El escritor y crítico literario presentó hace algunos meses su libro Orgullosamente solos, editado por Penguin Random House, en el que cuenta la historia de su abuelo Carlos Miró Quesada Laos., Orgullosamente solos es la construcción de varios momentos. En pocas páginas, su autor nos lleva a descubrir una parte de la historia del Perú. Nos lleva, sí, a entender por qué un hombre tan culto como Carlos Miró Quesada Laos puede optar por el horror del fascismo. Es un libro que nos lleva a otras lecturas, a otros espacios donde debemos preguntarnos qué hemos sido como nación. ¿El libro es una crónica, un testimonio o una confesión? Pueden ser las tres cosas también. Últimamente hay una tendencia a etiquetar mucho a las opciones narrativas de algunos escritores. La ficción, la no-ficción, la memoria anticipada, decían algunos. Procuro no etiquetar porque siento que lo puedo empobrecer un poquito. Es más complejo de lo que puede desarrollar una sola frase. Creo que es una memoria. Tiene mucho de confesión, tiene mucho de autobiografía no-ficcional. Si te digo que es una memoria, también miento. Hay ciertos pequeños elementos de ficción que eran necesarios para dar una estructura más coherente al libro, para hacerlo más solvente como narración. Sería una novela de no-ficción. Te lo preguntaba más que nada porque en el mundo literario estás en un bando o en el otro. Como en la política. Completamente de acuerdo. Pero también está el que cada libro es un testimonio de cada escritor. Sí, claro. Evidentemente es un libro de la memoria, de la biografía y lo que yo creo que es la verdad. Si nos ponemos en una discusión más detallista, comienza a salir el tema de la diferencia entre ficción y no-ficción. Cuando te entrevisté hace un año, me dijiste que tu libro (Pequeña novela con cenizas) no tenía esquemas literarios, sino que era una catarsis. Orgullosamente solos es más que una catarsis. Claro. Ya no tiene nada que ver conmigo sino con otros destinos. El de mi abuelo, el de mi abuela. El de un país que tiene una fuerte raigambre fascista que no ha abandonado del todo. Ya no está tratando de mí, aunque también mi punto de vista hilvana todo esto. Al principio sí. Te despertaba una cierta curiosidad de que se hable tanto de tu abuelo. Es que yo parto desde lo más profundo del centro de mi familia. Mi familia es de una clase media, más o menos acomodada, que ha vivido el fin de la etapa pre-velasquista; que ha vivido las reformas, los años ochenta... Años tan duros y difíciles para este país y que vivió un nuevo fascismo: el fujimorismo. Un fascismo maquillado, con nuevos recursos. Y ese destino familiar también es el mío. Mi abuelo, de alguna manera, es partícipe de él. Creo que nuestra clase media no ha podido hasta hoy sacudirse de muchos elementos totalitarios, que propugnan una desigualdad para promover utopías que ya no existen. Claro. Hablas de una parte de la historia del Perú, que más de 50 años después parece no haber cambiado. Ha habido cosas que han variado. No somos el mismo país. Un aprista no mataría a un director de diario. No. El APRA se ha convertido en un partido democrático, no ajeno a la corrupción. Me atrevería a decir que el APRA tiene entre sus méritos haber sido una parte del equilibrio democrático de los últimos 20 o 30 años. En el asesinato de tu bisabuelo Antonio, el APRA era un grupo criminal... Claro. En los años 40 y 50, el APRA era un grupo terrorista, subversivo. No es algo que se me ocurra a mí o a ti. Es algo que está. Un partido que elige las armas, es un partido subversivo. Pero un partido que mata a presidentes, que mata a directores de diarios y a la esposa de un director, es un partido terrorista. Ahí no hay clasificaciones. Pero después cambió. Lo que me preocupa es la veneración de eso que ha ocurrido. Steer Lafont es recordado como si fuera un luchador. Y solo es un asesino. El APRA nunca hizo una autocrítica de sus crímenes. La gente olvida que antes de que Sánchez Cerro asuma la presidencia, ya habían matado a 36 correligionarios de su partido. Todo eso está documentado. He visto a jóvenes apristas que llaman a Steer Lafont un real correligionario. La izquierda, con todos sus errores, ha sido mucho más autocrítica que el APRA. Qué le quedaba a la izquierda. También qué le quedaba al APRA. Me parece el colmo que un señor como Velásquez Quesquén llame terroristas a los del Frente Amplio y no sea capaz de hablar del pasado de su partido. Los fujimoristas también hablan de eso. El fujimorismo es experto reescribiendo la historia. El APRA también. Pero se autodenominan democrático, y un partido tiene que aceptar que no ha sido perfecto. En el Perú, hay un miedo entre los políticos para aceptar los errores, o incluso la circunstancias de sus líderes y de su pasado. Como el hecho que el APRA no acepte la homosexualidad de Haya. A estas alturas, me parece cómico. Hay un valor sentimental en el libro. Un valor importante que es tu abuela. En un momento cuentas que no se sintió amada. ¿Qué te produjo? Tuvo una vida muy difícil. Tuvo una enorme rebeldía. El gran mérito de mi abuela es hacer algo que nosotros, por distintas presiones sociales, evitaríamos: hacer lo que uno quiere hacer. Tomar los caminos que uno decide, a pesar de que se sabe que hay consecuencias. El precio de hacer lo que uno quiere es que siempre termina trayendo consecuencias bastante duras. Pensaba en las novelas de Bolaño, donde una persona muy leída puede también practicar el mal. Y eso ocurrió con tu abuelo. Por supuesto. Hombre, los alemanes escuchaban a Wagner. Mi abuelo era bastante culto. Hablaba cinco idiomas. Tenía una biblioteca magnífica. Se dejó guiar por un pensamiento. Hay una mirada que dice que tenías que abogar por el liberalismo o por el comunismo. Y si ninguna te llamaba, estaba el fascismo, que hasta ese momento no cometía los crímenes que cometería luego. Era un camino que mucha gente en Lima siguió. Siempre ha habido un fascismo culto en el Perú.