Uno debe poder decidir el final de su vida con dignidad.,Un debate interesante en otros países, que llegará al Perú más temprano que tarde, es el derecho de una persona a decidir sobre asuntos cruciales de su vida como, por ejemplo, cuándo acabarla. El País reveló el drama de José Antonio Arrabal, un español de 58 años con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que el domingo por la mañana se suicidó en su casa en Madrid.Arrabal, quien dejó su testimonio en un video, tuvo claro lo que quería hacer desde que fue diagnosticado. “Me informé un poco y vi lo que me esperaba: acabar vegetal”. En octubre pasado empezó a sentir la aceleración de su deterioro y la dependencia creciente de su familia para asuntos básicos como darse vuelta en la cama, vestirse, desnudarse, comer, limpiarse e, incluso, respirar.En febrero, se dio cuenta de que, si no se apuraba, ya ni suicidarse podría. Estaba seguro de que su mujer y sus dos hijos harían todo lo posible por alargar su vida, pero él prefirió que ellos no “hipotequen lo que me queda de vida en cuidarme para nada”.Tampoco quiso modificar su vivienda para adaptarla a su nueva condición: “Total, iban a ser unos meses y me tenía que gastar un dinero que así queda para mi familia”.En España no está legislado el deseo de morir con dignidad, incluyendo hacerlo con las personas que se quiere. Si alguien hubiera ayudado a José Antonio a suicidarse, habría recibido una denuncia penal.En el Perú ocurre lo mismo. No se ha legislado sobre el derecho a morir. Al contrario, existe el derecho a vivir y está penado que alguien ayude a morir o a suicidarse o a favorecer o instigar el suicidio de otra persona.Puede ser paradójico que en un país como el Perú, donde la mayoría de personas lucha cada día por su derecho a la vida, incluyendo el acceso a servicios básicos que la hagan posible –salud, educación, alimentación, vivienda, etc.–, se plantee el debate del derecho a la muerte.Pero no estaría mal iniciar el debate sobre la eutanasia, es decir, la intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura, buscando una muerte sin sufrimiento físico.Una enfermedad terminal pero, incluso, el avance de la medicina que trae el beneficio de extender la esperanza de vida, debiera abrir la posibilidad de una persona para decidir sobre un aspecto tan fundamental de su vida como cuándo terminarla.Y, de ese modo, evitar finales como el de José Antonio Arrabal, quien en el momento de su suicidio, poco antes de irse, dijo: “Me indigna tener que morir en clandestinidad”.