libro. Hoy es la presentación del libro de Cristina Gutiérrez dedicado a las grandes tejedoras de Lambayeque, guardianas de una antiquísima tradición artística y textil.,Algo que sigue sorprendiendo a los turistas que visitan Lambayeque es la existencia de un algodón “de colores”, que no usa tintes y cuya historia se remonta al esplendor de los Moches. Pero pocos saben que la historia del algodón nativo es también una historia de resistencia cultural. No me refiero a la represión inca que sufrieron los descendientes moches, lambayeque o chimú; tampoco a la campaña de extirpación de idolatrías que impusieron los cristianos tras la conquista del Tahuantinsuyo. El algodón nativo sufrió una dura represión desde el año 1930 cuando los terratenientes convencieron al Gobierno de turno de erradicar la milenaria planta para favorecer sus grandes plantaciones de algodón industrial. La brutalidad llegó a niveles castrenses, pues fueron las tropas del Ejército las encargadas de recorrer las chacras de campesinos en Lambayeque para erradicar la planta de raíz y prohibir su siembra. Y fueron las valientes mujeres de Mórrope, Túcume, Ferreñafe, Mochumí y otras localidades –herederas de las tejedoras moches– quienes se encargaron de sembrarlo y cosecharlo a escondidas, en los perímetros de sus plantaciones, ocultos entre los bosques secos bajo la sombra de los algarrobos.De ahí la importancia del libro Lambayeque, Algodón Nativo y Artesanía Textil, escrito por la lingüista y diseñadora Cristina Gutiérrez: “Todavía lo hilan a mano prendiendo la fibra en el kaite, que es un trípode de algarrobo, secándose los dedos con tizas de huacas llamadas yapato, tal y como vemos en la iconografía prehispánica. Lo tejen en telares de cintura, lo cosen con agujas sacadas de ese árbol espinoso llamado faique...”, escribe la autora para explicar todo el proceso de resistencia cultural que sirvió como un tejido social para conservar una tradición milenaria.El libro también resalta la vida y obra de personajes vinculados a la protección y difusión de este arte prehispánico: Walter Alva desde los ambientes del Museo de las Tumbas Reales del Señor de Sipán donde ha resucitado la investigación y el trabajo de hilado colectivo con algodón nativo. O el “gringo” James M. Vreeland, pionero en la protección, difusión y comercialización de prendas de algodón nativo. O el ingeniero Juan José García, el antropólogo Víctor Rodríguez Suy Suy, la ingeniera Gloria Arévalo, el arqueólogo Carlos Elera y otros personajes propios y foráneos.Sin duda, lo mejor del libro son los testimonios de aquellas tejedoras que han sabido conservar este arte textil y que llevan los genes moches no solo en su sangre sino también en sus apellidos: Rosita Farroñan, en Huaca de Barro (Mórrope); Yolanda Llontop, en Monsefú; Susana Bances Zeña, en caserío La Raya (Túcume); Petronila Brenis Farfán, en Ferreñafe; y Basilia Galán, en caleta San José. También se ha considerado la esforzada labor del joven artista Dante Bravo Calderón, cuyo taller en las afueras de Túcume es casi un lugar de peregrinación para los interesados en este arte textil.La vida y obra de estos personajes son un homenaje a todas aquellas personas que contribuyeron a conservar nuestra milenaria tradición textil. Y es que al igual que la gastronomía, el arte textil sirvió para forjar nuestra identidad pero con la relevancia de que la domesticación de camélidos y del algodón de colores son las grandes columnas de la civilización andina. Desde la fina indumentaria textil almacenada en los tambos que tanto maravilló a los europeos hasta las sencillas redes de pescadores, pasando por los imponentes fardos funerarios Paracas, los quipus como escritura nemotécnica y alarde contable, las claves ocultas en los ropajes de cada comunidad campesina y hasta las grandes velas de los navegantes prehispánicos.El libro será presentado hoy a las 19 horas en el auditorio de la Biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la USMP, sito en Av. Tomás Marsano 151, Surquillo. ❧