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Domingo

Fernando Ampuero: "Llegué al periodismo porque tenía que pagar la luz y el teléfono"

"En Caretas trabajábamos bajo la mayor tensión y a contrarreloj. Enrique Zileri no solo era el director de la revista, ¡era el diablo en persona!”.

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“No estoy en contra del internet, que es un invento genial, ya que nos da acceso a los museos, las enciclopedias y a toda suerte de consultas... La tecnología no está en cuestión, pero su uso es cada vez más vil e incivilizado”. Foto: Archivo

Con él visitamos a un Julio Ramón Ribeyro resignado a la fama, a un José Tola de mutismo aplastante, a un Toño Cisneros que se afana en contar su conversión al cristianismo, al Rubén Blades que no soporta el vientecillo frío de Lima dentro del auto pese a que su séquito se derrite de calor, al Jorge Luis Borges siempre genial y tocando su cabeza para dar con una cicatriz, al Sábato nervioso, a la sobresaliente Moria Casán… Es decir, con Fernando Ampuero, periodista, dramaturgo, editor, autor de numerosos títulos exitosos en cuento y novela, además de gran conversador, es posible recrear a los personajes de sus reportajes y entrevistas como si estuvieran al lado. Y esto es así, otra vez, gracias a la nueva edición del libro Gato encerrado (Tusquets, 2023), que se presenta este miércoles 4 de octubre en la librería La Rebelde de Barranco. Décadas después de su primera publicación, sigue habiendo gato encerrado en estas páginas, con su prosa agilísima, su mirada atenta y su lucidez.

Gato encerrado se ha convertido prácticamente en un clásico del periodismo peruano. ¿Qué recuerdos le traen estos trabajos?

Hablamos de una obra de juventud, escrita hace cuarenta y tantos años, pero que marcó el rumbo que finalmente tomé. Ese rumbo se nota en la brevedad y la variedad temática de mis textos, e incluso en sus diversos estilos narrativos, pues yo soy de los que piensa quecada asunto o personaje demanda la forma de escritura que más le conviene. Desde entonces surgió mi inclinación por el relato corto y la miscelánea. En cuanto a mis recuerdos, destaco uno: la tranquilidad de escribir a medianoche en completa soledad, o bien en compañía de otros solitarios. Pronto me publicaron en Caretas y más tarde llegaron unos golpes de suerte: todas las ediciones de Gato encerrado salieron bien, en particular esta última, editada por Tusquets, aunque mis primeros lectores, que eran estudiantes, me leían en fotocopias; esa plataforma no era la ideal.

Al paso del tiempo ¿qué decir de estos reportajes, crónicas y entrevistas? ¿Le hubiera gustado darle a alguno otro matiz o enfoque?

No, en absoluto. Yo me decido a escribir a causa de una visión. Espero que esto no suene pomposo. Pero es la verdad: si el asunto no me deslumbra, escribo como un jornalero. Gracias a Dios, he trabajado más en revistas, donde a menudo uno propone sus notas. Por último, para redondear la idea, mis visiones vienen con el matiz, el tono narrativo y el enfoque. Ello, sin embargo, no me ocurre siempre: corrijo y reescribo obsesivamente.

En las primeras crónicas suyas hace gala de un elemento, el humor. ¿Lo trabajó especialmente o es algo natural de su prosa?

Mi abuelo decía que una persona sin sentido del humor es como un carro sin amortiguación: todos los baches del camino la hacen saltar. En mi caso, el humor es tan natural como respirar. Y, bueno, si bien vivir en Lima da ganas de llorar, todavía podemos reírnos de nosotros mismos.

De esas entrevistas qué figuran en Gato encerrado, ¿a cuál le tiene más afecto, sea por el personaje o porque le costó lograrla?

Siento afecto por todas. Mi secreto, si se quiere, consiste en elegir a un entrevistado que despierte simpatía y admiración. No siempre lo consigo, por supuesto; a veces me equivoco y me peleo y pierdo los estribos, cuando tropiezo con un cretino insufrible. Pero, en fin, lo que sí hago es seleccionar un puñado de personajes que poseen una luz propia.

Entrevistó a sus amigos José Tola, Toño Cisneros, Julio Ramón Ribeyro. ¿Es difícil entrevistar a los amigos? ¿Le cuesta conseguir que revelen detalles de sus vidas? O, por el contrario, ¿la amistad le facilita la tarea?

Mire, mis amigos me conocen bien y saben que siempre digo y pregunto lo que me da la gana, y saben que no llevo el ánimo de ofender. Tola, Cisneros y Ribeyro han sido amigos entrañables, de toda la vida. Si por ahí solté alguna indiscreción, ha sido para iluminarlos, no para tacharlos.

Borges, García Márquez, Sábato…. De estos tres personajes con los que logró dialogar, ¿cuál le dejó más huella?

Los tres son enormes; ellos han sido, y lo siguen siendo, maravillosos faros literarios. Pero también hubo otros autores que han dejado huella y no los pude entrevistar; por ejemplo, Scott Fitzgerald, Hemingway, Camus, Capote, Emily Brontë y muchos más. Sin embargo, cuando escribo y tengo dificultades, converso con los fantasmas de todos; me ayudan mucho.

