Quién mejor que una psicoanalista para entender qué ha pasado con nuestra salud mental este segundo año de pandemia. Teresa Ciudad es expresidenta de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y es psicoanalista didacta, ejerce la docencia formando futuros terapeutas. Hacemos un balance con ella sobre el carrusel de emociones que ha sido este 2021, sobre cómo procesamos los duelos que nos dejó la crisis sanitaria y qué hacemos con la crispación que nos deja la inestabilidad política.
Si le hiciéramos terapia al Perú, si lo echáramos en un diván, ¿qué diría de nuestra salud mental?
Creo que estamos llegando golpeados al 2022 como país. Hay una suerte de desencanto, a mí me preocupa, particularmente, la desmoralización que veo en muchas personas y en mí misma. Nos ha golpeado la pandemia y todo este clima tan crispado de violencia política, y uso la palabra violencia por la virulencia del lenguaje que se ha usado, que adjetiva, que denigra, que no genera el pensamiento refl exivo, que toca las puertas de las reacciones más viscerales.
Se habla de fatiga pandémica, de ese hartazgo de seguir viviendo con protocolos sanitarios aún restrictivos, ¿es válido sentirnos hartos?
Sí, es absolutamente válido, estamos muy restringidos en todo, solo hay que ver la alegría de las personas cuando se encuentran, ahí uno se da cuenta cuánto ha extrañado esos momentos de estar entre nosotros. Somos seres enteramente sociales, nuestra manera más básica de ser humano es estar en relación con el otro, y esta restricción nos ha golpeado muchísimo más de lo que se pudiera imaginar. Entiendo, no apruebo, que para los jóvenes sea muy complicado no seguir en casa, no juntarse con los amigos a conversar, a tomarse una cerveza, a coquetear con las chicas. Es como si nos hubieran cortado parte de la vida.
Es imposible desempalmar estos dos últimos años de los momentos críticos que hemos vivido: pandemia, encierro, distancia de nuestros amigos, crisis económica, muerte, incertidumbre sobre el futuro. ¿Cómo procesa nuestra mente todo esto?
Creo que todavía nos queda mucho por procesar. Veo a muchas personas un poco al borde de la exasperación, con la mecha corta, con la correa muy corta para tolerar, y pienso que es una señal, no solo de la depresión, sino de las consecuencias de la restricción. Me pregunto: ¿cómo es que podemos seguir adelante con tanta cosa encima? Algunas cosas podemos estar procesándolas, podemos haberle dado vuelta, pero tenemos muchos pendientes. Es un proceso en el que aún estamos inmersos.
¿Cuánto nos tomará recuperarnos cinco, diez, quince años?
No me atrevo a plantearlo en términos de años,pero no es descabellado hablar de una década. Son situaciones bastante traumáticas las que vivimos de un día para otro y a eso se sumó las desilusiones tan grandes que vivimos como país. Fíjese, cuando estuvimos en el primer mes de cuarentena, creo que vivimos la ilusión de que nos estaban cuidando, de que estábamos encerrados y era por nuestro bien, pero al mirar atrás nos estamos dando cuenta que hubo negligencia, ignorancia, desconocimiento y hasta mala fe. Sí rescato, al margen de las decisiones de gobierno, que hubo un espíritu en los peruanos que es tremendo, somos luchadores, salimos a la calle, sentimos que debemos seguir trabajando y aportando al país con nuestra ética personal. Somos un país que responde, aunque los gobernantes nos fallen.
Parece que los peruanos vivimos dos pandemias en paralelo: la del coronavirus y la de la inestabilidad política: las pugnas entre Ejecutivo y Legislativo, las presunciones de corrupción en el gobierno, la posible vacancia del presidente, el sabotaje de los congresistasa reformas importantes. Lo curioso es que frente a todo esto, la gente no ha salido a las calles a protestar, no ha habido grandes marchas…
Es que ya no jalamos. Yo fui a las marchas de noviembre pasado, y me encantó el espíritu que hubo, había la ilusión del cambio, de creer en algo. Pero en este momento vivimos un ahora de descreimiento. Retrocedamos un poco, no olvidemos la traición de Vizcarra y las “vacunas VIP”. Eso todavía generó cólera, una rabia enorme, Vizcarra o cualquier ministro debió pararse frente al país, sincerarse y decir que tenían que asistir a varias reuniones, que tenían miedo de contagiarse por todas las responsabilidades que tenían con el país, y que por eso se vacunaron, la gente lo hubiera entendido. Pero nos mintieron, hicieron arreglos bajo la mesa. Lo más desmoralizante para un país es ver que la historia se repite una y otra vez.
