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Domingo

Gisela Ortiz: “Lo malo es que se haya normalizado que te difamen y le llaman ‘terruqueo’ ”

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Compromiso. Gisela Ortiz defiende la importancia de contar con diferentes espacios donde se pueda contar la historia de las víctimas del terrorismo y las violaciones a derechos humanos cometidas por el Estado, y lo promoverá desde el ministerio. Foto: Marco Cotrina

La ministra de Cultura, Gisela Ortiz Perea, no es una desconocida. Como ella misma dice, lleva 30 años de activismo por los derechos humanos, desde que su hermano fue secuestrado y asesinado junto a otros estudiantes y un profesor de la Universidad La Cantuta. Apuesta por una memoria conjunta del conflicto armado interno, que no necesariamente sea consensuada, pero en la que se escuche a todas las voces porque el dolor de los familiares de los policías y militares asesinados por los terroristas es igual al de los deudos de los muertos y desaparecidos por las fuerzas del orden.

Juraste como ministra por un Perú con memoria histórica ¿qué implica eso?

La memoria es parte de nuestra historia. Pero hay una batalla constante tratando de desconocer que se produjeron hechos de violaciones a los derechos humanos y que los familiares tenemos experiencias que forman parte de la memoria histórica de nuestro país. Eso es parte también de nuestra cultura, de nuestra identidad como peruanos. No podemos borrar los años de 1980 al 2000 como si no hubieran existido, es parte de lo que hay que construir de manera conjunta, no digo que consensuada, porque quizás no nos vamos a poner de acuerdo, pero sí creo que la memoria histórica es parte del derecho de los familiares principalmente, porque es su historia personal, colectiva, de las comunidades y a eso hay que darle valor. Eso es algo a lo que nos resistimos todavía y hay que trabajar. En las propias funciones del Ministerio de Cultura está también el Lugar de la Memoria y los otros espacios de memoria que existen o se puedan construir y aportar así a la construcción de la memoria histórica. Ese es mi compromiso personal y a eso apuntamos, así como a las otras tareas o responsabilidades.

Te convertiste en activista de derechos humanos a raíz del secuestro y ejecución de tu hermano, otros estudiantes y un profesor de La Cantuta ¿Cómo era tu vida antes?

Me tocó asumir esa responsabilidad cuando tenía 20 años. Yo estaba en el sexto ciclo de Lengua y Literatura. En esa etapa mi prioridad era terminar la carrera y los proyectos personales que uno se hace a esa edad: trabajar, casarme, tener hijos. Cuando empecé a caminar buscando a mi hermano no pensé que sería una lucha de 30 años, sino de una semana o quince días que era lo que entonces demoraba la DIRCOTE en investigar. La primera referencia era que los habían llevado allí y pensamos que los pondrían en libertad porque ninguno tenía ninguna responsabilidad. Los dos estudiábamos en La Cantuta y yo era la única en Lima, así que me involucré en las acciones para buscarlos, como poner una denuncia policial, ir a las comisarías, a la Dircote, pero luego, buscar en cuarteles militares, en la morgue, en hospitales.

¿Sola?

No. Los familiares que vivíamos en Lima nos juntamos casi inmediatamente. Nos informamos de distinta manera de lo ocurrido, y nos concentramos en la universidad. Allí nos conocimos. Esa fue una gran fuerza. Fuimos a los medios de comunicación, a radios, canales y periódicos para contarles lo que había pasado. Con la universidad organizamos una conferencia de prensa, y recuerdo que la hicimos en el local de La Cantuta en el Rímac y el único medio que vino fue La República. Era una lucha terrible, y no es que eran los primeros desaparecidos en el país. Estamos hablando de 1992, cuando ya habían producido desapariciones en Ayacucho, en Junín, aquí mismo, en Lima. Había mucho silencio y temor.

Ya entonces se pensaba que los llevaron porque eran terroristas, ¿no?

No se decía abiertamente, pero todos éramos de La Cantuta, y para ese entonces había toda una narrativa construida por Fujimori y Montesinos señalando que La Cantuta era terrorista. Había transcurrido un poco más de un año de la intervención militar, bajo el argumento de que las universidades eran nidos de senderistas. Ese era el paraguas bajo el cual se da estas desapariciones. Aunque mucha gente no dijera -como ahora de una forma tan ligera- “era terruco”, me imagino que lo asociaban. Pero en ese momento no nos “terruqueban” como ahora se hace.

¿Cómo era La Cantuta?

