El aniversario 25 del 5 de abril de 1992 ha dado pie a largas discusiones. Esta semana se ha debatido su conveniencia en la compleja coyuntura que entonces vivía el país, sus consecuencias —buenas o malas— para la construcción del Perú de hoy, su impronta en el fujimorismo actual. Muchos han interpretado la simbología del discurso que Alberto Fujimori ofreció aquella noche, pero pocos han recordado su contenido. El Expresidente comenzó su presentación asegurando que el Perú vivía momentos muy difíciles. Su gobierno no podía seguir avanzando por la «descomposición de la institucionalidad vigente, el caos y la corrupción». (Hoy Fujimori está preso por crímenes de corrupción y lesa humanidad.) Luego concentró sus ataques en el Congreso y el Poder Judicial, que frenaban «la transformación y el progreso». Al primero lo calificó de inoperante, irresponsable, débil e inconsecuente en la lucha contra el narcotráfico. Según dijo, no sabía respetar los mandatos constitucionales y estaba en manos de dirigentes partidarios que se comportaban como caciques, eran obstruccionistas y clientelistas. Además había elevado groseramente su presupuesto, desoyendo los reclamos ciudadanos de austeridad, eficacia y seriedad. El remedio fue su disolución temporal. (Actualmente, las relaciones entre el gobierno de PPK y el Congreso de mayoría fujimorista son difíciles. Este último tiene una aprobación que bordea el 30%.) El Poder Judicial estaba ganado por el sectarismo y la corrupción, desprestigiaba la democracia y la ley. Fujimori no negó la existencia de jueces y fiscales probos, que debían ser rescatado al mismo tiempo que se destituía a los corruptos. Declaró en reorganización el Poder Judicial, el Consejo Nacional de la Magistratura, el Ministerio Público y el Tribunal de Garantías Constitucionales. (La administración de justicia quedaría en manos de Vladimiro Montesinos, Alejandro Rodríguez Medrano y Blanca Nélida Colán, que terminarían en la cárcel condenados por corrupción. Por oponerse a su segunda reelección, serían destituidos tres magistrados del Tribunal Constitucional que se conformó en 1996.) Fujimori también dispuso que se lucharía contra el narcotráfico y que se eliminarían los «casos aislados de inmoralidad y corrupción en las fuerzas del orden y otras instituciones» de la administración pública, a los que se sancionaría ejemplarmente. (Los cálculos conservadores cifran la corrupción de su gobierno en cerca de 600 millones de dólares. Por ella han sido condenados el propio Expresidente, Vladimiro Montesinos y Nicolás Hermoza Ríos —Jefe del Ejército—; dos directores del Servicio de Inteligencia Nacional —SIN—; tres comandantes de las Fuerzas Armadas; dos directores de la Policía; seis ministros; la Fiscal de la Nación; el Presidente de la Corte Suprema; el Presidente del JNE; varios generales y congresistas; múltiples vocales, fiscales y funcionarios del SIN, entre otros.) Asimismo anunció que pacificaría el país, lo descentralizaría, reorganizaría la educación y promovería la economía de mercado. (Solo dos meses después de su elección, Fujimori había contradicho su principal promesa de campaña, lanzando un «shock» económico como el propuesto por Mario Vargas Llosa. Para un sector de la ciudadanía, esta primera mentira, sumada a la malversación de los dineros obtenidos en las privatizaciones de numerosas empresas públicas terminaron restándole legitimidad al necesario proceso de liberalización económica.) Finalmente, Fujimori dijo que ejecutaba el 5 de abril porque el Perú vivía una situación de urgencia, se jugaba su destino y requería una modificación radical de sus estructuras. La institucionalidad democrática que existía era falsa, engañosa, y servía a menudo «a los intereses de los grupos privilegiados». (Como demuestran los vladivideos, el exasesor Montesinos acostumbraba recibir a empresarios peruanos y extranjeros para solucionar sus controversias al margen del Poder Judicial. Sentía especial predilección por los directivos de la televisión, a quienes repartió montañas de dinero a cambio de una programación favorable). Recordaba poco de aquel cinco de abril: era el domingo previo al inicio de mi último año de colegio y estaba por irme a acostar, cuando la imagen de Fujimori apareció en pantalla. Salvo la frase que más guarda la historia («Disolver, disolver temporalmente el Congreso de la República»), entonces no entendí mucho de lo dicho por Fujimori. Volver a escucharlo al cabo de 25 años puede resultar iluminador. Lo recomiendo.