La democracia está a salvo. Pero puede volver a ser puesta en peligro si los llamados a resguardarla y honrarla se dejan llevar una vez más por el arrollo lento de la frivolidad y la blandenguería con que hemos venido siendo gobernados desde que esta, la democracia –sistema basado en el firme e irrestricto respeto a la Constitución y el Estado de Derecho–, fue reconquistada por los peruanos tras el derrumbamiento del régimen autoritario de Alberto Fujimori. Y el principal responsable de protegerla es el presidente de la República. Pedro Pablo Kuczynski, sin embargo, nos llevó hace dos días al borde del abismo: estuvimos a unos cuantos votos parlamentarios de perder la democracia, de permitir que un golpe contra el poder Ejecutivo travestido de batalla por la moralidad arremetiera contra todo lo alcanzado (que es, indudablemente, insuficiente). Keiko Fujimori fue muy elocuente desde el día de su derrota, derrota que nunca aceptó: su agenda tenía como prioridad alcanzar el poder, tomar el poder, arrebatárselo a quien (en su versión paralela y sui generis de las cosas) le había robado su victoria electoral. Pero Kuczynski no la vio. Fue irresponsable y nos puso en peligro. Aún así, lo cierto es que la inmensa mayoría de los peruanos no hemos perdido la fe. Pese a las decepciones, nuestra convicción es firme: aunque la habitemos con desánimo y desconfianza, creemos en la democracia. Y hoy, Kuczynski, el presidente lechero, tiene la oportunidad histórica de demostrar de una vez por todas lo que la democracia puede hacer por nosotros. ❧