La universidad siempre fue complicada por varias carencias. Era una universidad de personas de clase humilde. Muchos venían de provincia o si eran de Lima, vivían muy lejos y movilizarse a La Cantuta era un esfuerzo enorme. En esa época no había combis, sino un micro verde que te llevaba como en tres horas. Entre los principales problemas estaban la falta de alimentación, de recursos económicos para estudiar, cuando algunos alumnos se enfermaban teníamos que hacer colectas y pedir colaboración en las puertas. Había una oficina de Bienestar, pero con recursos muy escasos. Había generaciones de jóvenes que por primera vez llegaban a una universidad, pues sus padres eran campesinos y obreros que a veces no habían terminado la primaria. Mi caso era distinto porque mi papá fue cantuteño, y nosotros llegamos con la carga simbólica de lo que era La Cantuta en los 60, cuando era la primera Escuela Normal de Varones, donde había un internado que les daba de todo, tenían la alimentación garantizada, sala de juegos, todo lo que entonces era un lujo para estudiar. Pero aterrizamos en una realidad distinta. No se puede negar la presencia de Sendero Luminoso y el MRTA.

¿Cómo actuaban?

Los primeros crímenes que vi de Sendero, fue cuando empezaron a aparecer drogadictos asesinados afuera de la universidad. Para llegar a La Cantuta se iba por la carretera central, se bajaba en el paradero Pedregal y se cruzaba el río. Había una parte de tierra, que era una zona de fumones que algunas veces asaltaban a los estudiantes. Sendero empezó a asesinarlos y los dejaba con sus letreros. También mataron a la señora que cuidaba el internado de mujeres. Ella venía como a las 5 de la tarde y se quedaba con nosotras hasta el día siguiente. Iba cuarto por cuarto para verificar que estuviéramos y solas. Esa era su tarea, pero la gente de Sendero decía que era una soplona. No sé por qué. Apareció asesinada en el camino a la universidad. Fue terrible.

Algunos tenían un discurso más radical que otros…

Sí, pero no se podía decir que ese radicalismo verbal era igual que ser senderista. Hay discurso radical en muchos dirigentes de izquierda, como maestros sutepistas, muchos de los cuales han sido cantuteños. En ese momento el trabajo de inteligencia, al enfrentarse a esos discursos te acusaban de senderista. Bertila Lozano (una de las estudiantes ejecutadas por el grupo Colina) era de mi salón y tenía un discurso bien radical. El Ejército la había señalado como senderista y algunas veces cuando íbamos a clases, los mandos del Ejército nos movían la cabeza y decían “terruca” vas a morir. Me fastidiaba que nos insultarán así, y un día les dije “¿Por qué estás amenazando? Si crees que somos delincuentes, denúncianos”.

¿El día que se llevaron a los estudiantes y el profesor estabas en la universidad?

No. Un día antes hubo una marcha contra el paro de los maestros porque no queríamos que cierre la universidad. Fuimos a la asamblea universitaria a la que ingresaron los militares y el profesor Hugo Muñoz les dijo que era solo para profesores, trabajadores y estudiantes. El oficial lo amenazó igual a nosotros que les estábamos gritando. “Ya se fregaron, se van a morir”, nos dijo. Como yo he vivido ya otras intervenciones en La Cantuta y antes en el asentamiento donde vivía, tenía la experiencia de que era un momento de abuso, y en el internado hubo casos de chicas a las que les habían sembrado cosas y estuvieron en el penal, pero luego salieron. Así yo pensé que seguramente iba a haber rastrillaje, así que me vine a Lima. Busqué a mi hermano, pero no lo encontré. Nunca pensé que nos iban a matar o desaparecer.

Crees que si te hubieras quedado te hubieran llevado?

De hecho. Así como he sido buena estudiante y primer puesto en varias cosas, también era metida. No tenía miedo a marchar. Nunca participé por una razón política partidaria, sino por el tema de la convocatoria. Marcha contra el rector porque no teníamos atención médica en el centro de salud; por supuesto que tenía que ir. Marcha para que aumentan las raciones en el comedor; también iba. Marcha contra la huelga de maestros; claro que asistía porque estando en sexto ciclo no voy a querer que cierren la universidad. He participado reclamando derechos como ciudadana, como lo hago ahora, pues si me convocan a una marcha para el 14 de noviembre, por la muerte de Inti y Bryan, iré. Y eso no me hace “terruca”. Hemos crecido con la participación activa en las marchas por mi papá, que siendo docente ha participado en todas las marchas del Sutep, y hemos ido con él, salvo en la época en que empezaban a tirarnos perdigones y ya era un peligro. Para mí eso no es algo extraordinario, anormal.

