En la obra de William Shakespeare, “Julio César”, un vidente le grita al epónimo dictador romano la famosa y profética frase, ¡”Cuídate de los idus de marzo”! (Beware the Ides of March). Celebrados alrededor del 15 de mes del calendario romano, los idus se referían a días de fiestas, asociados con el año nuevo y en algunos relatos también vinculados con la primera luna y el buen agüero. Dado el fin poco glorioso del susodicho protagonista, traicionado por su amigo Brutus y apuñalado hasta morir por una multitud de senadores en el Teatro de Pompeya, la frase del escritor inglés es usualmente utilizada como un presagio de fatalidad.
Ilustración: Edward Andrade
Hoy resulta irónico que el mes de marzo – consagrado por los romanos al dios de la guerra, Marte – es relacionado por la comunidad internacional contemporánea a las mujeres. El 8 del mes conmemora el Día Internacional de la Mujer, y se cierra el 30 con un homenaje al Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. Tal vez es justo que ambas fechas se encuentren en el mes del dios guerrero, pues los reconocimientos vienen luego de luchas históricas por atender y cerrar brechas socioeconómicas y políticas inaceptables entre los géneros y por lograr los derechos equitativos que aún distan por ser una realidad plena para las mujeres.
En medio de estas conmemoraciones (o celebraciones, como algunos aún insisten), sostengo que nos parecemos a Julio César quien, según Plutarco, al ver el vidente nuevamente mientras iba rumbo a esa fatídica reunión del Senado el 15 de marzo del año 44 AC, le dirigió unas palabras jocosas y desafiantes: “ya llegaron los idus”. El vidente, por su parte, remarcó, “Sí, César, pero aún no se han ido”. Para mí, el 8 de marzo se asemeja a aquel momento y al presagio que anunciaba peligro en medio de una celebración. Los festejos nublan una realidad menos positiva de lo que queremos ver.
En tiempos modernos, el 8 de marzo conmemora una protesta en contra de condiciones laborales infrahumanas de miles de trabajadoras de una fábrica de ropa en el estado de Nueva York en 1857. En medio de la pugna con la policía, las manifestantes fueron encerradas, hubo un incendio y murieron 120 mujeres. En tiempos más recientes, en 2013, el mundo presenció la tragedia de Rana Plaza en Bangladesh en la cual trabajadores textiles, en su mayoría mujeres, perecieron luego del colapso del edificio donde laboraban. Más cerca de casa – 164 años después -- encontramos que mujeres peruanas están sobrerrepresentadas en trabajos informales y precarios en el Perú, lo cual implica no contar con derechos laborales, ni protección social alguna. Considerando que más del 50% de las mujeres trabajadoras peruanas laboran por su cuenta, en el trabajo doméstico remunerado, y/o en el trabajo del hogar familiar sin remuneración, me pregunto cuanto se ha mejorado, o si es que las maneras de marginar solo cambian de forma sutilmente.
Para las que – por el privilegio asociado con raza o etnia, procedencia y/o los esfuerzos descomunales de algún familiar que laboró sin tregua para asegurar un mejor nivel educativo, las noticias frente al empleo femenino formal – y, por ende, la autonomía de estas -- son también preocupantes. A nivel mundial las mujeres están concentradas en trabajos de servicios o administrativos y menos, comparativamente, en posiciones de gerencia y liderazgo que los hombres. En el Perú, la tendencia es parecida, con sueldos 30% por debajo de sus pares varones, en trabajos de menor calidad y con dos veces y medio más carga de trabajo no remunerado. Los trabajos más lucrativos del país siguen siendo de los hombres. Y con ello el poder también.
A modo de ejemplo, en un estudio publicado en 2019 por la Universidad del Pacifico, preguntamos hasta qué punto la gran minería incide en roles de género en mujeres campesinas y urbanas de Cotabambas, en el departamento de Apurímac, tanto en comunidades quechua hablantes como en la nueva ciudad minera, Challhuahuacho. En general encontramos que los roles de género se habían recrudecido. Particularmente alarmante es lo que hallamos en torno a mujeres jóvenes con grados educativos secundarios y en algunos casos con inicios de estudios superiores. Al migrar a trabajar en la nueva ciudad minera, ellas siguen relegadas a trabajos altamente feminizados y explotados en los restaurantes y hospedajes, con jornadas de 18 horas al día y en condiciones laborales que se asemejan a la figura de la trabajadora del hogar migrante, “cama adentro”. Parecido a la noción asociada al rito de pasaje de migrantes adolescentes que viajan a Lima para trabajar en casas ajenas con el fin de estudiar, pero quienes frecuentemente no terminan sus estudios y quedan atrapadas en empleos de baja calidad en su adultez, pregunto, ¿es este el mejor camino posible para nuestras jóvenes en pleno siglo 21? Seguramente trabajaran en empleos de mayor calidad si es que esa oferta existiera para ellas. Pero ese no es el caso.
Tal situación me hace recordar a la reflexión de la abuelita de mi mejor amiga respecto del avance de las mujeres que trabajan: “ahora son esclavas con sueldos”. Disculparán mi pesimismo, pero la verdad es que pese a lo que decía ese comercial que vendía cigarrillos finos a mujeres de mi país en los años 80, “You´ve come a long way, baby”, la verdad es que hemos venido lejos, sí, pero más me parece que damos una larga vuelta circular para llegar a un sitio demasiado parecido al que pensamos haber dejado atrás, enfrentando las mismas batallas por posicionamientos sociales y trabajos dignos y justos.
Aproximándonos al 30 de marzo, Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, hay que notar que si bien hay avances, – por ejemplo, la nueva ley 31047 que ratifica los acuerdos suscritos a la normatividad internacional, apostando por un trato igualitario, formalizado y digno para este sector laboral -- y pese a los esfuerzos feroces de los sindicatos de las trabajadoras del hogar, en especial la FENTTRAHOP, la reglamentación de esta ley sigue pendiente. Y, sigue pendiente porque las trabajadoras vienen exigiendo una reglamentación clara, que resuelva temas claves como, por ejemplo, el formato del contrato de trabajo y otras estipulaciones que harían irrefutables los derechos y obligaciones a cumplir, tanto para las trabajadoras como para sus empleadores. Las trabajadoras saben que, sin estas precisiones, la adherencia plena a esta ley es una fantasía.
Entiendo la importancia de lo simbólico, como fiestas conmemorativas, por ejemplo. Pero a estas alturas, urge algo más sustancial. Las mujeres necesitamos contar con acceso digno y sin impedimentos a todos los espacios en el mundo laboral, social y político. Asimismo, si es que se vende el mito de que la explotación es un mal necesario para avanzar, o que algunas pueden llegar a la cima de sus potenciales a través del usufructo de la labor de otras, seguiremos conmemorando fechas sin contenido ni compromiso por el cambio.
Atentos a los idus de marzo. Qué no se extinga la posibilidad de inclusión plena para todas mientras que las celebraciones opacan a los desafíos y barreras permanentes que dejan a tantas niñas y mujeres atrás.