José Luis Carranza siempre trabaja con luz natural y a veces ha estado parado frente a un lienzo doce, catorce horas, pintando obsesivamente desde la mañana hasta poco antes de que la noche caiga. No en trance pictórico, sino muy consciente de lo que la pintura exigía y de lo que pasaba a su alrededor.
“La pintura te demanda, pide cosas, es un ser vivo. Y cuando te demanda hay que cumplir”, dice.
El origen de una pintura puede estar en una imagen relampagueante, un flash que aparece en su cabeza en cualquier momento y situación. La obra de otros artistas y distintos tópicos se va acumulando como una biblioteca en su memoria y eso, sumado a su memoria genética, genera una gran caldera, una ebullición que desemboca en el cuadro final.
Así explica José Luis Carranza su proceso creativo.
Por estos días expone en la galería Enlace La Celebración de las Cenizas, su decimoquinta exposición individual. Quien la visite podrá ver diez cuadros de mediano y gran formato con su reconocible imaginario pictórico: personajes de ojos salientes y traslúcidos, paisajes de pesadilla, criaturas mutantes, tumoraciones y heridas, músculos desgarrados, ciudades devastadas, animales monstruosos, horror y sensualidad.
“Cuando una jornada se torna fructífera es cuando más gritos se pueden escuchar dentro de la cabeza. Esos alaridos, esos sonidos incomprensibles, se convierten en imágenes. Muchas coinciden con el siglo que nos ha tocado vivir: el colapso de un sistema, el colapso de todo el entorno natural, el colapso en general. Eso es la promesa de un nuevo comienzo”, dice José Luis sobre los cuadros que ahora expone. El tema de fondo de la muestra es el fin de nuestros días, el Apocalipsis.
Dice Manuel Munive, curador, en el texto de presentación: “si hay un mensaje latente en estos cuadros de formatos crecientes y cada vez más intrincadas alegorías [...] es que la naturaleza terminará por imponerse y devorará todo aquello producido por el hombre y su cultura. En cuanto a esto la clarividencia del artista es indubitable: el Apocalipsis consistirá en un exclusivo ajuste de cuentas con la humanidad; catástrofe después de la cual animales y plantas prosperarán”.
En La celebración de las cenizas, la pintura que da nombre a la muestra, hay -como en todos sus cuadros- un hombre en trance, el que tiene la visión, el que mira al horizonte con los globos oculares congelados y la mirada vítrea. Detrás hay un esbirro con guantes de latex que lo está silenciando. Y un profeta que le da fuerza al conjunto.
“Hay monstruos en el cielo, formaciones nubosas como garrapatas gigantes que generan un estupendo decorado de obra teatral. Personajes tumorosos en transición de una especie a otra”, describe el cuadro José Luis. En un lado hay un personaje con traje del siglo XIX. “Representa a los naturalistas, los exploradores, el personaje heroico de la época romántica. Los cielos escarlata, los cortinajes son un recurso teatral, pero también puede verse como una gran explosión, como fuego que se expande”, agrega el pintor.
Y hay más en ese cuadro abigarrado y brutal: motivos bélicos, una torre que remite a la de Babel, edificios en ruinas. Una postal del fin de los tiempos.
“¿Tu visión del mundo en esta muestra no es muy pesimista y oscura?”, preguntamos.
“No. Mi visión no se torna melancólica, ni desesperada sobre el fin que muchos intuimos, sino todo lo contrario. Revela el levantamiento de un telón. Toda muerte al fin y al cabo, si usted mira un cuerpo en descomposición, se convierte en un festival de vida. Aparentemente la muerte es el final de todo pero no. Un vertebrado muere y se convierte en toda una coreografía, un movimiento, larvas, microorganismos. Todo se agita y genera nueva vida. Por lo tanto, esto en ningún momento lo vería como algo pesimista. Es una promesa más bien”, dice y sonríe.
Imágenes paganas
Cuando era niño, José Luis tuvo muchas aves. Su familia las criaba, pero ahora no soporta que estén encerradas en jaulas. Le parece detestable. Cuando niño esa experiencia lo llevó a observarlas. Algunas nacían con malformaciones genéticas -quizá por endogamia- y esos fenómenos estimulaban su imaginación. Tenía nueve o diez años.
El cuadro La noche roja guarda memorias de esos tiempos. Ahí se ven aves que están en situación de castigar a seres humanos. Son animales desproporcionados y mutantes que están en momentos de ¿devorar? ¿desgarrar? ¿liquidar? a jóvenes en trance hipnótico.
“Quise emplear un recurso de sorpresa donde las aves sobredimensionadas tenían un rol de esbirros en la composición. Una de las exigencias que también tenía es que debía ser muy sensual y lo es: la abundancia de tonos rosa, la luz aterciopelada, hacen que el cuadro tenga mucha sensualidad. Aunque para algunas personas la escena pueda ser monstruosa, para mi no lo es. Es una escena llena de candor”, comenta.
En las demás pinturas de la muestra las referencias a escenas bíblicas e históricas son numerosas. Y también a distintos pintores y obras del pasado.
“Resulta cada vez más difícil distinguir lo que pasa en cada escena: los personajes aunque imbricados entre sí, además de evidenciar que experimentan visiones ocasionadas por trastornos y tormentos distintos, llevan atuendos que indican que proceden también de diferentes épocas: individuos de talante bíblico, centuriones, naturalistas del XIX, así como verdugos modernos y sus pueriles víctimas, aparecen confinados en ese cenagal lujuriante que constituye la locación primordial del imaginario pictórico de Jose Luis Carranza”, desentraña Manuel Munive en el texto de presentación de la muestra.
Aunque José Luis ha desarrollado un universo personal, considera que no ha creado nada porque el origen primigenio de su arte está en sus influencias, en la tradición pictórica que ha ido asimilando en su trayectoria vital. Es hijo de lo que aprendió de otros pintores y de la formación académica que recibió en Bellas Artes.
“Mis canteras son clásicas en su mayoría. La hermandad de pensamiento es la compañía fundamental con la que uno goza cuando trabaja. Durante cientos de años hay gente que pensó de esta forma, y te acompaña ahora y te seguirán acompañando. Y ya no te sientes ni tan inútil ni tan solo”, dice sobre aquellos de quienes aprendió.
También cuenta que es difícil trasladar la imagen que se forma en su cabeza al lienzo. “Entra en acción la torpeza de las manos. El proceso es lento y tedioso. Es una batalla constante de fracaso sobre fracaso”. Y no quiere proclamarse artista. Es solo un pintor. “En tanto siga vivo y respirando no tendría la desfachatez de llamarme artista porque la condición de aprendiz nunca se debe perder”. Así se define Jose Luis Carranza, el pintor que plasma pesadillas con los colores más brillantes.