Ya comenzaron a cuestionar tu designación e incluso se dice que hay algunos informes de inteligencia sobre ti...

Yo soy una persona pública desde hace 30 años. De haberlos, el canal que tiene ese congresista es que me denuncie. El delito de terrorismo no prescribe y es grave que si él sabe que hay un informe, lo tenga oculto. Que lo haga público y me denuncie. Declaraciones como esas nos persiguen desde los años 90. Es cíclico. En plena extradición a Fujimori, de pronto aparecían portadas en las que todos éramos “terrucos”; en la sentencia a Fujimori, otra tanda; campaña electoral con Keiko en segunda vuelta, y somos los “terrucos” culpables de su derrota. Y ahora pasa lo mismo. Yo lo valoré cuando tuve que tomar la decisión de asumir el cargo, pero hay que hacerle frente. Mi familia y yo tenemos derecho a la dignidad, lo malo en nuestro país es que se haya normalizado que te difamen, le llaman “terruqueo” que suena a nada, pero sigue siendo una difamación y es un delito. Yo voy a seguir ejerciendo el derecho a la defensa de nuestro nombre y dignidad.

Hace unos años denunciaste a un periodista por difamación porque te quisieron involucrar con el terrorismo. ¿Cómo te fue?

Es terrible en el sistema de justicia. Yo me atreví a hacer esa denuncia con mucha esperanza de que hubiera una sentencia porque creo que debe haber precedentes de sentencias contra personas concretas para señalar que esos delitos de difamación son graves. Antes difamaban de forma selectiva a las víctimas y sus familiares afirmando que eran “terrucos”, y luego se fue ampliando a los que protestan, a los dirigentes sindicales, a los periodistas que emiten una opinión en contra, a los congresistas de oposición, a los candidatos a la Presidencia, y ahora hasta al propio presidente de vez en cuando. No podemos pensar que esa es una situación normal. Es una irresponsabilidad que digan ahora que hay informes sobre mí ¿de cuándo son? ¿de los 90, cuando yo estaba en La Cantuta? ¿de cuándo el fujimorismo tenía todo el poder incluso para hacer procesos con jueces sin rostro? Yo no lo sé, pero él tiene el canal para denunciarme.

¿Qué pasó con la denuncia que presentaste?

Un juicio por difamación dura cinco años, así que prescribió. Luego de presentar la denuncia, pasó como un año en el que nadie notificaba, para mi mala suerte ese juzgado cambió de lugar tres veces, hubo dos huelgas judiciales, cambiaron al juez como siete veces, y eso implicaba era volver a empezar. Solo iba el abogado de Aldo Mariátegui. José Risco, el que supuestamente dijo que yo era senderista nunca se presentó a declarar hasta que lo detuvieron en unas elecciones, y entonces se desdijo de todo. Hasta nos llamaron para la lectura de sentencia, pero lo prorrogaron, y finalmente el caso prescribió

Has trabajado en el tema de memoria y reconciliación con familiares de víctimas ¿participaron también familiares de militares o policías?

Tengo buena relación con algunas organizaciones de familiares de policías y militares. No puede haber un distingo en el tema del dolor. Lo que sufrió la esposa de un policía, el hijo de un militar, lo que hemos sufrido nosotros, es lo mismo. No hay razón para diferenciarlo. Todos exigimos el derecho al reconocimiento como víctima, a la justicia, a que se individualice las responsabilidades y se sancione, y a la reparación.

¿Fue difícil ese encuentro?

Siendo parte del EPAF (Equipo Peruano de Antropología Forense) tuvimos una actividad que se llamó Rutas de la Memoria, que consistía en la visita a varios espacios de memoria en Lima. Participaron muchas viudas de policías que nunca habían ido al Ojo que Llora. Tenían la idea de que era un memorial de los terroristas y que allí no estaba su víctima, pero vieron sus nombres. Ese día era el cumpleaños del esposo de una de ellas, y dijo: “Mi esposo siempre me revela algo en el día de su cumpleaños, y hoy me trajo para mostrarme que su nombre está aquí”. A veces tenemos ideas preconcebidas que no tienen mucho sentido. También hay un gran problema de desinformación. Cuando hablamos de las memorias, no solo son de las víctimas del Estado, sino también del terrorismo, y de la necesidad de que se conozca lo que pasó. Hay pequeños esfuerzos como el memorial del Ojo que Llora pero se podrían hacer todos los que sean necesarios para entender la dimensión de la violencia, la respuesta del Estado, para entendernos como país y consolidarnos hacia donde queremos caminar.

