¿Qué pasará en Venezuela? ¿Las masivas movilizaciones y protestas callejeras harán colapsar al régimen? ¿O serán las fracturas y divisiones al interior de este los que marcarán su caída, en un contexto de descrédito e inviabilidad a mediano plazo? ¿Qué debe hacer la oposición? ¿Deberá mantenerse unida o deberá dejar que sus diferentes tendencias se expresen libremente? ¿Será capaz el madurismo de sobrevivir? Si cae, ¿cómo será la transición? ¿Sectores del chavismo podrán negociar condiciones para su salida, o serán impotentes frente al derrumbe del régimen? Y si hay transición, ¿sobrevivirá el chavismo como fuerza política o desaparecerá del futuro de Venezuela? Por supuesto, es imposible predecir qué sucederá, pero desde la academia se han hecho contribuciones que permiten pensar en algunos escenarios. Sabemos que un régimen como el del chavismo venezolano corresponde a la categoría de regímenes autoritarios, pero que en el contexto contemporáneo están “obligados” a mantener ciertas formalidades democráticas; que se pueden permitir en tanto son competitivos electoralmente, tomando provecho, por supuesto, de reglas de juego y condiciones de competencia totalmente favorables al régimen. Frente a una situación de estas características, estrategias de pura confrontación desde la oposición se revelaron contraproducentes. La colega colombiana Laura Gamboa ha mostrado convincentemente que la apelación al golpe de Estado en 2002 y la estrategia de confrontación y boicot hasta 2005 debilitaron a la oposición y facilitaron la continuidad de Chávez en el poder; mientras que en años recientes, la constitución de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) ayuda a entender que la oposición haya podido aprovechar el desgaste del régimen y ganar las elecciones legislativas de 2015. No basta con el descrédito del gobierno: debe haber también una alternativa razonable. Sin embargo, desde que Maduro decidió impedir la realización del referéndum revocatorio y de las elecciones regionales y locales, y se convirtió en una dictadura abierta, las cosas han cambiado sustantivamente. Ya no tiene sentido aspirar a derrotar al régimen en el terreno electoral, porque este sabe que no tiene ya respaldo popular, y la convocatoria a una Asamblea Constituyente es un celada sin credibilidad. En este marco, la literatura que estudió las transiciones desde regímenes autoritarios en la década de los años ochenta adquiere vigencia. Esa literatura llamó la atención sobre la importancia de la negociación entre gobierno y oposición para moldear los desenlaces posibles. En un célebre trabajo, O’Donnell y Schmitter señalaron que la convergencia entre los “blandos” de los bandos opuestos son los que facilitan la transición. Cuando priman los “duros”, la pura confrontación violenta, el gobierno parece tener las de ganar; el régimen se cohesiona y la oposición encuentra que puede tener la legitimidad, pero no la fuerza material suficiente. Por el contrario, con estrategias de negociación se revela que el régimen tiene disidencias y fisuras, que hay sectores más y otros menos comprometidos con la corrupción, que algunos estarían dispuestos a desertar si es que encontraran algún tipo de futuro con la transición. De otro lado, la oposición enfrenta el dilema de ser magnánima con grupos disidentes, facilitando la transición, pero con el precio de tolerar cierta impunidad para estos; o ser más principista, pero arriesgar alargar la continuidad del régimen. En todo caso, resulta fundamental que la oposición se mantenga unida para que pueda presionar y negociar con firmeza.