En ese momento nos dio cólera, como dice, pero ahora parece que estamos un poco en piloto automático…
Donald Winnicott, un psicoanalista que fue pediatra y atendió a los niños en los hospitales de Londres durante la guerra, acuñó esta frase notable: “Mientras hay llanto, hay esperanza”. Decía que el niño que ya no lloraba era el que se rendía, era el que ya no esperaba que llegaran sus padres, era el que no esperaba nada.
¿Estamos rendidos? ¿No esperamos nada de los políticos?
Yo creo que si algo se esperaba de este gobierno, más allá de reformas estructurales, era un comportamiento transparente, manos limpias. Pero, ¿cómo así a esta gente, que no tiene ni seis meses en el gobierno, se le encuentran 20 mil dólares en el baño? No pues. Esas noticias caen en el imaginario popular y lo que hace es fortalecer el arquetipo de ‘estos para lo único que entran es para robar’. ¿Qué país puede avanzar así? La incompetencia se puede entender, pero la ratería es una vergüenza.
Además, tenemos a un presidente que no es claro, que no suele dar entrevistas, me recuerda a la fi gura del padre ausente. ¿Qué tipo de líder necesitamos en este momento?
Necesitamos a un líder sereno y fuerte, pero no con la fortaleza autoritaria, sino dialogante, con una visión de futuro. Para cualquier gobierno de izquierda es difícil gobernar sabiendo que tiene a más de la mitad en contra. [Gabriel] Borictratará de hacerlo en Chile, pero allá es otra izquierda, es moderna, pensante, realista.
Y ahora que habla del presidente electo de Chile, se me viene a la cabeza la imagen de Antonio Kast, el candidato perdedor, felicitándolo y reconociendo su derrota, aquí no pasó lo mismo con Keiko Fujimori. ¿Cuál es la importancia de saber perder?
La experiencia del dolor narcisista, de reconocer que no fui elegida, es un dolor grande porque se invirtió mucho y se le falló a mucha gente, pero no resultó pues, y sobre eso hay un valor adicional: yo como perdedor paso por encima el dolor personal y felicito porque con eso le digo a mi país que somos contrincantes políticos, pero no enemigos; podemos disentir, tener opiniones distintas, pero lo que nos une es nuestro país.
Trascender ese dolor narcisista nos hace adultos, pero aquí nuestros políticos parecen niños berrinchudos que quieren salirse con la suya…
Yo le digo que, por cultura política, no puedo ver un debate en el Congreso, donde predomina la grandilocuencia, la tontera, el sinsentido. Pero no quiero poner a todos en un mismo saco, hay excelentes congresistas y de diferentes bancadas, pero son muy poquitos.
Pero en medio de todo, parece que los peruanos estamos saliendo adelante: este 2021 la economía creció 13% y no lo esperábamos, el país se sigue moviendo gracias a nuestro trabajo…
Sí, la gente se levanta temprano, va a trabajar,compra, regresa a casa. El país sigue a pesar de todo, y aquí hay algo importante: tenemos la ilusión de salir adelante, no hacemos marchas, pero sí salimos a trabajar
¿En eso radicaría nuestra resiliencia?
Nuestro país es uno de gente muy trabajadora, emprendedora, creativa, mire los artesanos del Ruraq Maki, voltee y vea los teatros que han sobrevivido, las pequeñas editoriales que acogen a nuevos escritores, que han surgido como flores en una situación como esta, la diversidad de ferias de libros. Cuando veo eso, me emociono.
¿La ilusión ya no nos la da la clase política?
No. No entienden que sus errores minan la confianza del pueblo.
Finalmente, ¿estamos preparados para enfrentar nuevas situaciones límite como una tercera ola?
Vamos a tener que adaptarnos. Nos estamos “comiendo” nuestras reservas mentales, que las obtenemos de los encuentros con amigos y la gente que uno quiere, de ahí las sacamos. Como país vamos a tener que enfrentarlo, quizás más enojados, más tristes, pero luchando.