El Lugar de la Memoria y Reconciliación está bajo la jurisdicción de tu ministerio ¿Qué harán?

Hay que promover estos espacios de memoria. Puede no gustarnos a todos la manera como se cuenta lo que pasó, pero hay que saber respetar porque son memorias de las víctimas principalmente. Es una manera de reivindicar lo que ha pasado. Hay que hacer un esfuerzo por explicar por qué deben existir. Y debe haber una pedagogía de la memoria, ver cómo enseñamos, qué decimos, y eso lo tiene que ver el Ministerio de Educación. Muchas veces tenemos miedo de señalar las responsabilidades del Estado, y por eso es mucho más fácil solo decir el terrorismo de Sendero Luminoso, o decir que no fue un conflicto armado porque el principal actor fue el terrorismo. Sienten que calificarlo como conflicto armado interno, como dice la Comisión de la Verdad, es desconocer los crímenes de Sendero. Y no es así, pues es una categoría jurídica que tiene reconocimiento de las Naciones Unidas. Dentro de un conflicto se dan actos de terrorismo, como los que hizo Sendero Luminoso, y los que cometieron agentes del Estado. Hay que mirar esa etapa de nuestra historia con atención. No podemos darnos el lujo de taparla y desconocerla. Si llegamos a ese nivel de violencia tal vez fue porque muchos de nosotros estuvimos como si fuera una guerra que no me toca, que no me corresponde. Cuando vivía en Amazonas, no hubo violencia de Sendero Luminoso. Hubo presencia de algunos miembros del MRTA en algunas comunidades, pero no vivimos esa violencia de amanecer con muertos o desaparecidos. Yo viví esta guerra interna cuando vine a Lima y vi los coches bomba, apagones, las batidas. Ahora habrá, en las generaciones nuevas, muchos peruanos que no tienen la menor idea de lo que pasó, pero hay que enseñarles. Yo creo que son fundamentales todas las otras formas de contar la historia, como a través de películas, obras de teatro, canciones, los carnavales ayacuchanos que han incorporado parte de la historia, ayudan a narrar lo que se vivió.

Uno de los primeros temas a resolver en el ministerio es el tema de la delegación de escritores invitados a la FIL de Guadalajara...

Ya se cerró ese tema. Hay un cronograma que se cerró con anterioridad y tiene que seguir caminando, no solo porque se necesitan de acciones operativas, como comprar pasajes, etc. He decidido que se apruebe como está. Pero tiene que haber un reconocimiento crítico de la manera cómo se hizo. Tenemos que pedir disculpas a las personas agraviadas con el ir y venir de las decisiones políticas. No hay derecho a maltratar a nadie. Esto no debe repetirse. Ya no hay tiempo para cambiarlo otra vez porque la FIL es en noviembre y debemos seguir adelante. Conozco a muchos de los que fueron dejados de lado, no de ahora sino de años. Valoro su trabajo, son excelentes profesionales y les daré todas las explicaciones del caso y las disculpas que se merecen. Lo que sería lamentable es que se rompa una relación que debe ser fundamental entre un ministerio que representa nuestras expresiones culturales, y quienes realizan este trabajo desde la literatura, la historia y las formas que tienen de contar nuestras culturas.

La Biblioteca Nacional está sin director ¿ha pensado en alguien?

Lo que voy a hacer es tomar dos o tres semanas para revisar cómo estamos hacia adentro, y cómo nos fortalecemos teniendo a las personas calificadas, comprometidas, de confianza en cada uno de estos puestos. No está bien que las instituciones del Estado estén descabezadas. Hay que poner a las personas claves para que todo siga caminando.

¿Te fue complicado aceptar el cargo de ministra?

Sí. Yo no soy militante de Perú Libre, y entendiendo que asumir una responsabilidad política como esta de apoyo al gobierno y al presidente Pedro Castillo. Sin embargo, creo que desde el propio activismo tenemos una forma distinta de mirar al Estado, y asumir este reto es una forma de demostrar que algo se puede hacer.

Periodista de la sección Política del diario La República. Egresada de la universidad Jaime Bausate y Meza. Ganadora del Premio Periodismo y Derechos Humanos 2005 otorgado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH). Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre hechos políticos y la violencia interna que vivió el país.