Hay que usar los mapas de peligro: estos son preparados por las instituciones competentes y deben ser aplicados en los planes de uso del territorio o desarrollo urbano de la ciudad y/o población. Los servicios estratégicos, por ejemplo, deben estar ubicados en zonas de peligro bajo, mientras que la expansión urbana, en zonas de peligro bajo a medio, pero con restricciones.
Además, hay que racionalizar la ocupación urbana: el crecimiento urbano se produce usualmente por invasiones dirigidas y en provecho de traficantes de tierras. El poblador construye sus viviendas en lugares peligrosos y de manera ineficiente. Las autoridades locales no deben permitir el nacimiento de urbanizaciones ni de invasiones sobre terrenos de peligro alto o muy alto, deben hacer respetar las ordenanzas regionales y municipales.
Por último, se debe hacer cumplir las leyes. La Ley de Recursos Hídricos (n.º 29338), por ejemplo, llama “faja marginal” a los terrenos aledaños a los cauces de ríos, quebradas y lagos, necesarios para el uso primario del agua, el libre tránsito, la pesca, los caminos de vigilancia u otros servicios, prohibiendo la ocupación urbana de las mismas.
Este es un tema muy complejo que no solo involucra a la gestión del riesgo de desastres, pues tiene componentes sociales, económicos y culturales. Existe un escaso “conocimiento del riesgo” de la población y de muchas autoridades y por ello muchas familias se asientan en el lugar que encuentren disponible, en función a sus necesidades, prioridades o requerimientos, con la complacencia de los gobiernos municipales, sin evaluar lo que a futuro podría suceder.
No obstante, no basta con publicar una norma y prohibir la construcción en una determinada área, es una larga tarea que debe iniciarse con la identificación de las zonas vulnerables, el grado de exposición frente a un determinado peligro y a partir de allí, identificar los riesgos y reducirlos a través de medidas estructurales y no estructurales.
Existen normas que establecen el ordenamiento territorial y el reasentamiento poblacional, pero por más esfuerzo que hagan los gobiernos para hacerla cumplir, si no se involucra a la población de una manera más efectiva, cambiando el enfoque tradicional a un enfoque de gobernanza, todo esfuerzo será en vano.
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Lo ocurrido en el centro poblado de Retamas evidencia el costo de la ausencia de planificación y de ignorar los principios básicos de la teoría del desastre. Tanto regiones como provincias y distritos deben contar con instrumentos de planificación basados en información real que deben dirigir las actuaciones.
Sin embargo, muchas veces estos parten de información limitada o luego son olvidados frente a iniciativas que van apareciendo. A nivel distrital, los planes de desarrollo deben identificar las áreas urbanizables y las no urbanizables delimitadas en planos de zonificación. Las zonas no urbanizables son definidas en base a varios criterios, entre ellos la posibilidad de que ocurra un desastre. Estas deben ser respetadas, y para eso se necesita que la información esté disponible y accesible a pobladores, comerciantes, transportistas, visitantes, inversionistas, etc.
También se debe informar, por ejemplo, si el área tiene una alta vulnerabilidad frente a peligros naturales. Pero el plan no debe ser solo restrictivo, se debe alentar los procesos de asentamiento en las zonas urbanas y urbanizables que son seguras y permitirán el desarrollo sostenible de la comunidad.