Lo que sucedió esta semana en el Perú es otro síntoma de lo mal que está la democracia representativa en casi todos sus reductos. Baste decir que en los EE.UU. de Jefferson y Lincoln, un golpista impune ya anunció una nueva candidatura presidencial.
Lo peor es que si en otras partes se cuecen habas, en nuestra región solo se cuecen habas (con la gloriosa excepción de Uruguay). A partir de los “estallidos” de 2019 en Ecuador y Chile, la polarización ha desvencijado a los viejos partidos y la gobernabilidad es un bien escaso. Como efecto inexorable, la mayoría ciudadana repudia a los políticos, los corruptos maximizan sus ganancias, los delincuentes aprovechan los espacios libres, los terroristas emiten señales que no se computan, los narcos acceden al poder subterráneo y surgen partidos episódicos que se ubican en las izquierdas extremas, las derechas extremas y la extrema demagogia.
Es así como hasta el absurdo se ha naturalizado. En Bolivia, el expresidente Evo Morales llegó a invocar su “derecho humano” a morir en el poder (como sus modélicos Fidel Castro y Hugo Chávez). Santiago centro es hoy un campamento abierto de ambulantes y migrantes. En Colombia se desfondó el bipartidismo y aparecieron los primeros outsiders. En Brasil, multitudes de bolsonaristas pidieron la intervención de las Fuerzas Armadas tras la estrecha victoria de Lula. En Argentina, la vicepresidenta Cristina Fernández, condenada por corrupción, se defendió, iracunda, acusando a sus jueces como mafiosos. La guinda de esta torta tóxica la vivimos el pasado miércoles: un fallido autogolpe de Estado convirtió al peruano Castillo en el dictador más breve del planeta.
Todo lo cual debe alegrar al venezolano Nicolás Maduro y al nicaragüense Daniel Ortega. En tan penoso contexto sus dictaduras pasan coladas.
Recordando a esos demócratas españoles para quienes “contra Franco estábamos mejor”, creo que nuestras derechas e izquierdas sistémicas lucían más robustas durante la Guerra Fría.
Las primeras contaban con el apoyo de la superpotencia norteamericana, pues una “democracia protegida” le sabía mejor a la Casa Blanca que un golpe militar conservador, una revolución militar a la peruana o una Cuba bis. Las segundas, con el apoyo de la superpotencia soviética, mejoraban sus accesos al poder democrático. Tras el escarmiento con la “crisis de los misiles” -cuando Castro casi zambulló al mundo en una guerra termonucleartampoco el Kremlin quería una “segunda Cuba”.
Desde esa mirada retro, la democracia representativa era apreciada como un sistema entre accesible y confortable para una masa crítica suficiente: conservadores ilustrados, liberales con sensibilidad social, marxistas socialdemócratas, socialcristianos comunitaristas… y todos quienes navegaban en el amplio océano del centro.
La paradoja quiso que el “fin de la historia” equivaliera al fin de ese mejor período de la democracia.
Con todo, la prioridad no pasa por el retorno a esas “happy hours”, sino por un realismo futurista que nos acerque a un equivalente actualizado. El objetivo minimalista sería renovar los partidos, desmitificar el delirio identitario y desrromantizar la democracia, asumiendo que nunca prometió un paraíso en la tierra para toda la humanidad. El objetivo estratégico sería una educación cívica que permita zafar de las dictaduras al acecho.
¿Y eso cómo se hace?
Como “extremista de centro” no tengo doctrina para ese efecto. Solo puedo advertir que, en casos tan dramáticos, los políticos inteligentes dejan de discutir zonceras e instalan gobiernos de unidad nacional. Por si esto llegara a considerarse y apoyándome en la diada derechas-izquierdas como en una suerte de muleta taquigráfica, aporto los siguientes cuatro pantallazos:
ECONOMÍA. A esta altura, las derechas defensoras del capitalismo fundamentalista -que algunos identifican como neoliberal- deben asumir que lo mejor puede ser enemigo de lo bueno. Si Von Hayek, Mises y Friedman sabían mucho de mercados, Paul Samuelson demostró saber mucho más de la vida. Con base en sus tesis de la “economía mixta” sostuvo que en una democracia el capitalismo puro y duro es políticamente inestable y que solo el control del Estado puede impedir que degenere en un “capitalismo fascista”. En esa línea, las tesis de Chicago serían “puramente académicas”, pues siempre existirán interferencias sociales en los mecanismos del mercado. Habría que revisitar a este sabio profesor.
Fuerza
Durante la Guerra Fría, las derechas percibían que, salvo excepciones, la fuerza legítima del Estado estaba para protegerlos. Las izquierdas doctrinarias, por su lado, percibían que su rol era mantener incólume el sistema de injusticia social. Militares y policías eran la superestructura represiva del “Estado burgués”. Hoy, sin enemigo estratégico supranacional al frente, debiera estar claro, para todos, a) que un Estado Democrático de Derecho necesita una fuerza legítima que lo respalde, en lo interno y en lo externo, b) que los uniformados tienen la necesaria autonomía social y política para defender la integridad de sus países y la constitucionalidad, “sin dudas ni murmuraciones” y c) que esto ya se ha demostrado empíricamente en varios países, cuyas fuerzas armadas se han negado a obedecer órdenes o inducciones contrarias a la institucionalidad vigente. Es algo que las nuevas izquierdas debieran comenzar a comprender.
PUEDES VER: Lo último de Pedro Castillo EN VIVO: Bermejo difunde carta que le entregó vacado expresidente
INTERVENCIONISMO. La implosión soviética, el fin del colectivismo chino y la economía posindustrial, eliminaron el rol vanguardista del proletariado y socavaron la doctrina marxistaleninista-maoista de las viejas izquierdas. Para llenar ese vacío -porque “sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria”-, los ideólogos de las nuevas izquierdas han producido refritos identitarios entre los que destacan el “bolivarianismo” de Chávez y el indigenismo plurinacional de los asesores de Morales. Desde su rusticidad comparativa, equivalen a la mutación del internacionalismo proletario en un intervencionismo entre rústico e irresponsable. Maduro ya se jactó de su apoyo a la revuelta de 2019 en Chile y el rechazo septembrino de la propuesta constitucional frustró la estrategia de Morales. En paralelo, la reacción de diplomáticos peruanos top impidió que Morales, con el tácito apoyo del presidente Castillo, convirtiera al Cusco en sede interventora de una “América Latina plurinacional”. Ojo, entonces, con la trampa de una integración espuria, que afecte la autodeterminación nacional.
IGNORANCIA. Vinculado con el párrafo anterior, está la sobrevivencia de una singular tesis de Lenin. Aquella según la cual “las funciones del poder estatal se han simplificado tanto, que pueden reducirse a operaciones tan sencillas que son asequibles a todos los que saben leer y escribir”. Si alguna vez fue válida, gracias a la verticalidad del poder revolucionario, asumirla en las complejas sociedades democráticas de hoy sería extravagante. Sin embargo, con la decadencia de la propia democracia, los déficit de los sistemas educacionales y el poder de las redes sociales, están llegando al poder estatal demasiados políticos inexpertos o, francamente, ignorantes. Por lo mismo, muchos comienzan a pensar que algún nivel de calificación intelectual debe exigírseles. No parece razonable que para ser profesor, militar o diplomático haya que pasar algunos años en una academia profesional, mientras cualquier adulto que sepa leer y escribir puede ser jefe de Estado.
Es algo que constitucionalistas y politólogos tendrían que comenzar a procesar.