A casi un año y medio de gestión del alcalde Luis Castañeda, el recuerdo del Metropolitano y las escaleras, que lo llevó a ganar las elecciones municipales del 2014, va quedando atrás, difuminado en una nube de cemento y un desfile de bocinas. Lima está sumida en un caos del que será difícil sacarla. La “hora punta” pasó a ser “las horas punta” que no son más que consecuencia del reemplazo al caballazo de obras que podrían haber reverdecido la ciudad y ayudado a cientos de familias, como Vía Parque Rímac, por el tristemente célebre bypass de 28 (como botón de muestra). A todo lo gris se suman hechos de violencia registrados en contra de quienes alzan su voz de protesta en desacuerdo con la gestión. Hace poco amenazaron al regidor Augusto Rey con un arma de fuego. Los delincuentes lo llamaron por su nombre y solo le pidieron su celular, ninguna otra pertenencia. De hecho, en las últimas semanas, han atacado a más de un dirigente que se haya mostrado reacio a las formas poco transparentes de proceder del alcalde. Dispararon a un líder del Sindicato de Trabajadores Municipales de Lima (Sitramun), amenazaron a miembros del Órgano de Control Institucional (OCI) que investigaban las irregularidades en el Parque de las Leyendas (y que tuvieron que solicitar garantías para su vida) y han expuesto a la familia del regidor Hernán Núñez, después de que organizara una actividad pública para promover una interpelación al alcalde. Lo que tenemos es una peligrosa y sistemática violencia dirigida a la oposición. Y este proceder no es nuevo, se ha visto en regímenes en donde campea la corrupción y el autoritarismo. Alberto Fujimori en la década de los noventa y César Álvarez en Áncash, hasta hace unos pocos años. ¿Debemos ver estos ataques como hechos aislados? ¿Qué está sucediendo en la capital de nuestro país?