¿El periodismo fue un complemento de su trabajo literario? ¿Fue al revés? ¿O ambas opciones compitieron en algunos momentos?

Mi primer romance fue la literatura, y más tarde llegué al periodismo, por afán de supervivencia; había que pagar las cuentas de la luz y el teléfono. No obstante, un buen día descubrí que tenía dos vocaciones y me sentí un privilegiado; esto es, hice lo que más me gusta: escribir literatura y periodismo, dos formas de escritura que no tienen por qué estar reñidas.

En el periodismo tuvo destacada labor en el impreso y en la televisión, pero ¿qué espacio es su preferido y por qué?

Prefiero la palabra escrita. Pero la tele de mi época pagaba bien y fue una tentación que atraía a los periodistas que se la rebuscaban. En todo caso, fuera de involucrarnos en cosas interesantes, yo duré pocas temporadas; había que lidiar contra la censura que cerraba los programas. Ahora, de hecho, afrontamos otra realidad: la gente está asqueada de la política, que anda en manos de hampones e incapaces, y además la civilización sufre el trastorno de verse arrastrada por la anarquía de la tecnología digital, ¡sin legislación a la vista!, donde se normaliza el insulto y las noticias falsas, y donde se arropan los líderes de lo políticamente correcto, esos aplicados replicantes de los comisarios soviéticos que condenaban al Gulag.

"La gente está asqueada de la política, que anda en manos de hampones e incapaces, y además la civilización sufre el trastorno de verse arrastrada por la anarquía de la tecnología digital”.

Muchos han destacado su labor de cronista, pero hay quienes recuerdan en Ud. a un gran editor periodístico. Son generaciones de reporteros que lo recuerdan corrigiendo y afiatando reportajes con meticulosidad ¿Qué rescata de su experiencia como editor?

Agradezco esa opinión generosa. Pero, a decir verdad, mi trabajo de editor requirió una base: valorar a los chicos más talentosos y desaprovechados que iba encontrando. Con ellos y ellas, pude formar equipos en la tele y las salas de redacción. ¿Qué rescato de entonces? No sé cómo expresarlo, pero fue algo que he asociado a la felicidad. Nunca fui más feliz que trabajando rodeado de compañeros tan brillantes y apasionados. Había una gran sintonía, un entusiasmo por golpear las teclas, una buena onda.

¿Recuerda a alguno de esos reporteros que crecieron bajo su guía y de los que Ud. se percató que destacarían en el oficio?

Los recuerdo siempre, a todos; a cada uno con sus virtudes peculiares, y también con sus vicios, que pronto convirtieron en virtudes. A lo largo de algunas décadas, han sido muchos, ya se imagina, y por eso mismo prefiero no dar nombres; temo olvidarme de alguno. Muchos de ellos, en todo caso, son escritores o han llevado excelentes carreras periodísticas.

Al leer estas entrevistas suyas y sus crónicas, uno se imagina a Enrique Zileri apurándolo, esperando sus envíos… ¿Qué recuerdos tiene de él?

Zileri presionaba mucho, es cierto. Y esto se debía a que en Caretas trabajábamos bajo la mayor tensión y a contrarreloj. Enrique no solo era el director de la revista, ¡era el diablo en persona!, pero tenía un olfato excepcional para detectar la “pepa” de las noticias. Todos queríamos aprender de él. Caretas, por entonces la mejor revista del Perú, hizo escuela, y además inició el periodismo de investigación en nuestro medio.

¿Cuánto ha perdido el periodismo peruano con su ausencia?

Me pregunto qué estaría haciendo Zileri ahora. Se habría vuelto loco con el internet robándose sus primicias. El mundo de hoy es un caos. Pero ya saldrá algo que rescate al gremio; total, siempre necesitamos noticias.

¿Se arrepiente de alguna publicación? ¿Cree que pudo evitar caer en la diatriba, como ocurrió con El enano? ¿No cree que fue un exceso?

No, para nada. Le tengo mucho cariño al enano; al libro, me refiero.

¿Cómo ve el ejercicio de la prensa local? Ya no se ven los reportajes de antaño, las entrevistas a grandes escritores, artistas trascendentes, protagonistas de la historia.

Es triste lo que nos sucede. Supongo que el desinterés por el aspecto cultural es el resultado de la educación cada vez más deficiente que reciben los peruanos; viven atrapados por la banalidad de las redes, como sucede en todo el mundo, pero en nosotros se nota más. La trivialidad, el Tik Tok, la estupidez. Naturalmente, no estoy en contra del internet, que es un invento genial, ya que nos da acceso a los museos, las enciclopedias y a toda suerte de consultas, y que a mí, en particular, me permite leer los estupendos artículos de los grandes periódicos del mundo. La tecnología no está en cuestión, pero su uso es cada vez más vil e incivilizado.

Por último, ¿a sus 74 años, su trabajo de escritor y periodista dará nuevos títulos?

Quién sabe. Los años pesan, sin duda. Solo puedo decirle que estoy terminando otro libro, que probablemente aparecerá el próximo año.