En forma lamentable las fuerzas de izquierda se han dividido para esta campaña electoral. Además, el electorado de vocación izquierdista es cada vez menor y se concentra en las capas de adultos. El panorama parece desolador porque además algunas figuras como Susana Villarán han dado saltos tan gigantescos que desconciertan y desmoralizan. Pero me consta que existe un grupo numeroso de personas que apuestan por la izquierda en función a un imperativo categórico, que no se rinde ante circunstancias difíciles. No menos del 15% del electorado razona desde el compromiso social y se rebela contra la injusticia. Poco importan las diferencias, siempre las habrá, pero genera indignación que millares vivan por debajo del límite de la pobreza habiendo tanta abundancia. Contra esa situación emerge una rebeldía que no se apaga y se renueva cotidianamente. Por ello, es necesario defender el espacio para el ejercicio político de la inconformidad con el sistema. No podemos permitir que todas las marcas de izquierda queden fuera del registro. Lo grave es que está a punto de ocurrir. Si las cosas siguen su curso, el 8 de abril ninguna fuerza de izquierda pasará la valla y, en el próximo y supercomplicado lustro, no tendremos cabida en el escenario político. La mejor candidata y además mejor posicionada es Verónika Mendoza, que corre con los colores del Frente Amplio. La verdad es que nadie ve posibilidad alguna a los alternativos: Simon, Santos o Cerrón. Inclusive, Verónika la tiene difícil, aunque cuenta con una base pequeña pero firme, y algunas ventajas significativas, que pueden impulsarla adelante en estas semanas decisivas, cuando la gente define su voto. En primer lugar son 19 candidatos, pero solo dos mujeres y ellas son como agua y aceite. Además, Keiko es conocida por todo el país y tiene quienes la adoran y otros que la detestan. Mientras que Verónika tiene bajo rechazo y aún mucho techo por delante para hacerse conocida. Esa situación le proporciona una correa ancha, es mujer y opuesta a la favorita. En segundo lugar, Verónika es una persona cálida que habla al sentimiento antes que a la razón. Quizá no sabe de números, pero para eso está su plancha. Por su lado, le cuesta ser concreta, sin embargo posee una postura nítida y situada entre quienes estamos del lado del corazón, al decir de Pancho Adrianzén. Por ello, su plataforma es la única que levanta la rebeldía contra el sistema y trata de encauzarla con un planteamiento progresista, moderno y consecuente. Eso es bastante y se dirige a un sector que aún es enorme, los disconformes con la oferta derechista, tecnocrática o clientelista que es el distintivo de todas las otras candidaturas. No podemos aceptar el derrotismo que se extiende entre las filas de los izquierdistas que apostaron por otras opciones y han salido mal parados. Esa actitud lleva a la clásica figura de Sansón y los filisteos. Que mueran todos. Así como yo perdí, que pierda ella también. Si se extiende es muy peligrosa porque puede sembrar una desmoralización que lleva al desplome. Para evitar que se propague es preciso hacer conciencia. Quedan pocas semanas y se debe decidir si las izquierdas nos quedamos fuera o conservamos una marca y proyectamos una lideresa joven. Basta de dudas o de mala leche. Hay que apoyarla y hacer lo imposible. La forma también surge de la experiencia. En primer lugar las redes, donde Guzmán logró su primer impulso y el salto que lo coloca en su interesante posición. En ese terreno Verónika tiene que organizar sus fuerzas y hacerse conocida. El segundo camino son las calles. La vez pasada, el ascenso de PPK se fundamentó en su capacidad para impulsar una movida basada en los PPKausas. Esta vez no los tiene. Seguro que Guzmán va a apelar a ellos y son la última chance del APRA. Se trata de movilizar jóvenes que apuesten por una causa dotada de sentimiento, colorido y gracia artística. Entre creativos y empeñosos se puede ganar las calles y hacer la diferencia.