La flagrante ruptura del orden democrático en Venezuela, y las incendiarias protestas contra el intento parlamentario de restablecer la reelección en el Paraguay, han sido, con razón, los titulares regionales de los últimos días. Las elecciones ecuatorianas, en este contexto, han quedado como un ejercicio rutinario. Lo de Venezuela, en cambio, hace rato que pasó de castaño oscuro y ha motivado la indignada condena de los peruanos en general. A estas alturas no caben pretextos para defender al régimen de Maduro.Pero ha habido también otros dos acontecimientos conmovedores, de apariencia menos política: uno es la continuación de los huaicos y lluvias torrenciales en nuestro país; el otro han sido las avalanchas igualmente desastrosas en Colombia. Estos percances naturales han disparado la solidaridad colectiva y los mecanismos de ayuda de los países hermanos. Ambos motivan importantes polémicas sobre lo mucho y nuevo que habrá que hacer (y que, por supuesto, no consiste en reconstruir la miseria). Estas dos tragedias no son accidentes coyunturales. Aunque siempre tuvimos huaicos, es altamente probable que los últimos hayan sido mortalmente agravados por el calentamiento global. El Perú, junto con Honduras y Bangladesh, forma parte de los países más vulnerables del mundo al cambio climático, según el estudio del Tyndall Center. El deshielo de nuestros nevados nos va a dejar sin agua en un plazo más corto que largo.América Latina, por el Amazonas y el acuífero guaraní, constituye la mayor reserva de agua dulce del mundo. Nuestra responsabilidad colectiva es protegerla, en beneficio de nosotros mismos y de la humanidad.Quiero decir con todo ello que nuestras prioridades en materia de seguridad, defensa y relaciones exteriores tienen que adecuarse a los requisitos y exigencias de los tiempos. Por primera vez en la historia, la humanidad se está autodestruyendo colectivamente, como consecuencia del más irresponsable y suicida afán de lucro.Las negociaciones diplomáticas desarrolladas en los últimos años, en particular las de Lima y París, han sido útiles. Pero la aparición de nubarrones y decisiones estatales que amenazan con volver todo a fojas cero constituye un peligro que obliga a redoblar la unidad y la imaginación por parte de la mayoría sana de la humanidad.América Latina debería jugar un papel articulador y dinámico en este proceso. Somos una región desprovista de armas nucleares y privilegiada en recursos naturales. Constituimos un territorio en el que puede haber y hay racismo, pero no xenofobia en gran escala. Como no hemos participado, al menos no en tiempos recientes, en genocidios de exterminio de población civil, no somos sujetos de venganzas ni de guerras santas integristas. Hay, claro que sí, delincuencia organizada del peor estilo, pero tampoco ello nos es exclusivo. En cambio, la paz en Colombia significa el fin de casi noventa años de guerrillas y movimientos terroristas, que aparecieron en todos los países de América Latina, sin excepción; y la caída, ojalá pronta, de Maduro, debe implicar el término de dos siglos de dictaduras y autoritarismos a sobresaltos. En un mundo en el que casi no quedan rincones sin terrorismo, podemos aspirar a ser un oasis de relativa paz.