añade el experto, que califica el conflicto ruso-georgiano de 2008 como “un anticipo” de la futura política de Moscú.
“Sin la operación en Osetia del Sur, no habría habido anexión de Crimen”, afirma.
En 2008, Rusia optó por reconocer la independencia de los dos territorios separatistas georgianos sin anexionárselos, aunque de facto quedaron bajo su protección tras la guerra.
Pero no todo fue según lo previsto por el Kremlin. Incluso, sus aliados más cercanos, Bielorrusia y Kazajistán, se negaron a reconocer la independencia de ambas zonas.
Moscú aprendió aquella lección y, en el caso de Ucrania, jamás reconoció la independencia de las repúblicas separatistas, recuerda el experto Andrei Suzdaltsev.
Pero Rusia sí pudo aprovechar las divisiones en el bando occidental, y los únicos países que se opusieron fuertemente a ella fueron los Estados de la “joven Europa”, con Polonia y Lituania al frente.
Más allá de las consideraciones diplomáticas y militares, Rusia también entendió, tras el conflicto con Georgia, que había perdido la ‘guerra mediática’, a pesar del éxito de su operación.
A raíz de 2008, el Gobierno ruso ha hecho todo lo posible por reforzar su ‘poder blando’, al crear medios en varios idiomas extranjeros que se encargan de defender sus puntos de vista fuera de sus fronteras: el canal Russia Today, convertido en RT, y la agencia de prensa en línea Sputnik.
Esos dos brazos mediáticos del Kremlin en el exterior se utilizaron de forma activa durante el conflicto en Ucrania, y para desacreditar las posiciones occidentales en Siria.
Aunque Moscú pretendía dejar en claro sus intereses y su zona de influencia con los conflictos con Ucrania y Georgia, esas dos guerras contribuyeron sobre todo a una ruptura profunda en las relaciones con los occidentales, señalan los expertos.
“El reconocimiento de Osetia del Sur y de Abjasia por Moscú irritó a los occidentales, pero se tenía la sensación de que era una situación que no volvería a producirse, y se perdonó a Rusia. Pero fue la última vez que Rusia fue perdonada”, dice el politólogo Alexéi Malachenko.
Desde entonces, Moscú apoya políticamente una insurrección prorrusa en el este de Ucrania, un conflicto armado que ha dejado más de 10.000 muertos.
Con información de AFP.