A Ragi Burhum le tomó tres semanas recopilar de aquí y allá –desde publicaciones del Minsa hasta dashboard alojados en diversos servidores estatales– todos los datos disponibles hasta inicios de mayo sobre el avance de la Covid-19 en Perú.
No fue sencillo. Escribió programas de extracción de datos, pero a cada momento se encontraba con archivos PDF con formatos variados, lo que hacía engorrosa la operación. Frente a los dashboard, que son cuadros que presentan indicadores, tuvo la suerte de ser uno de los programadores que, hace muchos años, había creado algunos de los servidores que más se usan en el aparato público.
Al mismo tiempo, Burhum fue recopilando modelos matemáticos, revisando datos de otras partes del mundo, analizándolos, reinterpretándolos y tratando de encontrarles un sentido. Todo ello mientras, al mismo tiempo, trabajaba –Burhum dirige una compañía de datos geoespaciales.
El post que publicó el domingo 3 de mayo como resultado de su investigación –“El martillazo y el huayno”– sintetizaba sus principales hallazgos: contra lo que decían las voces derrotistas, la cuarentena sí había sido útil y si el gobierno no la hubiera dictado, habríamos tenido más de 83 mil muertos en cinco meses y más de 460 mil en siete meses.
Por otro lado, explicaba, el principal indicador que debíamos mirar para saber si las medidas estaban funcionando era “R”, el promedio de cuántas personas van a ser contagiadas por una persona infectada antes de que se recupere. El R en Perú había estado bajando hasta fines de abril, pero no lo suficiente. Se necesitaba tenerlo en detalle. Se necesitaba conocer el R incluso a nivel distrital.
A lo largo del lunes, el post se viralizó. Fue tal su impacto que Burhum terminó, al día siguiente, sentado en una mesa junto al presidente Martín Vizcarra, explicando sus hallazgos a los miembros del Acuerdo Nacional.
Burhum no es epidemiólogo ni especialista en salud pública. Lo suyo son los números, la programación. Por esa razón, está convencido de que lo que él hizo no es ni la centésima parte de lo que podrían hacer otros investigadores, especialistas en la materia, si pudieran tener acceso a todos los datos oficiales.
Es decir, si el gobierno accediera a “liberar los datos”.
Como Ragi Burhum, varios otros investigadores independientes llevan semanas reclamando en las redes sociales que el gobierno libere los datos.
–Se necesita tener una mayor masa de profesionales, sean académicos o no, de la sociedad civil, de cualquier institución, cualquier ciudadano, que puedan tener una mejor visión y puedan proponer ideas, en base a los datos, sobre cómo afrontar mejor esta pandemia– dice Gabriel Carrasco-Escobar, epidemiólogo de la Cayetano Heredia, que actualmente cursa un doctorado en Salud Pública en la Universidad de California.
–Tú, como gobierno, lo que quieres es que haya más científicos agarrando los datos del crecimiento del virus, combinándolos con qué sé yo, datos demográficos, datos del satélite peruano, para poder generar un nuevo valor derivado– dice, por su parte, Burhum.
–Hoy en día, la información es una herramienta– apunta, a su turno, Omar Florez, experto en Inteligencia Artificial, que hoy trabaja para Twitter en San Francisco. –¿Por qué yo uso el espejo retrovisor para mirar hacia atrás? Porque necesito información actual y constante para saber si me estoy desplazando bien o mal.
El Minsa tiene una Sala Situacional Covid-19 en la que publica diariamente los principales indicadores del avance de la pandemia en el país. En los últimos días, probablemente a raíz de los reclamos de los investigadores en las redes sociales, incluyó un botón de descarga con estos mismos datos en versión Excel.
Ragi Burhum piensa que es un paso adelante, aunque insuficiente. Carrasco-Escobar cree que no constituye mayor novedad. Para él, lo que se necesita es un documento fundamental si se quiere entender cabalmente cuál es la situación del contagio: la ficha epidemiológica de cada peruano infectado por el virus.
–Toda la información relevante, desde edad, sexo, antecedentes epidemiológicos, comorbilidades, distrito, algún tipo de registro de contactos, hasta información más operacional, por ejemplo, si tiene seguro, o su historial de desplazamientos en la etapa inicial de la pandemia– dice.
De la misma opinión es Mateo Prochazka, epidemiólogo peruano que trabaja en el Departamento de Salud del Reino Unido y que desde que comenzó la cuarentena ha estado publicando resúmenes muy ordenados y completos sobre el avance de la enfermedad.
–Yo no he necesitado más datos porque lo que he hecho, en principio, es tratar de comunicar bien los que ya están disponibles. Pero si quisiera hacer un modelo estadístico de, por ejemplo, la transmisión, sí necesitaría más y mejores datos.
Prochazka aclara que no se necesita incluir información personal de los pacientes, como nombres y apellidos o dirección, pero sí todos los otros datos relevantes. Esas son las bases de datos con las que él ha trabajado apoyando al gobierno británico en la lucha contra la Covid-19. Información individual. Detallada. De esa manera, dice, se podrá hacer estimados más precisos.
La variedad de los datos que se podrían usar para mejorar las estrategias es muy grande. El ingeniero Omar Florez menciona, casi al azar, algunos que sería muy útil conocer: el número de camas de cuidados intensivos con balones de aire, el número de horas trabajadas por cada médico para poder reducir sus cargas o el número de personas que se encuentra en cada mercado importante del país al mediodía.
–En Silicon Valley tenemos el principio de que no se puede mejorar lo que no se puede medir– dice. –¿Por qué falló la política de usar guantes, o de que salgan hombres y mujeres en días diferentes? Son buenas ideas, pero no teníamos evidencia de su efectividad y estábamos usando la misma política de salud para todo el mundo, un gran error que estamos destinados a repetir si no consideramos que la realidad de cada ciudad, y por lo tanto sus datos, es diferente.
Ragi Burhum cree que en la mayoría de sectores del Estado puede haber datos relevantes para afinar las estrategias, tanto durante “el martillazo” como en la etapa siguiente, que él denomina “el huayno”. Por ejemplo, el transporte, dice, uno de los vectores de contagio más importantes. Por no hablar de los mercados. Por no hablar de la economía o del empleo, cuando comencemos la reactivación.
–Aquí hay científicos en computación, hay epidemiólogos, especialistas en salud pública que trabajan con datos– dice– y todos quieren ayudar. El problema es que no hemos descubierto cómo canalizar esa intención, integrarlos a un proceso de innovación en el país.